El testamento de Arkansas

Resumen del libro: "El testamento de Arkansas" de

“El Testamento de Arkansas”, la obra magistral de Derek Walcott, despliega un fascinante y hipnótico lirismo que transporta a los lectores a un viaje literario extraordinario. Este autor, considerado un hombre del siglo XX con un sentido isabelino del lenguaje, ha tejido una narrativa que resonará en los corazones de quienes buscan una experiencia literaria rica y cautivadora.

Derek Walcott, aclamado por su maestría en los géneros lírico, épico dramático y narrativo, ha sido comparado con el legendario Tintoretto por su habilidad para pintar con palabras paisajes vívidos y personajes complejos. Su destreza literaria se evidencia en cada página de “El Testamento de Arkansas”, donde fusiona la profundidad poética con la riqueza narrativa de manera sublime.

En este tour de force literario, Walcott, a quien algunos denominan “el marginal”, emerge como el poeta supremo del Caribe. Su rechazo de las fáciles etiquetas revela su compromiso con una expresión artística auténtica y desafiante. Este enfoque valiente y sin concesiones lo distingue en la escena literaria, permitiéndole explorar territorios inexplorados y desentrañar las complejidades de la identidad caribeña.

“El Testamento de Arkansas” no solo es una obra de inigualable belleza literaria, sino también un testimonio del poder transformador de la palabra. Walcott invita a los lectores a sumergirse en una travesía poética que trasciende las fronteras geográficas y culturales, dejando una marca imborrable en la mente y el corazón de quienes se aventuran en su universo creativo. Este testimonio de la maestría literaria de Walcott se erige como un faro que ilumina el panorama de la literatura contemporánea, consolidando su lugar como uno de los gigantes de la pluma del siglo XX y XXI.

Libro Impreso

EL FARO

I

Bajo su negra tela de fotógrafo
la montaña frente a nuestra ciudad
enfocó el ocaso, pulsó el disparador-
todas las farolas de la calle se encendieron.

Hago girar el chirriante expositor
de sus postales cincuenta años más tarde:
el faro, siluetas
de balandros sobre agua inflamada.

Las estrellas ocupan
idénticas posiciones
sobre Castries; reproducen
esos puntos conectados por líneas
de los pasatiempos infantiles, que completo

farola tras farola hasta La Place.
Una noche con aliento de ron blanco
camina conmigo a paso de cortejo fúnebre
para alargar la ciudad. Bajo

la lámpara de arco del mercado, un grupo de gente
insulta a algún charlatán. Una cara
me escudriña, después relaja sus ojos
entrecerrados. Exclamaciones. ¡La vieja farsa de los apretones

de manos! Desde el promontorio,
en una breve instantánea de los parterres
de negras guiabaras, el minutero
de la esfera luminosa apunta

hacia el bar Nueva Jerusalén.
Pido una botella de Old Oak.
La gente sigue ahora a otra estrella,
que, con una vieja broma patois

destapa la botella con la ceja de un ojo guiñado,
y a continuación suelta su perorata política
como un gargarismo. Consigue
que me parta de la risa en un abrir y cerrar de ojos. Antes

conseguía enganchar a sus histéricos seguidores
con el anzuelo de un guiño. El alboroto del público
se dirige ahora al orador. En un rincón
manos negras golpean la mesa con fichas de dominó.

Enjugándonos los ojos húmedos con manos húmedas,
desconsolados por los perturbadores recuerdos
que hay en los dobles de ron,
nos separamos en la calle oscura.

Yo hacia el negro promontorio
de Vigié, salpicado por los puntos
de las casas. El hacia una gloriosa
meada, y el sueño. La luna llena

se alzó al final de la carretera,
acuñando escamas en la bahía.
Una moneda lanzada una vez al aire
que se quedó ahí colgada, ni cara ni cruz.

El camino, visto al trasluz
mostraría, como un negativo,
los días que caminé sobre él; le recito
a ese cero todo aquello en lo que creo.

Junto al aeropuerto, al otro lado de veladas
lápidas, el angelical rayo hace girar
su lanza blanca. El chai de las olas
extiende los encajes de las palias.

En los arbustos, junto al camino, la risa
de una muchacha. Una choza iluminada. Tu lámpara
de queroseno, Philomene, apantallada
por las delgadas hojas de calicó de una Biblia.

Una luz de luna inmemorial cae
sobre las tumbas; cortaplumas de hierba
tallan otras iniciales
sobre pupitres marcados que fueron nuestros.

Y él, ese adorable actor,
¡perdido en la estafeta de correos! Suprimido.
Un personaje superfluo
eliminado del guión.

Excepto por un viaje al extranjero
permaneció aquí cincuenta años. Cincuenta.
Él se mueve con su isla, la espada
del faro se hunde en el mar.

Así, cuando alguna farola trazó el reflejo
de nuestra ruptura de muchachos,
¿no fue la luna, lanzada desde su nube,
el dado del cubilete de un jugador

que le devolvió a casa, a las fantasías
de un niño en una cama atestada?
Esta noche me reí de su voz
no de su cabeza gris de facciones hundidas.

¿Existe alguna pauta que conecte
los puntos de dominó de estas estrellas
con las negras piezas erguidas
en las manos de esos jugadores?

En mí habitación, el acondicionador de aire
produce un frío helador. Su traqueteante zumbido
te excluye, Philomene, como a las estrellas
de tu cocina de carbón. El calor del hogar.

En cuanto su ruido se extingue con un golpeteo,
el oleaje, o un frenesí de palmeras,
sisean, «Sufriste pérdidas. Es suficiente.
No puedes sostenerlas todas entre tus brazos.

Para sentirte más protegido en el oficio de poeta
arrodíllate, por la arena, lienzo iluminado por la luna.
Por las colinas que ignoran su maldición
y duermen con las ventanas abiertas.

Duerme, duerme. Deja para mañana el temor
por lo que pueda caer del cielo».
No puedo, la cuchilla que todo lo iguala
destella sobre caras que conocí.

La casa en la que vivíamos,
ya sin su galería cubierta de enredadera
es hoy una imprenta; ni una hoja
volverá a enroscarse en sus pilares.

“El testamento de Arkansas” de Derek Walcott

Derek Alton Walcott. (1930-2017), laureado con el Premio Nobel de Literatura en 1992, fue un prolífico poeta, dramaturgo y artista visual nacido en la isla volcánica de Santa Lucía. Su vida, marcada por la influencia de una excolonia española y la pérdida temprana de su padre bohemio, se refleja en su obra impregnada de la riqueza cultural del Caribe.

Walcott, influido por clásicos ingleses y poetas modernos, debutó a los 18 años con "25 Poemas". Su consagración llegó con "Green Night" (1962). Emigró a Trinidad en 1953, fundando el Trinidad Theatre Workshop en 1959. Su carrera académica incluyó la Universidad de Boston, donde fundó el Teatro de los Dramaturgos en 1981.

Colaborador de poetas como Brodsky y Heaney, Walcott exploró la identidad caribeña en más de veinte dramas y quince libros de poesía. "Omeros" (1990), un épico aclamado, precedió su Nobel. Su obra, elogiada por Graves y Brodsky, revela una visión mágica y filosófica del mundo, destacando su capacidad única para fusionar pintura y poesía.

Walcott, un maestro de la métrica, recibió numerosos reconocimientos, incluyendo el Premio TS Eliot (2011). Su legado perdura en obras como "Otra vida", "El Reino del Caimito" y "Omeros", un viaje poético que trasciende las fronteras geográficas y culturales. Su poesía, como una obra de arte cuidadosamente pintada, captura la esencia del Caribe y redefine la experiencia literaria.