El velo pintado
Resumen del libro: "El velo pintado" de W. Somerset Maugham
Kitty Garstin, joven y bella londinense, cumple veinticinco años sin haber alcanzado el objetivo para el que fue educada por su madre: hacer una buena boda. Por temor a que su hermana menor se case antes que ella, contrae matrimonio con un bacteriólogo inteligente, educado y moralmente intachable, que la adora pero de quien no está enamorada. Después de la boda, se trasladan a Hong Kong, donde Kitty se enamora de Charlie Townsend, un inglés apuesto y frívolo de la colonia asiática, con quien será infiel a su marido. Descubiertas sus relaciones adúlteras, y traicionada por Charlie, se verá obligada a seguir a su marido a una zona del interior de China afectada por el cólera. Kitty, incapaz de obtener el perdón de su marido, se entrega a labores humanitarias. El contacto con la muerte y la dura realidad la convierte en una persona nueva.
Capítulo 1
Ella soltó un grito de temor.
—¿Qué ocurre? —preguntó él. A pesar de la oscuridad que reinaba en la habitación, cuyas contraventanas estaban cerradas, alcanzaba a distinguir su expresión de susto.
—Alguien ha intentado abrir la puerta.
—Bueno, debe de haber sido el ama, o alguno de los criados.
—Nunca vienen a estas horas. Saben que después del almuerzo siempre duermo la siesta.
—¿Quién iba a ser, si no?
—Walter —susurró ella con labios trémulos.
Señaló sus zapatos, y él intentó ponérselos, pero su nerviosismo —la inquietud de ella empezaba a afectarlo— lo entorpecía, y además le venían más bien estrechos. Con un leve bufido de impaciencia, ella le alargó un calzador, se cubrió con un kimono y, descalza, se acercó al tocador. Cogió un peine y, antes de que él se atara el cordón del segundo zapato, se atusó el desordenado cabello cortado a lo garçon. A continuación le tendió la chaqueta.
—¿Cómo voy a salir ahora? —preguntó él.
—Más vale que esperes un poco. Me asomaré para ver si todo está despejado.
—Es imposible que sea Walter. No sale del laboratorio hasta las cinco.
—¿Quién, entonces?
Hablaban en voz muy baja. Ella temblaba, y la idea de que sería incapaz de conservar la calma en una emergencia lo exasperó. Si no estaban a salvo, ¿por qué diablos le había dicho lo contrario? Ella contuvo la respiración y lo agarró del brazo. Él siguió la dirección de su mirada de tal modo que ambos quedaron de cara a las ventanas que daban a la galería. El pestillo de las contraventanas estaba echado. Vieron girar lentamente el pomo de porcelana blanca. No habían oído pasos en la galería, y aquel movimiento silencioso los dejó petrificados. Transcurrió un minuto sin que sonara el menor ruido. Entonces, con el espanto que provoca lo sobrenatural, advirtieron que el pomo de porcelana blanca de la otra ventana giraba también, con el mismo sigilo, mudo y aterrador. Tan escalofriante era aquella visión que Kitty, a punto de perder los nervios, abrió la boca para gritar; sin embargo él se apresuró a tapársela con la mano, y el chillido quedó ahogado entre sus dedos.
El silencio era absoluto. Ella se apoyó en él, con las rodillas temblorosas, y él temió que fuera a desmayarse. Con el entrecejo fruncido y la mandíbula tensa la llevó hasta la cama y la ayudó a sentarse en el borde. Estaba tan blanca como la sábana e incluso él, a pesar del bronceado, tenía pálidas las mejillas. Permaneció junto a ella contemplando fascinado el pomo de porcelana. No pronunciaron una sola palabra, y entonces él reparó en que ella se había echado a llorar.
—Por el amor de Dios, no te pongas así —susurró irritado—. Si estamos en un lío, estamos en un lío. Tendremos que plantar cara a la situación.
Ella se puso a buscar el pañuelo, y él, al adivinar lo que quería, le acercó el bolso.
—¿Dónde tienes el salacot?
—Lo he dejado en la planta baja.
—¡Ay, Dios mío!
—Tranquilízate, mujer. Las probabilidades de que no fuera Walter son de cien contra una. ¿Por qué demonios iba a regresar a estas horas? Nunca vuelve a casa en pleno día, ¿verdad?
—Nunca.
—Apuesto cualquier cosa a que ha sido el ama.
Ella esbozó una sonrisa. La voz de él, cadenciosa y acariciadora, la reconfortó.
—Mira, no podemos quedarnos aquí eternamente —dijo él tras concederle unos momentos para que se recobrara, al tiempo que la tomaba de la mano y le daba un suave apretón con ternura—. ¿Te ves con ánimos para salir a la galería y echar un vistazo?
—No creo que sea capaz de soportarlo.
—¿Tienes un poco de brandy a mano?
Ella negó con la cabeza, ceñuda. Él comenzaba a impacientarse, no sabía muy bien qué hacer. De pronto, ella le apretó la mano con más fuerza.
—¿Y si está ahí, esperando?
Él se forzó a sonreír y a mantener el tono amable y persuasivo de cuyo efecto tan consciente era.
—Eso no es muy probable. Vamos, Kitty, ten un poco de entereza. ¿Cómo iba a ser tu marido? Si al llegar hubiera visto en el vestíbulo el salacot de un desconocido y al subir se hubiese encontrado con tu habitación cerrada, sin duda habría armado un buen escándalo. Tiene que haber sido uno de los criados. Sólo un chino haría girar el pomo de esa manera.
Ella se había sobrepuesto un poco al sobresalto.
—Pues no resulta precisamente agradable, aun cuando sólo haya sido el ama.
—Siempre cabe la posibilidad de hacerla entrar en vereda. Si es necesario, le meteré el miedo en el cuerpo. Ser funcionario del gobierno no tiene muchas ventajas, pero más vale sacarle todo el partido posible.
Debía de estar en lo cierto. Kitty se puso en pie y se volvió con los brazos abiertos hacia él, que la estrechó contra su pecho y la besó en los labios. Era tal el arrobamiento que la embargó, que resultaba doloroso; sencillamente lo adoraba. Él la soltó y ella se fue hacia la ventana, descorrió el pestillo y, tras entreabrir la contraventana, miró al exterior. No había ni un alma. Salió un momento a la galería y echó una ojeada al vestidor de su marido y luego a su propia salita. Ambos estaban desiertos, de modo que regresó al dormitorio y le hizo una seña a él.
…
W. Somerset Maugham. (París, 1874 - Saint-Jean-Cap-Ferrat, 1965) Narrador y dramaturgo inglés, considerado un especialista del cuento corto. William Somerset Maugham fue médico, viajero, escritor profesional y agente secreto. Comenzó su carrera como novelista, prosiguió como dramaturgo y luego alternó el relato y la novela. Fue un escritor rico y popular: escribió veinte novelas, más de veinte piezas de teatro influidas la mayoría por Oscar Wilde y alrededor de cien cuentos cortos.
Frecuentó la King's School de Canterbury y la Universidad de Heidelberg. Estudiaba medicina en el S. Thomas's Hospital de Londres (en diversos textos suyos, singularmente en su obra maestra Of Human Bondage, 1915, se hallan recuerdos de tal experiencia) cuando el éxito de las primeras novelas, Liza of Lambeth (1897) y Mrs. Craddock (1902), le reveló su vocación de narrador. Su éxito comercial como novelista y más tarde como dramaturgo le permitió vivir de acuerdo con sus propios gustos; y así, pudo viajar no sólo por Europa, sino también a través de Oriente y de América. Durante la Primera Guerra Mundial llevó a cabo una misión secreta en Rusia. Durante muchos años (salvo durante el paréntesis del segundo gran conflicto bélico) vivió en St. Jean-Cap Ferrat, en la Costa Azul.
Su ficción se sustenta en un agudo poder de observación y en el interés de las tramas cosmopolitas, lo que le valió tantos halagos como críticas feroces: unos lo calificaron como el más grande cuentista inglés del siglo XX, mientras otros lo acusaron de escribir por dinero. Servidumbre humana (1915) es la narración con elementos autobiográficos de su aprendizaje juvenil, y en La luna y seis peniques (1919) relató la vida del pintor Paul Gauguin. Su obra novelística culminó con El filo de la navaja (1944), el más célebre de sus títulos.
La crítica opina, no obstante, que el Maugham cuentista es superior al novelista y por supuesto al dramaturgo. La mayoría de sus cuentos poseen cierta extensión, algo mayor que un cuento corto usual, lo que favorece la preparación gradual de los acontecimientos que por lo general terminan con un final relevante. Cuando se leen sus narraciones da la impresión de que no tenía prisa, y el lector puede intuir que el ambiente creado por el autor es casi sobrenatural o al menos extraño, pese a que su prosa es la de un cronista objetivo.
Entre sus numerosos relatos autónomos y antológicos pueden citarse Lluvia y El rojo. Los ambientes que recreó recuerdan a la obra de Joseph Conrad y de R. L. Stevenson, aunque formalmente está más cerca de Guy de Maupassant y de Anton Chejov por la claridad, la neutralidad y la sencillez narrativa de las tramas. W. Somerset Maugham escribió asimismo varios ensayos interesantes sobre la vida y obra de algunos escritores y un Cuaderno de escritor (1949) donde dejó constancia de sus teorías acerca de la ficción y sus opiniones sobre la época que le tocó vivir.