Resumen del libro:
En esta obra, Stanislavski aplica su profundo conocimiento de los mecanismos teatrales a responder a la pregunta fundamental que todo actor se plantea: ¿cómo hacer para que mi interpretación resulte creíble?, ¿cómo mantener la atención del espectador sobre lo que ocurre en escena y hacerle creer en la ficción de la obra?
Diletantismo
Con emoción aguardábamos hoy nuestra primera lección con Tortsov. Pero Arkadi Nikoláievich vino al aula sólo para hacernos un sorprendente anuncio: montaría un espectáculo en el que debíamos interpretar algún fragmento de nuestra elección. La función se haría en el escenario, con la presencia de espectadores, todo el elenco y las autoridades del teatro. Su deseo era vernos en el ambiente de la representación, actuando en el entarimado, entre decorados, caracterizados, ante las candilejas. Sólo así, dijo, le sería posible juzgar nuestras aptitudes dramáticas.
Los alumnos quedaron pasmados de asombro. ¿Actuar en nuestro teatro? ¡Era un sacrilegio, una profanación del arte! Quise pedir a Tortsov que la función se realizara en algún lugar menos solemne, pero el director salió del aula antes de que pudiera hablarle.
La lección se postergó, y se nos concedió tiempo libre para la elección de los fragmentos.
La ocurrencia de Arkadi Nikoláievich despertó animadas discusiones. Al principio la aprobaron muy pocos. La apoyaron con especial ardor un joven esbelto, Govorkov, que ya había actuado en algún pequeño teatro; una rubia alta y hermosa, llamada Sonia Veliamínova, y el pequeño y vivaracho Viuntsov.
Pero poco a poco también los demás empezamos a acostumbrarnos a la idea. Pronto la representación nos pareció interesante, útil y hasta imprescindible. Al comienzo, Shustóv, Pushin y yo optamos por la modestia. Nuestros sueños no iban más allá del vodevil o la comedia ligera. Nos parecía que hasta ahí podían llegar nuestras fuerzas. Pero en referencia a nosotros se pronunciaban cada vez más a menudo y con más confianza nombres de autores rusos, como Gógol, Ostrovski, Chéjov, y después de otros genios de la literatura universal. Inadvertidamente, también nosotros fuimos abandonando nuestra humildad; a mí me seducía la imagen de Mozart; Pushin eligió a Salieri y Shustóv pensaba en don Carlos. Después empezamos a hablar de Shakespeare, y por fin mi elección recayó en Otelo. La razón era que en mi casa no tenía la obra de Pushkin, pero sí la de Shakespeare; se había apoderado de mí un deseo tan imperioso de trabajar que no podía perder tiempo en la búsqueda de libros. Shustóv se dispuso a representar el papel de Yago.
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