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El simple arte de matar

El simple arte de matar - Raymond Chandler

El simple arte de matar - Raymond Chandler

Resumen del libro:

En el ensayo «El simple arte de matar» Raymond Chandler critica a los escritores que convirtieron la literatura policíaca en un género ligero centrado en la resolución de un enigma y reivindica la novela detectivesca realista, la llamada literatura «hard-boiled», y la obra de Dashiell Hammett, quien logró que los asesinatos fueran más humanos. Esta edición recoge el célebre ensayo seguido de los ocho relatos pulp previos a su primera novela que el propio Chandler escogió para que fueran reeditados en 1950 en un volumen homónimo.

1

Big John Masters era grande, gordo y grasiento. Tenía unos mofletes lustrosos y azulados, y unos dedos muy gruesos cuyos nudillos eran hoyuelos. Llevaba el pelo castaño peinado hacia atrás desde la frente y vestía un traje color vino con bolsillos pegados, una corbata color vino y una camisa de seda color cobrizo. Había mucha vitola roja y dorada en el grueso cigarro que tenía entre los labios.

Arrugó la nariz, miró otra vez su carta tapada, procuró no sonreír y dijo:

—Dame otra, Dave. Y no me vengas con historias.

Había un cuatro y un dos destapados. Dave Aage los miró solemnemente desde el otro lado de la mesa y bajó la mirada hacia su mano. Era muy alto y delgado, de cara larga y huesuda, y el pelo del color de la arena mojada. Sostuvo la baraja en la palma de la mano, lentamente dio la vuelta a la carta de encima y la tiró sobre la mesa con un giro de muñeca. Era la reina de picas.

Big John Masters abrió mucho la boca, agitó el cigarro y soltó una risita.

—Paga, Dave. Por una vez, una mujer ha tenido razón.

Con una floritura mostró su carta tapada: un cinco.

Dave Aage sonrió educadamente pero no se movió. El timbre de un teléfono sonó apagado cerca de él, detrás de unas largas cortinas de seda que enmarcaban unas altísimas ventanas góticas. Se sacó el cigarrillo de la boca y lo depositó con cuidado en el borde de un cenicero que había sobre un taburete junto a la mesa de juego. Extendió la mano tras la cortina, en busca del teléfono.

Saludó con voz fría, casi susurrante, y después escuchó durante mucho tiempo. Nada cambió en sus ojos verdosos, ningún temblor de emoción sacudió su estrecho rostro. Masters se retorció y mordió con fuerza su cigarro.

Finalmente, Aage dijo:

—Vale, tendrás noticias nuestras.

Colgó el teléfono y volvió a colocarlo detrás de la cortina.

Recuperó su cigarrillo y se tiró del lóbulo de una oreja. Masters soltó un taco.

—¿Qué te reconcome, por el amor de Dios? Dame diez pavos.

Aage sonrió sin ganas y se echó hacia atrás. Echó mano a un vaso, bebió un sorbo, lo dejó y habló sin despegar el cigarrillo de sus labios. Todos sus movimientos eran lentos, meditados, casi ausentes.

—Somos un par de tíos listos, ¿verdad, John? —dijo.

—Sí, somos los amos de la ciudad. Pero eso no me ayuda nada en el blackjack.

—Faltan dos meses para las elecciones, ¿no es verdad, John?

Masters le hizo una mueca, pescó en su bolsillo un cigarro nuevo y se lo encajó en la boca.

—¿Y qué?

—Supón que le pasara algo a nuestro peor rival. Ahora mismo. ¿Estaría bien o no?

El simple arte de matar – Raymond Chandler

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