El signo del gato

Resumen del libro: "El signo del gato" de

“El Signo del Gato” es una colección de 21 cuentos que abarca la prolífica carrera literaria de Ray Bradbury, uno de los grandes exponentes de la literatura norteamericana del siglo XX. Escritos a lo largo de casi seis décadas, desde 1946 hasta 2005, estos relatos son auténticas gemas que comparten la característica de observar el comportamiento humano en sus múltiples facetas: desde la lucidez hasta la ruindad, pasando por la absurdez.

A lo largo de estas páginas, Bradbury aborda temas universales como el racismo, el amor, el poder y la infancia, dándoles una nueva perspectiva a través de su pluma magistral. Sin embargo, no se limita a lo cotidiano, sino que también nos transporta a mundos de ciencia ficción donde viajes en el tiempo y encuentros con alienígenas se entrelazan con la realidad de manera sorprendente.

El libro comienza con un revelador prólogo que arroja luz sobre la mente creativa del autor y su enfoque hacia la dimensión fantástica de la realidad. Bradbury se revela como un maestro en la creación de atmósferas cautivadoras y personajes memorables que resuenan en la mente del lector mucho después de haber cerrado el libro.

Ray Bradbury, con su capacidad única para tejer mundos imaginarios y su aguda observación de la naturaleza humana, se consolida como un autor imprescindible e inolvidable en la literatura contemporánea. “El Signo del Gato” es una obra que no solo encapsula su genio literario, sino que también invita al lector a reflexionar sobre la complejidad y diversidad del ser humano en todas sus manifestaciones.

Libro Impreso EPUB

Para Maggie.
Porque siempre ha sido y será como tejerle un pijama a un gato.

En memoria de Skip, que fue un buen hermano y un buen amigo con el que compartí aquellos primeros y maravillosos años en Green Town, Illinois.

Gracias a Donn Albright por rebuscar en mi sótano y dar con unas historias que había olvidado que había escrito.
Sigues siendo mi mejor perro cobrador.

Introducción:
Vivito y coleando… y escribiendo

¿Qué queda por decir de mi yo secreto, de mi subconsciente, de mi demonio creativo, que es quien escribe estas historias por mí?

Voy a intentar dar con una perspectiva nueva para explicar este proceso que me ha mantenido vivito y coleando y escribiendo durante setenta años.

«Crisálida» y «El completista» son dos buenos ejemplos de la manera en la que he intentado escribir desde la década de los cuarenta hasta ahora. (Nota: La «Crisálida» que aparece en este recopilatorio es diferente del relato con el mismo título que publiqué en la revista Amazing Stories en 1946 y que apareció más tarde en el recopilatorio Cuentos espaciales. Sencillamente, me gustaba tanto el título que lo utilicé dos veces).

Allá por los largos veranos de la década de los cuarenta, pasaba todo mi tiempo libre en la playa, como mi hermano. A él le encantaba surfear y a mí me gustaba tomar las olas con el cuerpo. Solía acercarme al muelle de Santa Mónica y acabé conociendo a todos los jugadores de voleibol y a los culturistas. Entre los amigos que hice había alguno de color, en aquel tiempo todo el mundo decía «de color», eso de «negro» o «afroamericano» llegó años más tarde.

Me intrigaba muchísimo saber si la gente de color se bronceaba. Hasta conocerlos a ellos nunca se me había pasado siquiera por la cabeza. Así que la historia estaba ahí y decidí escribirla; no obstante, «Crisálida» se publica ahora por primera vez. Escribí la historia y la dejé a un lado muchos años antes de que empezase el movimiento de derechos civiles, así que es un producto de su época, pero, aun así, creo que supera el examen del tiempo.

«Actuaremos con naturalidad» es el resultado de que una sirvienta negra que se llamaba Susan me criara en casa de mi abuela a tiempo parcial. Era una mujer maravillosa y recuerdo esperar con ansiedad su llegada una vez a la semana durante mi infancia. Cuando mi familia se mudó al oeste en 1934, perdí el contacto con la mayoría de mis amigos de Waukegan, incluida Susan. Recuerdo que me escribió una carta en la que me preguntaba si podía ser la sirvienta de mi familia. Por desgracia, nos encontrábamos en mitad de la Gran Depresión y mi padre estaba sin trabajo y mi hermano tuvo que unirse al Cuerpo de Conservación Civil para no ser una carga para la familia. Éramos muy pobres y apenas conseguíamos mantener la cabeza fuera del agua. Respondí a Susan para darle las gracias por su amabilidad y desearle lo mejor. Aquello me hizo pensar que algún día podría viajar de vuelta a Waukegan para visitar a mis amigos y ver a Susan una vez más. No pudo ser, pero este relato es el resultado de imaginarme ese futuro… sin ser la persona que me gustaría ser. Supe de Susan muchos años después y me alegró saber que había conseguido sobrevivir bien a la última parte de la Gran Depresión.

«El completista» es otro tipo de historia. Hace años, durante un viaje por el Atlántico, Maggie, mi esposa, y yo conocimos a un increíble coleccionista de libros que había fundado una biblioteca. Pasamos horas con él y me intrigaron las historias que nos contó de su fabulosa vida. Al final de este encuentro, tanto Maggie como yo nos quedamos muy sorprendidos por algo que sucedió y que descubrirás en la historia. Recordé el viaje y al caballero durante veinte años y no hice nada con la historia que me ofreció.

Durante las últimas seis semanas ha sucedido algo extraño y sorprendente. Resulta que mi esposa enfermó a principios de noviembre, acabó en el hospital y murió justo antes de Acción de Gracias. Durante su enfermedad y desde entonces, por primera vez en setenta años, mi demonio interior ha permanecido en silencio. Mi musa, mi Maggie, había muerto y mi demonio no sabía qué hacer.

A medida que pasaban los días, las semanas, empecé a preguntarme si volvería a escribir alguna vez. No estaba acostumbrado a despertar por la mañana y que mi teatro privado no se pusiera a representar ideas en mi cabeza.

Sin embargo, una mañana, hace unos pocos días, me desperté y me encontré con «El completista», con ese caballero, sentado a los pies de la cama, esperándome. Me dijo: «Venga, escribe mi historia de una vez». Ansioso por primera vez en más de un mes, llamé a Alexandra, mi hija, y le dicté el relato.

Espero que compares «Crisálida» y «El completista» y descubras que, aunque haya pasado el tiempo, mi habilidad para entender una metáfora en cuanto la veo no ha cambiado. Mi habilidad para escribir, en cualquier caso, era mucho más primitiva cuando escribí «Crisálida», pero la idea es fuerte y merece la pena tenerla en cuenta.

«Cuestión de gustos» es el resultado de encontrarme con arañas durante una buena parte de mi vida, ya fuera en las pilas de leña de Tucson o en la carretera a México D. F., en la que en una ocasión vimos una araña tan grande que hasta bajamos del coche para examinarla. Era más grande que mi mano y bastante bonita y peluda. Ya de vuelta a California, me di cuenta de que en todos los garajes de Los Ángeles hay varias docenas de viudas negras y, claro, has de andarte con cuidado para que estos bichos no te piquen, porque son muy venenosos. Siempre me he preguntado cómo tiene que ser que tu esqueleto esté en el exterior en vez de en el interior. «Cuestión de gustos» es una ampliación de ese concepto, que es por lo que retrato un mundo de arañas en un planeta lejano que son mucho más inteligentes que los astronautas intrusos que llegan y se las encuentran. Este fue el principio de un guion que se titulaba Vinieron del espacio y que escribí para la Universal unos meses después. Así que una historia que tenía mucho que ver con mi imaginación acabó en un estudio y dio pie a una película que no estaba nada mal.

En cuanto a las demás historias de este recopilatorio, la mayoría de ellas se me ocurrieron así, sin más, y las escribí al vuelo.

Hace seis meses, un día, estaba firmando libros junto con un joven amigo y empezamos a hablar de los casinos indios que hay por los Estados Unidos. De improviso, se me ocurrió decirle: «¡A que estaría bien que un montón de senadores borrachos se jugaran los Estados Unidos con el jefe de un casino indio!». Nada más decirlo, grité: «¡Lápiz y papel, por favor!» y me puse con la historia y la acabé unas horas después.

Hace seis meses también, echándole una ojeada a un ejemplar del The New Yorker, vi una serie de fotografías de okis supuestamente tomadas en los años treinta mientras se dirigían al oeste por la Ruta 66. Cuando me puse a leer el artículo, descubrí que de okis no tenían nada, sino que eran modelos neoyorquinos vestidos con ropas antiguas de campo y posando en Nueva York hacía cosa de un año. Me quedé de un aire al descubrirlo y me enfurecí: ¡cómo era posible que convirtieran un capítulo tan trágico de nuestra historia en carnaza para una fotografía de moda! Fue entonces cuando decidí escribir «Sesenta y seis».

Este libro también está lleno de mi amor por mis escritores preferidos. Nunca me he sentido celoso de mis grandes amores, como F. Scott Fitzgerald, Melville, Poe, Wilde y demás, ni los he envidiado, lo único que he querido es unirme a ellos en las baldas de las bibliotecas.

Siempre he estado tan preocupado por la salud mental y la creatividad de Fitzgerald que, una y otra vez, he inventado máquinas del tiempo con las que viajar a su época y salvarlo de sí mismo, una tarea imposible, qué duda cabe, pero mi amor por él me lo exigía. En este recopilatorio verás que soy un defensor de la fe que ayuda a Scotty a acabar el trabajo que debería haber acabado mientras le repito una y otra vez que no adore el dinero y que se aleje de los estudios cinematográficos.

Por la autopista que va a Pasadena, hace varios años, vi las fabulosas pintadas que había en las paredes de cemento y en los puentes, donde artistas anónimos se habían colgado para dar forma a sus milagrosos murales. Aquella idea me intrigó tanto que al final del viaje escribí: «¡Olé, Orozco! ¡Siqueiros, sí!».

El trasfondo de la historia acerca del tren fúnebre de Lincoln, «El tren fúnebre de John Wilkes Booth / Warner Brothers / MGM/NBC», podría parecer bastante obvio, dado que vivimos en una época en la que la publicidad parece un método de vida y en la que se ignoran las realidades de la historia y se homenajea a los villanos en vez de a los héroes.

«Todos mis enemigos están muertos» es una historia bastante evidente. A medida que envejecemos, no solo descubrimos que nuestros amigos van desvaneciéndose en el tiempo, sino que los enemigos que abusaron de nosotros en el colegio se desvanecen también y que, poco a poco, vamos dejando de tener recuerdos hostiles. Decidí llevar este concepto hasta el final.

«El eterno Orient Express de R. B., G. K. C. y G. B. S.» no es una historia como tal, sino una historia-poema, y es la demostración del gran amor que siento por la biblioteca y sus autores desde que tenía ocho años. No fui a la universidad, así que la biblioteca se convirtió en mi punto de reunión con gente como G. K. Chesterton, Shaw y el resto del fabuloso grupo que habitaba las estanterías. Mi sueño era entrar en una biblioteca y ver uno de mis libros entre los suyos. Nunca me sentí celoso de mis héroes, ni los envidié, tan solo quería trotar como un perrito faldero alrededor de su fama. El poema me salió un día, continuo, de golpe, como si yo, cuan silencioso ratón, pudiera escucharlos mantener sus fabulosas conversaciones. Si hay algo que represente mi objetivo en la vida es este poema, y es por lo que decidí incluirlo aquí.

En resumidas cuentas, que la mayoría de estas historias me pillaron en varios momentos de la vida y no quisieron soltarme hasta que no las escribí.

Mi demonio habla. Ahora solamente falta que lo escuches.

El signo del gato: Ray Bradbury

Ray Bradbury. (1920-2012) Escritor americano, fue conocido por sus obras dedicadas a la ciencia ficción, el terror y la fantasía, siendo considerado uno de los grandes maestros del género fantástico del siglo XX. Bradbury nació en una familia humilde y no cursó estudios universitarios, completando su formación de manera autodidacta a través de bibliotecas públicas. De hecho, su amor por las bibliotecas se tradujo posteriormente en una defensa a ultranza del sistema de bibliotecas americanas.

Se inició joven en la escritura, con especial atención al relato corto, siendo publicado en numerosas revistas literarias. En 1940 publicó su primera antología Dark Carnival, a la que seguirán otras como Crónicas marcianas, obra que se hizo muy popular, sobre todo tras la adaptación que se hizo en los años 80 para la televisión.

Pero fue, sin duda, su obra distópica Farenheit 451 el detonante de su fama y éxito, gracias a la excelente versión de François Truffaut que se convirtió en todo un clásico cinematográfico. Otras obras de Bradbury que fueron adaptadas fueron El hombre ilustrado, El carnaval de las tinieblas o El sonido del trueno.

A lo largo de su carrera, Bradbury recibió premios como el Seiun, el Locus, el World Fantasy Award, el Saturn, el Stoker, el Reino de Redonda o el Retro Hugo a la mejor novela de 1953 por Farenheit 451.