El ruido y la furia
Resumen del libro: "El ruido y la furia" de William Faulkner
William Faulkner, maestro de la narrativa estadounidense, nos brinda una obra magistral en “El ruido y la furia.” Esta novela, considerada una de las joyas literarias del siglo XX, revoluciona la narrativa al introducir el monólogo interior y explorar las múltiples perspectivas de sus personajes de manera profunda y conmovedora. A través de la voz de Benjy, Quentin y Jason Compson, y de la fiel sirvienta Dilsey, Faulkner nos sumerge en la decadencia y autodestrucción de una antigua familia sureña, los Compson, cuyas raíces profundas en el tradicionalismo del sur de Estados Unidos se desmoronan ante nuestros ojos.
La novela se estructura en secciones que funcionan como testimonios individuales de los Compson, revelando sus personalidades complejas y sus luchas internas. Benjy, el deficiente mental castrado por sus propios parientes, nos muestra el mundo a través de su confusa percepción del tiempo. Quentin, atormentado por un amor incestuoso y devorado por los celos, nos sumerge en sus pensamientos obsesivos. Jason, el monstruo de maldad y sadismo, despierta nuestra repulsión mientras desentraña su implacable crueldad. Y Dilsey, la fiel sirvienta negra, nos ofrece una mirada desde las sombras, aportando una perspectiva única sobre la familia Compson y su decadencia.
Faulkner se inspira en la obra de James Joyce, “Ulises,” para tejer una narrativa compleja y lúcida que captura la esencia de un sur profundo en pleno declive. Con un estilo de escritura en constante evolución, el autor nos sumerge en los oscuros recovecos de las mentes de sus personajes, llevándonos a un viaje emocional y psicológico único. “El ruido y la furia” no solo es una exploración literaria profunda, sino también una crónica de la desaparición de una era y la decadencia de una familia legendaria.
El apéndice que cierra la novela revela los secretos y conexiones ocultas que enlazan a los Compson con otros personajes del universo de Faulkner en Yoknapatawpha, un territorio literario que el autor creó para situar muchas de sus obras. Este toque final aporta una dimensión adicional a la historia, conectando los hilos de una narrativa compleja y rica en detalles.
“El ruido y la furia” es un logro literario que trasciende su tiempo y lugar, ofreciendo una visión profunda y perturbadora de la decadencia humana y familiar. Faulkner nos reta a mirar en lo más profundo de nosotros mismos a través de los ojos de los Compson, y en ese proceso, nos invita a reflexionar sobre la naturaleza de la obsesión, el amor y la destrucción en la sociedad sureña de Estados Unidos. Una obra que sigue resonando en la mente de los lectores, desafiando las convenciones literarias y emocionando a aquellos que se aventuran en sus páginas.
Siete de abril de 1928
A través de la cerca, entre los huecos de las flores ensortijadas, yo los veía dar golpes. Venían hacia donde estaba la bandera y yo los seguía desde la cerca. Luster estaba buscando entre la hierba junto al árbol de las flores. Sacaban la bandera y daban golpes. Luego volvieron a meter la bandera y se fueron al bancal y uno dio un golpe y otro dio un golpe. Después siguieron y yo fui por la cerca y se pararon y nosotros nos paramos y yo miré a través de la cerca mientras Luster buscaba entre la hierba.
«Eh, Caddie», dio un golpe. Atravesaron el prado. Yo me agarré a la cerca y los vi marcharse.
«Fíjese», dijo Luster. «Con treinta y tres años que tiene y mire cómo se pone. Después de haberme ido hasta el pueblo a comprarle la tarta. Deje de gimplar. Es que no me va a ayudar a buscar los veinticinco centavos para poder ir yo a la función de esta noche».
Daban pocos golpes al otro lado del prado. Yo volví por la cerca hasta donde estaba la bandera. Ondeaba sobre la hierba resplandeciente y sobre los árboles.
«Vamos», dijo Luster. «Ya hemos mirado por ahí. Ya no van a volver. Vamos al arroyo a buscar los veinticinco centavos antes de que los encuentren los negros».
Era roja, ondeaba sobre el prado. Entonces se puso encima un pájaro y se balanceó. Luster tiró. La bandera ondeaba sobre la hierba resplandeciente y sobre los árboles. Me agarré a la cerca.
«Deje de gimplar», dijo Luster. «No puedo obligarlos a venir si no quieren, no. Como no se calle, mi abuela no le va a hacer una fiesta de cumpleaños. Si no se calla, ya será lo que voy a hacer. Me voy a comer la tarta. Y también me voy a comer las velas. Las treinta velas enteras. Vamos, bajaremos al arroyo. Tengo que buscar los veinticinco centavos. A lo mejor nos encontramos una pelota. Mire, ahí están. Allí abajo. Ve». Se acercó a la cerca y extendió el brazo. «Los ve. No van a volver por aquí. Vámonos».
Fuimos por la cerca y llegamos a la verja del jardín, donde estaban nuestras sombras. Sobre la verja mi sombra era más alta que la de Luster. Llegamos a la grieta y pasamos por allí.
«Espere un momento», dijo Luster. «Ya ha vuelto a engancharse en el clavo. Es que no sabe pasar a gatas sin engancharse en el clavo ese».
Caddy me desenganchó y pasamos a gatas. El tío Maury dijo que no nos viera nadie, así que mejor nos agachamos, dijo Caddy. Agáchate, Benjy. Así, ves. Nos agachamos y atravesamos el jardín por donde las flores nos arañaban al rozarlas. El suelo estaba duro. Nos subirnos a la cerca de donde gruñían y resoplaban los cerdos. Creo que están tristes porque hoy han matado a uno, dijo Caddy. El suelo estaba duro, revuelto y enredado.
No te saques las manos de los bolsillos o se te congelarán, dijo Caddy. No querrás tener las manos congeladas en Navidad verdad.
«Hace demasiado frío», dijo Versh. «No irá usted a salir».
«Qué sucede ahora», dijo Madre.
«Que quiere salir», dijo Versh.
«Que salga», dijo el tío Maury.
«Hace demasiado frío», dijo Madre. «Es mejor que se quede dentro. Benjamin. Vamos. Cállate».
«No le sentará mal», dijo el tío Maury.
«Oye, Benjamin», dijo Madre. «Como no te portes bien, te vas a tener que ir a la cocina».
«Mi mamá dice que hoy no vaya a la cocina», dijo Versh. «Dice que tiene mucho que hacer».
«Déjale salir, Caroline», dijo el tío Maury. «Te vas a matar con tantas preocupaciones».
«Ya lo sé», dijo Madre. «Es un castigo. A veces me pregunto si no será que…».
«Ya lo sé, ya lo sé», dijo el tío Maury. «Pero estás muy débil. Te voy a preparar un ponche».
«Me preocuparé todavía más», dijo Madre. «Es que no lo sabes».
«Te encontrarás mejor», dijo el tío Maury. «Abrígalo bien, chico, y sácalo un rato».
El tío Maury se fue. Versh se fue.
«Cállate, por favor», dijo Madre. «Estamos intentando que te saquen lo antes posible. No quiero que te pongas enfermo».
Versh me puso los chanclos y el abrigo y cogimos mi gorra y salimos. El tío Maury estaba guardando la botella en el aparador del comedor.
«Tenlo ahí afuera una media hora, chico», dijo el tío Maury. «Sin pasar de la cerca».
«Sí, señor», dijo Versh. «Nunca le dejamos salir de allí».
Salimos. El sol era frío y brillante.
«Dónde va», dijo Versh. «No creerá que va a ir al pueblo, eh». Pasamos sobre las hojas que crujían.
La portilla estaba fría. «Será mejor que se meta las manos en los bolsillos», dijo Versh, «porque se le van a quedar heladas en la portilla y entonces qué. Por qué no los espera dentro de la casa». Me metió las manos en los bolsillos. Yo oía cómo hacía crujir las hojas. Olía el frío. La portilla estaba fría.
«Tenga unas nueces. Eso es. Súbase al árbol ése. Mire qué ardilla, Benjy».
Yo sentía la portilla, pero olía el frío resplandeciente.
«Será mejor que se meta las manos en los bolsillos».
Caddy iba andando. Luego iba corriendo con la cartera de los libros que oscilaba y se balanceaba sobre su espalda.
«Hola, Benjy», dijo Caddy. Abrió la portilla y entró y se agachó. Caddy olía como las hojas. «Has venido a esperarme», dijo. «Has venido a esperar a Caddy. Por qué has dejado que se le queden las manos tan frías, Versh».
«Le dije que se las metiera en los bolsillos», dijo Versh. «Es por agarrarse a la portilla».
…
William Faulkner. Escritor estadounidense, es considerado como uno de los más grandes autores del siglo XX, galardonado en 1949 con el Premio Nobel de Literatura y considerado como uno de los padres de la novela contemporánea. Nacido en el Sur de los Estados Unidos, Faulkner no llegó a acabar los estudios y luchó en la I Guerra Mundial como piloto de la RAF. Como veterano tuvo la oportunidad de entrar en la universidad pero al poco tiempo decidió dedicarse por completo a la literatura.
Tras cambiar habitualmente de trabajo, Faulkner publicó La paga de los soldados (1926) tras encontrar cierta estabilidad económica como periodista en Nueva Orleans. Poco después comenzaría a publicar sus primeras novelas en las que reflejó ese Sur que tan bien conocía, El ruido y la furia (1929) es la más conocida de este periodo. Luego llegarían obras tan famosas como Luz de agosto (1932), ¡Absalón, Absalón! (1936) o El villorrio (1940).
Santuario (1931) fue, a la larga, su novela más vendida y la que le permitió dedicarse a la escritura de guiones para Hollywood. Sus cuentos más conocidos de esta época pueden leerse en ¡Desciende, Moisés! escrito en 1942.
Como guionista, habría que destacar su trabajo en Vivamos hoy (1933), Gunga Din (1939) o El sueño eterno (1946).
En el apartado de premios, Faulkner tuvo un reconocimiento tardío aunque generalizado. Además del ya nombrado Nobel de Literatura también recibió el Pulitzer en 1955 y el National Book Award, este entregado ya de manera póstuma por la edición de sus Cuentos Completos.