Resumen del libro:
Los últimos años de la vida de Holmes, una época de cambio, se caracterizaron por un talante reflexivo y melancólico poco habitual en él. Sabemos que padeció una enfermedad y que abrió su corazón a un doctor Watson ya «reumático y envejecido». Si en la tumba de Conan Doyle figura el siguiente epitafio: «Temple de acero, rectitud de espada», cabe imaginar que al propio autor le hubiera gustado grabar uno semejante en la de Sherlock Holmes. O quizá lo ocultó sencillamente porque, para coronar la gloria de su detective, le bastaba atestiguar que Holmes, mientras enviaba su último saludo desde el escenario, desde su retiro sesentón escribía un Manual de apicultura.
I
La curiosa experiencia del señor John Scott Eccles
Según consta en mi libro de notas, lo que voy a relatar ocurrió un día frío y tormentoso, a finales de marzo de 1892. Holmes había recibido un telegrama mientras estábamos comiendo, y había garabateado una respuesta sin hacer ningún comentario. Sin embargo, se notaba que el asunto le había dado que pensar, porque después de comer se quedó de pie delante de la chimenea, fumando en pipa con expresión meditabunda y echando vistazos al mensaje de vez en cuando. De pronto, se volvió hacia mí con un brillo malicioso en la mirada.
—Vamos a ver, Watson. Supongo que podemos considerarle un hombre instruido. ¿Cómo definiría usted la palabra «grotesco»?
—Algo extraño, fuera de lo normal —aventuré.
Holmes negó con la cabeza, insatisfecho con mi definición.
—Tiene que ser algo más que eso —dijo—. La palabra lleva implícita alguna connotación trágica y terrible. Si repasa usted esas narraciones con las que lleva tanto tiempo atormentando al sufrido público, se dará cuenta de que, con mucha frecuencia, lo grotesco degenera en criminal. Acuérdese de aquel asuntillo de la liga de los pelirrojos. Al principio parecía una cosa simplemente grotesca, pero terminó en un atrevido intento de robo. Y más grotesco aún era aquel enredo de las cinco semillas de naranja, que desembocó directamente en una conjura asesina. Esa palabra me pone en guardia.
—¿Es que aparece en el telegrama? —pregunté.
Holmes lo leyó en voz alta.
…