El Sexto
Resumen del libro: "El Sexto" de José María Arguedas
Decía Gonzalo Torrente Malvido que “El sexto” es la mejor novela sobre la cárcel en lengua española, pero sobre esto y como escribiera Mario Vargas Llosa, la prisión es solo un medio, el decorado que usa Arguedas para representar un drama que lo hostigó toda su vida y que, sin duda, contribuyó a forjar la crisis que culminó con su suicidio: el de la marginalidad. en efecto, sobre el légamo de sordidez de la prisión, por donde campan degenerados de toda laya, y donde, por si fuera poco, se disputan enconadas batallas políticas entre apristas y comunistas por un país que se halla a extramuros, despunta, como único recurso para cualquier existencia posible, un lirismo y una nostalgia, que dotan al relato de una vivacidad y de una genuinidad…
La novela empieza con el ingreso del joven Gabriel a la prisión de El Sexto, en pleno centro de Lima, donde oye los cánticos de los presos políticos: los apristas cantan a todo pulmón «La marsellesa aprista» y los comunistas el himno de «La Internacional». Gabriel es un estudiante universitario involucrado en una protesta contra la dictadura que rige al país y por ello es conducido al pabellón destinado a los presos políticos, situado en el tercer piso del penal. Es introducido en una celda, que compartirá en adelante con Alejandro Cámac Jiménez, un sindicalista minero de la sierra central, preso por comunista.
Cámac se convierte para Gabriel en el guía y consejero en ese submundo donde se encuentra «lo peor y lo mejor del Perú». La cárcel está dividida en tres niveles: en el primer piso se encuentran los delincuentes más peligrosos y prontuariados; en el segundo están los delincuentes no avezados (violadores, ladrones primerizos, estafadores, etc.) y en el tercero se encuentran, como ya queda dicho, los presos políticos. Gabriel va conociendo uno por uno a los presidiarios. Pedro es el líder de los comunistas y Luis el de los apristas; estos últimos son los más numerosos (más de 200, frente a 30 comunistas). Destacan también el aprista Juan o «Mok’ontullo» y el comunista Torralba. Otros «políticos» como el «Pacasmayo» y el piurano Policarpo Herrera se consideran apolíticos y aducen estar en prisión por venganzas personales. De entre los delincuentes del piso inferior Gabriel conoce a los que son los amos del Sexto: Maraví, el negro Puñalada y el Rosita, este último un travestido. Otro grupo lo conforman los vagos, algunos de los cuales son pintorescos, como el negro que enseña su pene, «inmenso como el de una bestia de carga», a cambio de diez centavos; pero otros son verdaderos espantajos humanos, víctimas de la burla y el sadismo de los más avezados, como el Pianista, el Japonés y el Clavel.
Lo ocurrido en torno a Clavel ejemplifica en su máxima expresión el horror carcelario. Clavel es un muchacho homosexual quien luego de ser violado por los presos, es encerrado por Puñalada en una celda obligándolo a prostituirse, todo ello con la complicidad de los guardias y las autoridades penitenciarias. Clavel termina por enloquecer.
Otra escena nos permite conocer el alma bondadosa de Gabriel. Cuando el Pianista agoniza en el pasillo víctima de los maltratos sufridos, Gabriel, con ayuda de «Mok’ontullo», lo recoge, lo regresa a su celda y lo abriga con su ropa. Inesperadamente se acerca el Rosita ofreciendo ayuda y protección al Pianista. Pero éste aparece muerto al día siguiente y algunos presos acusan a Gabriel de ser responsable de su muerte, presumiendo que las ropas que le regaló habían atraído la codicia de los vagos quienes en el forcejeo para quitárselas lo habrían ahorcado. Esto provoca una disputa entre apristas y comunistas; los primeros acusan a los segundos de provocar el incidente, para enredar a «Mok’ontullo» con Rosita, y así ensuciar la trayectoria de quien era considerado como la esperanza del partido, por su juventud y entusiasmo. Este incidente provoca una serie de discusiones entre los militantes de cada partido. Los apristas se consideran los verdaderos representantes del pueblo peruano y acusan a los comunistas de estar al servicio de Moscú; por su parte, los comunistas acusan a los apristas de ser intrigantes y actuar solo como instrumentos de la clase oligárquica para frenar la revolución auténtica. Ante tal discusión, Gabriel no tiene reparos en decir abiertamente que no comulga con ideologías y disciplinas politizadas que, según él, limitan la libertad natural del ser humano. Los demás comunistas le responden que es un idealista y soñador, y que le faltaba compenetrarse más con la doctrina del partido.
Mientras tanto, el Clavel continúa siendo prostituido en su celda, lo que conmueve y repugna a los presos políticos. El más afectado es «Pacasmayo», quien para colmo es presa de una extraña enfermedad que le hace enrojecer el rostro, ante la indiferencia del médico de la prisión, quien se limita a decirle que solo es un mal pasajero. El piurano también demuestra abiertamente su aversión hacia todos los actos homosexuales y de violencia sexual que se practican en la cárcel. Los líderes de los presos políticos se ponen de acuerdo y solicitan una entrevista con el Comisario del penal; asimismo le envían un petitorio donde exigen que se ponga fin al tráfico sexual y se trasladen a otra prisión al Puñalada, Maraví y Rosita. Firman la solicitud Pedro, Luis y Gabriel (este último en nombre de los universitarios e independientes). El Comisario llama a todos ellos a su despacho; luego de leer el petitorio, lo rechaza iracundo, aduciendo que la cárcel era precisamente para eso, para que los presos se jodieran entre ellos, y que debían estar más bien agradecidos los políticos de que no fueran encerrados en el primer piso, lo cual sería, según él, el verdadero castigo, por traidores a la patria. Luis y Gabriel no se contienen y responden digna y airadamente; ante lo cual el Comisario llama a los guardias y ordena que los golpeen y los devuelvan a sus celdas.
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José María Arguedas. (Andahuaylas, 1911 - Lima, 1969). Narrador, poeta, traductor, profesor, antropólogo y etnólogo peruano, considerado uno de los mayores renovadores de la literatura indigenista de América. En sus obras plantea el problema de un Perú dividido en dos culturas (la andina, de origen quechua, y la occidental, traída por los españoles), que deben integrarse en una relación armónica de carácter mestizo. Los grandes dilemas, angustias y esperanzas que ese proyecto plantea son el núcleo de su obra.
Aparte de sus recopilaciones de cuentos y poemas, publicó las novelas Yawar Fiesta (1941), Los ríos profundos (1958), El Sexto (1961), Todas las sangres (1964), y El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971), así como los estudios Mitos, leyendas y cuentos peruanos (1947, en colaboración con Francisco Izquierdo Ríos), Canciones y cuentos del pueblo quechua (1949), Poesía quechua (1966) y la traducción al español de Dioses y Hombres de Huarochirí, recopilación de mitos hecha por el sacerdote cuzqueño Francisco de Ávila a fines del siglo XVI.
Por su destacada labor cultural, fue nombrado jefe del Instituto de Estudios Etnológicos del Museo de la Cultura Peruana (1953), director de la Casa de la Cultura del Perú (1963-1964) y director del Museo Nacional de Historia (1964-1966). También fue catedrático del Departamento de Etnología de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (1958-68) y profesor en la Universidad Nacional Agraria de la Molina (1964-69). Fue galardonado con el Premio Fomento a la Cultura en las áreas de Ciencias Sociales (1958) y Literatura (1959, 1962) y con el Premio Inca Garcilaso de la Vega (1968).
A fines de noviembre de 1969, víctima de una severa depresión, se encerró en un baño de la Universidad Agraria y se disparó un tiro en la cabeza. Pasó cinco días de agonía y falleció el 2 de diciembre. Tal como había pedido en su Diario, su entierro fue acompañado por una banda de música andina, encabezada por su amigo el violinista Máximo Damián. Finalmente, en junio de 2004, su cuerpo fue exhumado y trasladado a su natal Andahuaylas.