El Tercer Reich

Resumen del libro: "El Tercer Reich" de

“El Tercer Reich” es una novela escrita por Roberto Bolaño en 1989, perteneciente a su primera etapa como escritor. La trama sigue la vida de Udo Berger, un joven apasionado por los juegos de guerra y campeón en su país en este campo. Udo vive en un período de plenitud: posee independencia económica, una novia a quien ama llamada Ingeborg y amistades interesantes, como Conrad, su compañero de juegos.

La narrativa se desarrolla cuando Udo y Ingeborg deciden pasar unos días en la Costa Brava, específicamente en el hotel Del Mar, el cual tiene un significado importante en la infancia de Udo. A pesar de estar en un lugar de playa, Udo se siente más atraído por sus juegos de guerra y estrategia que por las actividades al aire libre. Instala una mesa en su habitación donde despliega hexágonos y fichas para continuar sus batallas virtuales en el juego del Tercer Reich.

La trama se complica cuando Udo y Ingeborg conocen a otra pareja alemana, Charly y Hanna. Después de una noche de diversión en la discoteca, Charly desaparece momentáneamente, generando una serie de acontecimientos que llevan a Udo y a Ingeborg a adentrarse en una comunidad enigmática de la zona. Esta comunidad está llena de personajes misteriosos, como el Lobo, el Cordero y el Quemado, quienes podrían ser trabajadores de verano o incluso mafiosos. Frau Else, la encargada del hotel y objeto de fascinación para Udo, también forma parte de este entorno.

Uno de los temas centrales de la novela es el nazismo y sus deformaciones. Aunque los personajes están inmersos en un contexto aparentemente despreocupado, Bolaño introduce al nazismo de manera sutil pero inquietante. Los juegos de guerra y la cultura en general se presentan como una forma de enfrentar la realidad, donde los personajes encuentran un escape y una manera de explorar sus propias dinámicas internas.

A través de una prosa vívida y evocadora, Bolaño explora la intersección entre los mundos lúdicos y la vida cotidiana, introduciendo una serie de personajes oscuros y enigmáticos que influyen en las percepciones y decisiones de Udo y su entorno. “El Tercer Reich” presenta una mezcla de elementos de misterio, exploración psicológica y observaciones sociales, todo enmarcado en el contexto particular de una Costa Brava marcada por un pasado histórico y personajes intrigantes.

La novela es un ejemplo temprano del estilo literario distintivo de Bolaño, donde la realidad y la ficción se entrelazan, y las preocupaciones culturales y políticas subyacen en las interacciones y experiencias de los personajes. “El Tercer Reich” establece muchas de las temáticas y técnicas literarias que se convertirían en características distintivas de la obra de Bolaño en el transcurso de su carrera literaria.

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Para Catalina López

A veces jugamos con vendedores ambulantes, otras con veraneantes, y hace dos meses hasta pudimos condenar a un general alemán a veinte años de reclusión. Llegó de paseo con su esposa, y sólo mi arte lo salvó de la horca.

El desperfecto,
FRIEDRICH DÜRRENMATT

20 de agosto

Por la ventana entra el rumor del mar mezclado con las risas de los últimos noctámbulos, un ruido que tal vez sea el de los camareros recogiendo las mesas de la terraza, de vez en cuando un coche que circula con lentitud por el Paseo Marítimo y zumbidos apagados e inidentificables que provienen de las otras habitaciones del hotel. Ingeborg duerme; su rostro semeja el de un ángel al que nada turba el sueño; sobre el velador hay un vaso de leche que no ha probado y que ahora debe estar caliente, y junto a su almohada, a medias cubierto por la sábana, un libro del investigador Florian Linden del que apenas ha leído un par de páginas antes de caer dormida. A mí me sucede todo lo contrario: el calor y el cansancio me quitan el sueño. Generalmente duermo bien, entre siete y ocho horas diarias, aunque muy raras veces me acuesto cansado. Por las mañanas despierto fresco como una lechuga y con una energía que no decae al cabo de ocho o diez horas de actividad. Que yo recuerde, así ha sido siempre; es parte de mi naturaleza. Nadie me lo ha inculcado, simplemente soy así y con esto no quiero sugerir que sea mejor o peor que otros; la misma Ingeborg, por ejemplo, que los sábados y domingos no se levanta hasta pasado el mediodía y durante la semana sólo una segunda taza de café —y un cigarrillo— consiguen despertarla del todo y empujarla hacia el trabajo. Esta noche, sin embargo, el cansancio y el calor me quitan el sueño. También, la voluntad de escribir, de consignar los acontecimientos del día, me impide meterme en la cama y apagar la luz.

El viaje transcurrió sin ningún percance digno de mención. Nos detuvimos en Estrasburgo, una bonita ciudad, aunque yo ya la conocía. Comimos en una especie de supermercado en el borde de la autopista. En la frontera, al contrario de lo que nos habían advertido, no tuvimos que hacer cola ni esperar más de diez minutos para pasar al otro lado. Todo fue rápido y de manera eficiente. A partir de entonces conduje yo pues Ingeborg no confía mucho en los automovilistas nativos, creo que debido a una mala experiencia en una carretera española, hace años, cuando aún era una niña y venía de vacaciones con sus padres. Además, como es natural, estaba cansada.

En la recepción del hotel nos atendió una chica muy joven, que se desenvuelve bastante bien con el alemán, y no hubo ningún problema para encontrar nuestras reservas. Todo estaba en orden y cuando ya subíamos divisé en el comedor a Frau Else; la reconocí de inmediato. Arreglaba una mesa mientras le indicaba algo a un camarero que, a su lado, sostenía una bandeja llena de botellines de sal. Iba vestida con un traje verde y en el pecho llevaba enganchada la chapa metálica con el emblema del hotel.

Los años apenas la habían tocado.

La visión de Frau Else me hizo evocar los días de mi adolescencia con sus horas sombrías y sus horas luminosas; mis padres y mi hermano desayunando en la terraza del hotel, la música que a las siete de la tarde comenzaban a esparcir por la planta baja los altavoces del restaurante, las risas sin sentido de los camareros y las partidas que se organizaban entre muchachos de mi edad para salir a nadar de noche o ir a las discotecas. ¿En aquella época cuál era mi canción favorita? Cada verano había una nueva, en algo semejante a la del año anterior, tarareada y silbada hasta la saciedad y con la que solían cerrar la jornada todas las discotecas del pueblo. Mi hermano, que siempre ha sido exigente en lo musical, seleccionaba con esmero, antes de comenzar las vacaciones, las cintas que habrían de acompañarlo; yo, por el contrario, prefería que fuese el azar quien pusiese en mis oídos una melodía nueva, inevitablemente la canción del verano. Me bastaba con escucharla dos o tres veces, por pura casualidad, para que sus notas me siguieran a través de los días soleados y de las nuevas amistades que iban festoneando nuestras vacaciones. Amistades efímeras, vistas desde mi óptica actual, concebidas sólo para ahuyentar la más mínima sospecha de aburrimiento. De todos aquellos rostros apenas unos cuantos perduran en mi memoria. En primer lugar, Frau Else, cuya simpatía me conquistó desde el primer instante, lo que me valió ser el blanco de las bromas y chirigotas de mis padres, quienes incluso llegaron a burlarse de mí en presencia de la mismísima Frau Else y de su marido, un español cuyo nombre no recuerdo, haciendo alusiones acerca de unos pretendidos celos y de la precocidad de los jóvenes, que consiguieron ruborizarme hasta las uñas y que en Frau Else despertaron un tierno sentimiento de camaradería. A partir de entonces creí ver en su trato conmigo un calor mayor que el dispensado al resto de mi familia. También, pero en un nivel distinto, José (¿se llamaba así?), un chico de mi edad que trabajaba en el hotel y que nos llevó, a mi hermano y a mí, a lugares que sin él no hubiéramos pisado nunca. Cuando nos despedimos, tal vez adivinando que el próximo verano no lo pasaríamos en el Del Mar, mi hermano le regaló un par de cintas de rock y yo mis viejos pantalones vaqueros. Diez años han pasado y aún recuerdo las lágrimas que de pronto se le saltaron a José, con el pantalón doblado en una mano y las cintas en la otra, sin saber qué hacer o decir, murmurando en un inglés del que mi hermano constantemente se burlaba: adiós, queridos amigos, adiós, queridos amigos, etcétera, mientras nosotros le decíamos en español —idioma que hablábamos con cierta fluidez, no en balde nuestros padres llevaban años pasando sus vacaciones en España— que no se preocupara, que el próximo verano volveríamos a estar juntos como los Tres Mosqueteros, que dejara de llorar. Recibimos dos postales de José. Yo contesté, a mi nombre y de mi hermano, la primera. Luego lo olvidamos y de él nunca más se supo. Hubo también un muchacho de Heilbronn llamado Erich, el mejor nadador de la temporada, y una tal Charlotte que prefería tomar el sol conmigo aunque mi hermano estaba loco de remate por ella. Caso aparte es la pobre tía Giselle, la hermana menor de mi madre, que nos acompañó durante el penúltimo verano que pasamos en el Del Mar. Tía Giselle amaba por encima de todo el toreo y su voracidad por esta clase de espectáculo no tenía límites. Imborrable recuerdo: mi hermano conduciendo el coche de mi padre con entera libertad, yo, a su lado, fumando sin que nadie me dijera nada, y tía Giselle en el asiento trasero contemplando embelesada los acantilados cubiertos de espuma bajo la carretera y el color verde oscuro del mar, con una sonrisa de satisfacción en sus labios tan pálidos, y tres pósters, tres tesoros, en su regazo, que daban fe de que ella, mi hermano y yo habíamos alternado con grandes figuras del toreo en la Plaza de Toros de Barcelona. Mis padres, ciertamente, desaprobaban muchas de las ocupaciones a las que tía Giselle se entregaba con tanto fervor, al igual que no les resultaba grata la libertad que ella nos concedía, excesiva para unos niños, según su manera de ver las cosas, aunque yo por entonces rondaba los catorce. Por otra parte siempre he sospechado que éramos nosotros quienes cuidábamos de tía Giselle, tarea que mi madre nos imponía sin que nadie se diera cuenta, de forma sutil y llena de aprensiones. Sea como fuere, tía Giselle sólo estuvo con nosotros un verano, el anterior al último que pasamos en el Del Mar.

Poco más es lo que recuerdo. No he olvidado las risas en las mesas de la terraza, los supertanques de cerveza que se vaciaban ante mi mirada de asombro, los camareros sudorosos y oscuros agazapados en un rincón de la barra conversando en voz baja. Imágenes sueltas. La sonrisa feliz y los repetidos gestos de asentimiento de mi padre, un taller donde alquilaban bicicletas, la playa a las nueve y media de la noche, aún con una tenue luz solar. La habitación que entonces ocupábamos era distinta a esta que ocupamos ahora; no sé si mejor o peor, distinta, en un piso más bajo, y más grande, suficiente para que cupieran cuatro camas, y con un balcón amplio, de cara al mar, en donde mis padres solían instalarse por las tardes, después de comer, a jugar infinitas partidas de naipes. No estoy seguro de si teníamos baño privado o no. Probablemente algunos veranos sí y otros no. Nuestra habitación actual sí que tiene baño propio, y además un bonito y espacioso clóset, y una enorme cama de matrimonio, y alfombras, y una mesa de hierro y mármol en el balcón, y un doble juego de cortinas, unas interiores de tela verde muy fina al tacto y otras exteriores, de madera pintada de blanco, muy modernas, y luces directas e indirectas, y unas bien disimuladas bocinas que con sólo apretar un botón transmiten música en frecuencia modulada… No cabe duda, el Del Mar ha progresado. La competencia, a juzgar por el rápido vistazo que pude dar desde el coche mientras enfilábamos el Paseo Marítimo, tampoco ha quedado rezagada. Hay hoteles que no recordaba y los edificios de apartamentos han crecido en los antiguos descampados. Pero todo esto son especulaciones. Mañana procuraré hablar con Frau Else y saldré a dar una vuelta por el pueblo.

¿También yo he progresado? Por supuesto: antes no conocía a Ingeborg y ahora estoy con ella; mis amistades son más interesantes y profundas, por ejemplo Conrad, que es como otro hermano para mí y que leerá estas páginas; sé lo que quiero y tengo una perspectiva mayor; soy económicamente independiente; al revés de lo que habitualmente sucedía en los años de adolescencia hoy jamás me aburro. Sobre la falta de aburrimiento Conrad dice que es la prueba de oro de la salud. Mi salud, según esto, debe ser excelente. Sin pecar de exagerado creo que estoy en el mejor momento de mi vida.

En gran medida la responsable de esta situación es Ingeborg. Encontrarla es lo mejor que me ha sucedido. Su dulzura, su gracia, la suavidad con que me mira hacen que lo demás, mis esfuerzos cotidianos y las zancadillas que me ponen los envidiosos, adquieran otra proporción, la justa proporción que me permite enfrentarme con los hechos y vencerlos. ¿En qué terminará nuestra relación? Lo digo porque las relaciones entre parejas jóvenes son hoy tan frágiles. No quiero pensarlo mucho. Prefiero la amabilidad; quererla y cuidarla. Por cierto, si acabamos casándonos, tanto mejor. Una vida entera al lado de Ingeborg, ¿podría pedir, en el plano sentimental, algo más?

El tiempo lo dirá. Por ahora su amor es… Pero no hagamos poesía. Estos días de vacaciones serán también días de trabajo. He de pedir a Frau Else una mesa más grande, o dos mesas pequeñas, para desplegar los tableros. Tan sólo de pensar en las posibilidades que ofrece mi nueva apertura y en los diferentes desarrollos alternativos que se pueden seguir me entran ganas de desplegar el juego ahora mismo y ponerme a verificarlo. Pero no lo haré. Sólo tengo cuerda para escribir un rato más; el viaje ha sido largo y ayer apenas dormí, en parte porque era la primera vez que Ingeborg y yo iniciaríamos unas vacaciones juntos y en parte porque volvería a pisar el Del Mar después de diez años de ausencia.

Mañana desayunaremos en la terraza. ¿A qué hora? Supongo que Ingeborg se levantará tarde. ¿Había un horario fijo para los desayunos? No lo recuerdo; creo que no; en cualquier caso también podemos desayunar en un café del interior del pueblo, un viejo local que siempre estaba lleno de pescadores y turistas. Con mis padres solíamos hacer todas las comidas en el Del Mar y en ese café. ¿Lo habrán cerrado? En diez años ocurren muchas cosas. Espero que aún esté abierto.

El Tercer Reich: Roberto Bolaño

Roberto Bolaño. Nació en Santiago de Chile el 28 de abril de 1953 y falleció en Barcelona el 14 de julio 2003. Fue un escritor chileno que tras su muerte se convirtió en uno de los escritores más influyentes de la literatura en lengua castellana, siendo tres de sus obras consideradas, por escritores y críticos, dentro de los primeros 15 puestos de los mejores libros de los últimos 25 años.

Bolaño pasó la mayor parte de su infancia en distintas ciudades de Chile y posteriormente, se mudó a México con su familia, su relación con sus padres era un tanto inestable y en el colegio sufrió dislexia, aunque aseguraba que no le afectaba a la hora de estudiar. México y sus vivencias allí quedan reflejados en varias de sus obras. Dejó la escuela secundaria y se dedicó a leer de forma voraz, sobre todo thrillers y literatura mexicana, mientras escribía sus primeras poesías y obras de teatro trabajaba en diferentes oficios.

Roberto Bolaño Ávalos, nació en Santiago de Chile el 28 de abril de 1953 y falleció en Barcelona el 14 de julio 2003. Fue un escritor chileno que tras su muerte se convirtió en uno de los escritores más influyentes de la literatura en lengua castellana, siendo tres de sus obras consideradas, por escritores y críticos, dentro de los primeros 15 puestos de los mejores libros de los últimos 25 años.

Bolaño pasó la mayor parte de su infancia en distintas ciudades de Chile y posteriormente, se mudó a México con su familia, su relación con sus padres era un tanto inestable y en el colegio sufrió dislexia, aunque aseguraba que no le afectaba a la hora de estudiar. México y sus vivencias allí quedan reflejados en varias de sus obras. Dejó la escuela secundaria y se dedicó a leer de forma voraz, sobre todo thrillers y literatura mexicana, mientras escribía sus primeras poesías y obras de teatro trabajaba en diferentes oficios.

En 1973 regresó a Chile, donde fue arrestado ocho días durante el golpe de estado. De vuelta a México trabajó con las vanguardias poéticas en un proceso de maduración literaria que fue llevándolo, poco a poco, a la narrativa. Bolaño junto con su gran amigo Mario Santiago Papasquiaro y otros dieciocho poetas, fundan el movimiento poético infrarrealismo.

A finales de los años 70 viaja a Europa hasta establecerse definitivamente en España, tras realizar todo tipo de trabajos mientras participaba en concursos literarios. Es en 1984 cuando gana su primer premio, el Félix Urabayen por La senda de los Elefantes. En 1985 se casó con Carolina López, quien conoció en Gerona, se establecieron en Blanes y tuvieron dos hijos.

A partir del diagnóstico de una grave enfermedad en 1992, Bolaño se lanza a escribir lo máximo posible, y con Los detectives salvajes (1998) -una de sus obras más celebradas- recibió el Premio Herralde y también el Rómulo Gallegos, un espaldarazo definitivo a su carrera.

Su obra final 2666, fue escrita mientras a Bolaño le quedaba cada vez menos tiempo de vida. La obra fue publicada en 2004 de forma póstuma. Tuvo grandes amigos del mundo literario como Javier Cercas, Jorge Volpi… que aún tras su muerte le recuerdan como un hombre carismático y uno de los líderes de la literatura contemporánea.

Tras su muerte la obra de Bolaño ha sido estudiada en profundidad y ha recibido el elogio unánime de la crítica, tanto en el mundo hispano como en el angloparlante. Se han recuperado varias novelas de su primera época y está prevista su publicación en los próximos años.