Resumen del libro:
En la edición española, el libro «El rey del mar» (Il re del mare, 1906) fue dividido en dos partes, dándoles a cada libro, los nombres de: «Los tigres de la Malasia» y «El rey del mar». Aquí aparecen unidos como en la versión original.
Han pasado once años de la derrota de los Thugs —relatada en Los Dos Tigres— y Tremal-Naik se ha convertido en un próspero comerciante con varias factorías en Borneo mientras que los Tigres de la Malasia han abandonado la piratería. Pero los dayaks de los alrededores se han sublevado, excitados por un peregrino musulmán que los ha exhortado a destruir a Tremal-Naik y a su hija, la adolescente Darma. Además, los ingleses y el nuevo rajah de Sarawak —sobrino de James Brooke— están amenazando con destruir a Mompracem. Así que Yañez se dirige a ayudar a tremal Naik, atrapado en una factoría. Y por una vez, los piratas de Mompracem serán los perseguidos por fuerzas superiores en número de las que se lograrán desembarazar con astucia y valor.
El libro es trepidante. Uno no puede dejar de pasar las páginas absorbido pro las batallas huidas escapes y vueltas de los personajes.
I. El asalto del «Mariana»
—¿Vamos avante? ¿Sí o no? ¡Voto a Júpiter! ¡Es imposible que hayamos varado en un banco como unos estúpidos!
—No se puede, señor Yáñez.
—Pero ¿qué es lo que nos detiene?
—Todavía no lo sabemos.
—¡Por Júpiter! ¡Ese piloto estaba borracho! ¡Valiente fama la que así se conquistan los malayos! ¡Yo que hasta esta mañana los había tenido por los mejores marinos de los mundos! Sambigliong, manda desplegar otra vela. Hay buen viento, y quizás logremos pasar.
—¡Que el diablo se lleve a ese piloto imbécil!
Quien así hablaba se había vuelto hacia la popa con el ceño fruncido y el rostro alterado por violenta cólera.
Aun cuando ya tenía edad (cincuenta años), era todavía un hombre arrogante, robusto, con grandes bigotes grises cuidadosamente levantados y rizados, piel un poco bronceada, largos cabellos que le salían abundantes por debajo del sombrero de paja de Manila, de forma parecida a los mejicanos y adornado con una cinta de terciopelo azul.
Vestía elegantemente un traje de franela blanca con botones de oro, y le rodeaba la cintura una faja de terciopelo rojo, en la cual se veían dos pistolas de largo cañón, con las culatas incrustadas en plata y nácar —armas, sin duda alguna, de fabricación india—; calzaba botas de agua de piel amarilla y un poco levantadas de punta.
—¡Piloto! —gritó.
Un malayo de epidermis de color hollín con reflejos verdosos, los ojos algo oblicuos y de luz amarillenta que causaba una expresión extraña, al oír aquella llamada abandonó el timón y se acercó a Yáñez con un andar sospechoso que acusaba una conciencia poco tranquila.
—Podada —dijo el europeo con voz seca, apoyando la diestra sobre la culata de una pistola—. ¿Cómo va este negocio? Me parece que había dicho usted que conocía todos estos parajes de la costa de Borneo, y por eso lo he embarcado.
—Pero señor… —balbució el malayo con aire cohibido.
—¿Qué es lo que quiere usted decir? —preguntó Yáñez, que parecía haber perdido por primera vez en su vida su calma habitual.
—Antes no existía este banco.
—¡Bribón! ¿Ha salido acaso del fondo del mar esta mañana? ¡Es usted un imbécil! Ha dado un falso golpe de barra para detener el «Mariana».
—¿Para qué, señor?
—¿Qué sé yo? Pudiera suceder que estuviese de acuerdo con esos enemigos misteriosos que han sublevado a los dayakos.
—Yo nunca he tenido relaciones más que con mis compatriotas, señor.
—¿Cree usted que podemos desencallar?
—Sí, señor; en la marea alta.
—¿Hay muchos dayakos en el río?
—No lo creo.
—¿Sabe si tienen buenas armas?
—No les he visto más que algunos fusiles.
—¿Qué será lo que les habrá hecho sublevarse? —murmuró Yáñez—. Aquí hay un misterio que no acierto a desentrañar, aun cuando el Tigre de la Malasia se obstine en ver en todo esto la mano de los ingleses. Esperemos a ver si llegamos a tiempo de conducir a Mompracem a Tremal-Naik y a Damna antes de que los rebeldes invadan sus plantaciones y destruyan sus factorías. Veamos si podemos dejar este banco sin que la marea alcance el máximum de su altura.
…