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El sueño de una noche de verano

Libro El sueño de una noche de verano, de William Shakespeare

Resumen del libro:

William Shakespeare, el prolífico dramaturgo isabelino, nos regala con “El Sueño de una Noche de Verano” una comedia romántica inmortal que ha dejado su marca en el panteón de la literatura teatral mundial. Escrita alrededor de 1595, la obra se erige como un tesoro literario, presumiblemente concebido para conmemorar la boda de Sir Thomas Berkeley y Elizabeth Carey en febrero de 1596.

En este fascinante entramado de sueños y realidades, Shakespeare teje varias narrativas que convergen en las festividades de la boda entre Teseo e Hipólita. Dos parejas nobles, Lisandro y Hermia, Demetrio y Elena, se debaten entre el sufrimiento y el deleite por el amor, mientras un grupo de cómicos despreocupados añade una dosis de humor a la trama. Quincio, Snug, Bottom, Flauto, Snowt y Starveling, con sus enredos y desventuras, ofrecen momentos hilarantes que complementan la tensión romántica de las parejas nobles.

La magia se despliega en el reino de las hadas, donde personajes encantados como Puck, el travieso e ingenioso duende, y los monarcas Oberón y Titania, reinan sobre un dominio saturado de encantamientos y caprichos mágicos. En este escenario de fantasía, la realidad y el ensueño se entrelazan, llevando al espectador por un viaje inolvidable de amor y diversión.

La habilidad distintiva de Shakespeare para entrelazar diversos elementos narrativos se manifiesta de manera magistral en esta obra. Los personajes, ricos en matices, y la maestría del autor para equilibrar la comedia con la poesía se conjugan para crear una experiencia teatral única. “El Sueño de una Noche de Verano” perdura como un testimonio atemporal de la maestría literaria de Shakespeare, que trasciende las barreras del tiempo y sigue cautivando a audiencias de todas las épocas.

ESCENA PRIMERA

Atenas. Cuarto en el palacio de Teseo.

Entran TESEO, HIPÓLITA, FILÓSTRATO y acompañamiento.

TESEO.—No está lejos, hermosa Hipólita, la hora de nuestras nupcias, y dentro de cuatro felices días principará la luna nueva; pero ¡ah!, ¡con cuánta lentitud se desvance la anterior! Provoca mi impaciencia como una suegra o una tía que no acaba de morirse nunca y va consumiendo las rentas del heredero.

HIPÓLITA.—Pronto declinarán cuatro días en cuatro noches, y cuatro noches harán pasar rápidamente en sueños el tiempo; y entonces la luna, que parece en el cielo un arco encorvado, verá la noche de nuestras solemnidades.

TESEO.—Ve, Filóstrato, a poner en movimiento la juventud ateniense y prepararla para las diversiones: despierta el espíritu vivaz y oportuno de la alegría y quede la tristeza relegada a los funerales. Esa pálida compañera no conviene a nuestras fiestas.

(Sale FILÓSTRATO.)

Hipólita, gané tu corazón con mi espada, causándote sufrimientos; pero me desposaré contigo de otra manera: en la pompa, el triunfo y los placeres.

(Entran EGEO, HERMIA, LISANDRO y DEMETRIO.)

EGEO.—¡Felicidades a nuestro afamado duque Teseo!

TESEO.—Gracias, buen Egeo ¿Qué nuevas traes?

EGEO.—Lleno de pesadumbre vengo, a quejarme contra mi hija Hermia. Avanzad, Demetrio. Noble señor, este hombre había consentido en casarse con ella… Avanzad Lisandro. Pero éste, bondadoso duque, ha seducido el corazón de mi hija. Tú, Lisandro, tú le has dado rimas y cambiado con ella presentes amorosos; has cantado a su ventana en las noches de la luna con engañosa voz versos de fingido afecto, y has fascinado las impresiones de su imaginación con brazaletes de tus cabellos, anillos, adornos, fruslerías, ramilletes, dulces y bagatelas, mensajeros que las más veces prevalecen sobre la inexperta juventud; has extraviado astutamente el corazón de mi hija y convertido la obediencia que me debe en ruda obstinación. Así, mi benévolo duque, si aquí en presencia de vuestra alteza no consiente en casarse con Demetrio, reclamo el antiguo privilegio de Atenas: siendo mía, puedo disponer de ella, y la destino a ser esposa de este caballero o morir según la ley establecida para este caso.

TESEO.—¿Qué decís, Hermia? Tomad consejo, hermosa doncella. Vuestro padre debe ser a vuestros ojos como un dios. Él es autor de vuestras bellezas, sois como una forma de cera modelada por él, y tiene el poder de conservar o borrar la figura. Demetrio es un digno caballero.

HERMIA.—También lo es Lisandro.

TESEO.—Lo es en sí mismo; pero faltándole en esta coyuntura el favor de vuestro padre, hay que considerar como más digno el otro.

HERMIA.—Desearía solamente que mi padre pudiese mirar con mis ojos.

TESEO.—Más bien vuestro discernimiento debería mirar con los ojos de vuestro padre.

HERMIA.—Que vuestra alteza me perdone. No sé qué poder me inspira audacia, ni como podrá convenir a mi modestia el abogar por mis sentimientos en presencia de tan augusta persona; pero suplico a vuestra alteza que se digne decirme cual es el mayor castigo en este caso si rehúso casarme con Demetrio.

TESEO.—O perder la vida o renunciar para siempre a la sociedad de los hombres. Consultad pues, hermosa Hermia, vuestro corazón, daos cuenta de vuestra tierna edad, examinad bien vuestra índole para saber si en el caso de resistir a la voluntad de vuestro padre podréis soportar la librea de una vestal, ser para siempre aprisionada en el sombrio claustro, pasar toda la vida en estéril fraternidad entonando cánticos desmayados a la fría y árida luna. Tres veces benditas aquellas que pueden dominar su sangre y sobrellevar esta casta peregrinación; pero en la dicha terrena más vale la rosa arrancada del tallo que la que marchitándose sobre la espina virgen crece, vive y muere solitaria.

HERMIA.—Así quiero crecer, señor, y vivir y morir, antes que sacrificar mi virginidad a un yugo que mi alma rechaza y al cual no puedo someterme.

TESEO.—Tomad tiempo para reflexionar; y por la luna nueva, día en que se ha de sellar el vínculo de eterna compañía entre mi amada y yo, preparaos a morir por desobediencia a vuestro padre, o a desposaros con Demetrio, o a abrazar para siempre en el altar de Diana la vida solitaria y austera.

DEMETRIO.—Cede, dulce Hermia. Y tú, Lisandro, renuncia a tu loca pretensión ante la evidencia de mi derecho.

LISANDRO.—Demetrio, tenéis el amor de su padre. Dejadme el de Hermia. Casaos con él.

EGEO.—Desdeñoso Lisandro, es verdad que tiene mi amor y por eso le doy lo que es mío. Ella es mía, y cedo a Demetrio todo mi poder sobre ella.

LISANDRO.—Señor, tan bien nacido soy como él y mi posición es igual a la suya; pero mi amor le aventaja. Mi fortuna es en todos los casos considerada tan alta, si no más, que la de Demetrio. Y lo que vale más que todas estas ostentaciones, soy el amado de la hermosa Hermia. ¿Por qué, pues, no habría yo de sostener mi derecho? Demetrio, lo digo en su presencia, cortejó a Elena, la hija de Nedar, y conquistó su corazón; y ella, pobre señora, ama entrañablemente, ama con idolatría a este hombre inconstante y desleal.

TESEO.—Confieso haber oído referir esto mismo y me proponía a hablar sobre ello con Demetrio; pero agobiado por innumerables negocios, perdí de vista aquel intento. Sin embargo, venid, Egeo y Demetrio; debo comunicaros algunas instrucciones. Y en cuanto a vos, bella Hermia, haced el ánimo de acomodaros a la voluntad de vuestro padre; o, si no, a sufrir la ley de Atenas, que en manera alguna podemos atenuar, la cual os condena a la muerte o al voto de vida célibe. Ven, Hipólita mía, ¿qué regocijo idearemos, amor mío? Venid también Egeo y Demetrio; tengo que emplearos en lo relativo a mis nupcias y conferenciar con vosotros acerca de algo que de un modo más inmediato os concierne.

EGEO.—Por deber y por afecto os seguimos.

(Salen TESEO, HIPÓLITA, EGEO, DEMETRIO y el séquito.)

LISANDRO.—¿Y bien, amor mío? ¿Por qué palidecen tanto tus mejillas? ¿Cómo es que sus rosas se decoloran tan pronto?

HERMIA.—Parece que por falta de lluvia; si bien podría yo regarlas de sobra con la tormenta de mis ojos.

LISANDRO.—¡Ay de mí! Cuanto llegué a leer o a escuchar, ya fuese de historia o de romance, muestra que jamás el camino del verdadero amor se vio exento de borrascas. Unas veces nacen los obstáculos de la diversidad de las condiciones.

HERMIA.—¡Oh manantial de contradicciones y desgracias, el amor que sujeta al príncipe a los pies de la humilde pastora!

LISANDRO.—Otras veces está la desproporción en los años.

HERMIA.—Triste espectáculo ver el otoño unido a la primavera.

LISANDRO.—Otras, en fin, forzaron a la elección las ciegas cábalas de amigos imprudentes.

HERMIA.—¡Oh infierno! ¡Elegir amor por los ojos de otro!

“El sueño de una noche de verano” de William Shakespeare

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