Resumen del libro:
H.P. Lovecraft, uno de los maestros del terror cósmico, nos sumerge en las profundidades marinas con su relato “El Templo”. Este autor estadounidense, reconocido por su influencia en el género del horror y lo sobrenatural, destaca por su estilo literario único que combina elementos de ciencia ficción, fantasía y terror para crear atmósferas inquietantes y perturbadoras.
“El Templo” nos lleva a través de las páginas de una bitácora, donde el protagonista, Karl Heinrich Graf von Altberg-Ehrenstein, Capitán de corbeta de la Marina Imperial Alemana, relata los eventos que rodearon al hundimiento de su submarino, el U-29. Lovecraft nos sumerge en un mundo oscuro y desconocido, donde la tensión y el misterio se entrelazan en cada línea.
La narrativa de Lovecraft se caracteriza por su habilidad para crear una sensación de inquietud y horror cósmico a través de la sugerencia y la ambigüedad. En “El Templo”, el autor utiliza esta técnica magistralmente, dejando al lector con una sensación de inquietud constante mientras explora los oscuros secretos que se esconden en las profundidades del océano.
A medida que la historia avanza, el lector se ve envuelto en un mundo de pesadilla poblado por extrañas criaturas y antiguos misterios. Lovecraft juega con la idea del desconocido y lo incomprensible, creando una atmósfera de horror existencial que sigue resonando mucho después de que se cierra el libro.
“El Templo” es un ejemplo perfecto del talento de Lovecraft para crear mundos oscuros y perturbadores que desafían la comprensión humana. Con su prosa evocadora y su capacidad para generar un sentido de anticipación y horror, este relato sigue siendo una lectura obligada para los amantes del género del terror cósmico.
Manuscrito encontrado en la costa de Yucatán
El 20 de agosto de 1917, yo, Karl Heinrich, Graf von Altberg-Ehrenstein, capitán de corbeta de la Marina Imperial Alemana y Comandante del submarino U-29, deposito esta botella con este informe en el Océano Atlántico, en un punto que desconozco, pero que probablemente se encuentra alrededor de los 20° latitud norte, 35° longitud oeste, donde yace mi barco, fuera de combate, en el fondo del océano. Lo hago porque quiero que se sepan públicamente ciertos hechos insólitos, ya que con toda probabilidad no sobreviviré para poder darlos a conocer en persona, toda vez que las circunstancias que me rodean son tan amenazadoras como extraordinarias, entre las que se incluye no sólo el U-29 inutilizado, sino también el derrumbamiento de mi férrea voluntad alemana de la manera más desastrosa.
La tarde del 18 de junio, tal como se informó por radio al U-61 con destino a Kiel, torpedeamos el carguero británico Victory, que iba de Nueva York a Liverpool, en la situación 45° 16’ latitud norte, 28° 34’ longitud oeste, permitiendo a la tripulación que abandonase el buque en botes, a fin de obtener una buena filmación de la escena para los archivos del Almirantazgo. El barco se hundió espectacularmente de proa: sacó la popa fuera del agua y se zambulló perpendicularmente hacia el fondo del mar. Nuestro cámara no perdió detalle, y siento que tan valiosa película no llegue jamás a Berlín. Después, hundimos los botes salvavidas con nuestros cañones y nos sumergimos.
Cuando salimos a la superficie, hacia el atardecer, encontramos en nuestra cubierta el cuerpo de un marinero, con las manos atenazadas a la barandilla de forma curiosa. El pobre diablo era joven, más bien moreno, y muy guapo; probablemente era italiano o griego, y pertenecía sin duda a la tripulación del Victory. Evidentemente, había buscado refugio en la misma nave que se había visto obligada a destruir la suya… una víctima más de esta injusta guerra de agresión que los perros ingleses mantienen contra la Patria. Nuestros hombres le registraron en busca de recuerdos, y encontraron en el bolsillo de su marinera un trozo de marfil muy extraño, tallado, que representaba una cabeza de joven con una corona de laurel. Mi oficial, el alférez de navío Klenze, opinó que el objeto era muy antiguo y de gran valor artístico, así que se lo confiscó a los hombres y se lo quedó. Pero ni a él ni a mí se nos ocurría cómo habría llegado a manos de un simple marinero.
Al ser arrojado el muerto por la borda ocurrieron dos incidentes que causaron gran inquietud entre la tripulación. Le habían cerrado los ojos al infeliz; pero al desprender su cuerpo de la barandilla se le volvieron a abrir, y muchos tuvieron la curiosa impresión de que miraron fijamente, y como con burla, a Schmidt y a Zimmer, que estaban inclinados sobre su cadáver. Al contramaestre Müller, hombre maduro que habría llegado más lejos de no haber sido un cochino y supersticioso alsaciano, le excitó de tal modo esta impresión, que siguió observando el cadáver en el agua, y juró que, tras sumergirse un poco, puso los brazos y las piernas en posición de nado, y desapareció velozmente bajo las olas en dirección sur. A Klenze y a mí no nos gustaron estas muestras de ignorancia propias de paletos, y amonestamos severamente a los hombres, particularmente a Müller.
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