Resumen del libro:
Roald Dahl, maestro de la literatura infantil, nos sumerge en la encantadora y peculiar historia de “El vicario que hablaba al revés”. Robert Ozire, un joven vicario, llega a Nibbleswicke para liderar la parroquia, pero desconcierta a los habitantes al hablar al revés. La trama, envuelta en humor, sigue al reverendo mientras afronta y supera sus desafíos lingüísticos únicos.
Dahl, reconocido por su genialidad en la literatura infantil, teje una narrativa cautivadora que va más allá de las apariencias. A través de las desventuras del vicario, invita a reflexionar sobre la importancia de superar las primeras impresiones y abrazar las diferencias. La valentía de enfrentarse a desafíos y la riqueza de la aceptación y comprensión mutua son destacadas.
“El vicario que hablaba al revés” entretiene y educa, utilizando la singularidad del lenguaje para transmitir lecciones valiosas sobre la aceptación y la superación. Dahl, con su característico ingenio, crea un cuento que encanta a lectores jóvenes mientras deja una huella duradera sobre la importancia de mirar más allá de las apariencias.
Érase una vez, en Inglaterra, un vicario encantador y temeroso de Dios llamado reverendo Ozire. Cuando este, de joven, llegó al pequeño pueblo de Nibbleswicke para hacerse cargo de la parroquia, cundió durante un tiempo la confusión e, incluso, el más total desconcierto entre sus devotos parroquianos.
Esto fue lo que ocurrió:
De niño, Robert Ozire había padecido una enfermedad muy seria: la dislexia. Sin embargo, gracias al Instituto para la Dislexia, de Londres, y a sus excelentes profesores, Robert hizo grandes progresos y practicamente dejó de trabucarse con las palabras.
Cuando cumplió dieciocho años, su escritura y su lectura eran ya casi normales. Esto le permitió cumplir su deseo de estudiar para sacerdote.
Durante sus años de estudio, todo transcurrió bien y, a los veintisiete años, Robert Ozire se había convertido ya en el reverendo Ozire. Entonces le confiaron su primer trabajo importante: sería vicario del pueblo de Nibbleswicke.
Mientras conducía su viejo Morris 1000, de camino a Nibbleswicke, el reverendo Ozire de repente cayó en la cuenta de que, por primera vez en su vida, iba a estar totalmente solo. Esto le puso muy nervioso. Se preguntaba si estaría capacitado para llevar una parroquia. El anterior vicario del pueblo había muerto mientras desempeñaba sus tareas, así que allí no habría nadie para orientarle.
Cuando finalmente llegó a la vicaría, la única persona que estaba allí para recibirlo era la señora de la limpieza. Se trataba de una cuarentona bastante seca, que le mostró dónde estaban las cosas en la casa y luego se marchó.
«¡Dios mío! ¿Seré capaz de hacer bien este trabajo?», se preguntaba el pobre Robert Ozire esa noche, mientras intentaba conciliar el sueño.
Bodas, funerales, bautizos, catequesis, el organista, el sacristán, la junta parroquial, el coro, los monaguillos y, sobre todo, los temidos sermones… La cabeza empezó a darle vueltas solo de pensar en ello y comenzó a sudar. Y, en algún momento de esa noche horrible, algo hizo «clic» en su cerebro. Entonces, los restos adormecidos que aún le quedaban de la antigua dislexia se pusieron en funcionamiento otra vez.
A la mañana siguiente, cuando se levantó, el reverendo Ozire padecía aunque él todavía no lo sabía una enfermedad muy peculiar. No era dislexia, pero estaba claramente relacionada de alguna manera con sus antiguos problemas disléxicos. Se manifestaba de la siguiente manera:
Mientras hablaba con alguien, la mente del vicario escogía de pronto, y de manera inconsciente, la palabra más importante de la frase y la decía al revés sin enterarse. Con esto quiero decir que, de forma automática, invertía una o más palabras, como si las leyera de derecha a izquierda, y las pronunciaba de esa manera sin ni siquiera darse cuenta de que lo hacía. Así, por ejemplo, atar se transformaba en rata; subo, en obús; notar, en ratón; sala, en alas, etcétera. Vuelvo a insistir en que Ozire no era consciente de lo que hacía, así que no podía pensar en corregirse.
Al día siguiente, nada más levantarse, el reverendo Ozire se encontró con una nota que le había dejado el sacristán sobre su mesa de despacho.
En ella, le sugería educadamente que empezara su nuevo trabajo visitando a la feligresa más rica y más devota de la parroquia de Nibbleswicke. Esta señora, explicaba la nota, era una solterona llamada Ara bella Atisoc, y acababa de pagar los cien cojines nuevos comprados para la iglesia. Los cojines estaban rellenos de goma espuma, y arrodillarse en ellos resultaba muy agradable. El sacristán insinuaba que, si el vicario lograba caerle simpático, probablemente la buena señora estaría dispuesta a contribuir con una donación aún mayor en un futuro próximo.
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