Resumen del libro:
“El último telesilla” de John Irving es una obra que combina magistralmente la narrativa personal con un amplio fresco histórico. A través de la historia de Adam Brewster, un hombre en busca de respuestas sobre su origen, Irving nos sumerge en un viaje que abarca desde los años cuarenta hasta el siglo XXI, recorriendo momentos clave de la historia estadounidense.
Rachel Brewster, madre de Adam, es una joven esquiadora de eslalon que, tras participar en los campeonatos nacionales en Aspen, Colorado, regresa a New Hampshire sin medallas pero embarazada. Adam, concebido en 1941 en el icónico Hotel Jerome de Aspen, nunca conocerá la identidad de su padre. Rachel, dedicada a su trabajo como monitora de esquí, deja a su hijo al cuidado de sus excéntricos abuelos. La crianza de Adam en un ambiente que desafía las normas convencionales y sexuales establece el tono para su vida marcada por preguntas sin respuestas sobre su pasado.
La vida de Adam, narrada en primera persona, es un reflejo de los cambios y conflictos que definen la historia moderna de Estados Unidos. Desde los días de la Guerra Fría y Vietnam hasta la era de Reagan y el surgimiento del sida, la narrativa avanza hacia los tiempos del Tea Party y Donald Trump. A sus ochenta años, Adam regresa al Hotel Jerome, buscando desvelar los secretos de su origen, solo para encontrarse con fantasmas del pasado que añaden nuevas capas de complejidad a su historia.
John Irving, conocido por su habilidad para crear personajes profundos y tramas envolventes, logra en “El último telesilla” una vez más capturar la esencia de la experiencia humana a través de los ojos de su protagonista. La combinación de elementos históricos y personales en la narrativa de Irving permite al lector no solo seguir el viaje de Adam, sino también reflexionar sobre el impacto de los eventos históricos en la vida individual.
“El último telesilla” es un testimonio de la destreza narrativa de John Irving. La novela no solo ofrece una mirada íntima a la vida de Adam Brewster, sino que también presenta un panorama amplio y detallado de la evolución de la sociedad estadounidense. Con su estilo inconfundible, Irving invita al lector a explorar las profundidades de la identidad y el legado personal en el contexto de un mundo en constante cambio.
Para Dean Cooke
If I must die,
I will encounter darkness as a bride,
And hug it in mine arms.
WILLIAM SHAKESPEARE,
Measure for Measure
Primer acto
Primeras señales
1
Una película que no se ha rodado
Mi madre me puso el nombre de Adam, como el primer hombre de la creación. Siempre decía que yo lo era todo para ella. He cambiado algunos nombres, pero el mío no, y tampoco el del hotel. El Hotel Jerome es real, es un gran hotel. Si alguna vez vais a Aspen, os aconsejo que os alojéis allí si podéis permitíroslo. Pero si por casualidad os ocurre algo parecido a lo que me pasó a mí, marchaos sin más. No culpéis al Jerome.
Sí, allí hay fantasmas. No me refiero a esos fantasmas de los que es posible que hayáis oído hablar en relación con el Jerome: el misterioso huésped de la habitación 310, un niño de diez años que se ahogó y que aparece temblando y desaparece al instante, dejando tras de sí únicamente las huellas húmedas de sus pies; o el triste minero enamorado, cuyos lloriqueos nocturnos pueden oírse cuando se le ve por los pasillos; o la camarera del hotel que cayó en un lago helado de las inmediaciones y que (a pesar de haber muerto de neumonía) de vez en cuando se presenta para dejar las camas preparadas antes de que los clientes se acuesten. Esos no son los fantasmas que yo suelo ver. No digo que no existan, sino que apenas he tenido noticia de ellos. Porque no todo el mundo ve los mismos fantasmas.
Mis fantasmas son muy vívidos, muy reales. He cambiado algunos de sus nombres, pero no he cambiado nada en relación con la esencia que hace únicos a esos fantasmas.
Puedo ver fantasmas, pero no todo el mundo puede verlos. Sin embargo, en lo que respecta a esas apariciones, ¿qué es lo que les sucedió? Quiero decir, ¿qué fue lo que los convirtió en fantasmas? Porque no todas las personas que mueren se convierten en fantasmas.
Y, en mi caso, la cosa se complica aún más, porque no todos los fantasmas que veo son personas muertas. En algunas ocasiones, se trata de fantasmas que todavía están medio vivos; es decir, es posible que tan solo haya muerto una parte significativa de su persona. No tengo claro cuántos de esos fantasmas medio vivos son conscientes de qué parte de ellos ha muerto, y si, tanto si están vivos como muertos, deben seguir obligatoriamente alguna clase de normas al convertirse en fantasmas.
«Mi vida podría ser una película», oyes decir a la gente, pero ¿qué quieren decir en realidad con esas palabras? ¿Que sus vidas son demasiado inverosímiles para ser reales, excesivamente buenas o excesivamente malas? «Mi vida podría ser una película» significa que crees, por una parte, que las películas no son del todo realistas, y, por otra, que van más allá de lo que puede esperarse de la vida real. «Mi vida podría ser una película» significa que crees que tu vida es lo bastante especial como para merecer que se adapte a una película; que crees que tu vida se ha visto bendecida o bien ha sufrido una maldición.
Pero mi vida sí que es como una película, y no por la habitual tendencia a la autocomplacencia o la autocompasión. Mi vida es como una película porque soy guionista de cine. Por encima de todo soy novelista, pero incluso cuando escribo novelas, no puedo evitar visualizar lo que escribo: veo cómo se despliega la historia ante mí como si se tratase de una película. Me sucede lo mismo que a algunos novelistas: sé los títulos y las tramas de novelas que no voy a tener tiempo en mi vida de empezar a escribir siquiera. Al igual que la mayoría de los guionistas del mundo, he imaginado muchas más películas de las que jamás escribiré. Como le sucede a otros tantos guionistas, soy el autor de varios guiones que nunca llegarán a convertirse en películas. Me gano la vida viendo en mi mente películas que no se rodarán; las veo a todas horas. Mi vida es otra de esas películas que no se rodarán, una que ya he visto; una que voy a seguir viendo una y otra vez.
Publican tu novela, ruedan tu guion; esos libros y esas películas desaparecen. Aceptas las malas críticas y las buenas, o incluso ganas un Oscar. Pase lo que pase, nada permanece. Pero una película que no se ha rodado no te abandona nunca; una película no rodada no desaparece.
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