El Reino de las sombras

El Reino de las Sombras, relatos de Robert E. Howard

Resumen del libro: "El Reino de las sombras" de

Maestro indiscutible de la literatura fantástica de este siglo, Howard es conocido sobre todo como el creador de Conan de Cimeria. Sin embargo su personaje más logrado es quizás el rey Kull, que encarna y asume todo un mundo mágico y terrible en el que el lector podrá desarrollar sus más desaforadas fantasías. De EL REINO DE LAS SOMBRAS se ha llegado a decir que era el mejor relato de fantasía heroica jamás escrito…

Libro Impreso

1. Un rey llegó cabalgando

EL RESONAR DE LAS TROMPETAS se acentuó y ascendió con un estallido hondo y dorado, gruñendo como la marea nocturna rompiendo en las plateadas orillas de Valusia. La multitud aullaba, las mujeres lanzaban rosas desde los tejados. El tintineo rítmico de los cascos de plata se hizo más claro y las primeras filas poderosas aparecieron en el recodo de la amplia avenida blanca que rodeaba la Torre de los Esplendores de Capiteles de Oro.

Primero venían los trompetas, jóvenes esbeltos vestidos de escarlata, avanzando en medio de la fanfarria de sus largos y finos clarines de oro, seguidos de los arqueros, hombres altos, provenientes de las montañas. Tras ellos, los infantes, poderosamente armados, con sus amplios escudos entrechocando al unísono, balanceando las largas lanzas en el perfecto ritmo de sus pasos. Les seguían los soldados más terribles del mundo entero, los Asesinos Rojos, cabalgando en fieros corceles, acorazados y fajados de rojo del casco a las espuelas. Se mantenían sobre las sillas orgullosamente, sin mirar ni a derecha ni a izquierda, con plena conciencia de los gritos que se alzaban a su paso. Parecían estatuas de bronce y, en el bosque de lanzas que se erguía sobre ellos, no había la menor vacilación.

Tras aquellas filas orgullosas y temibles venían las abigarradas cohortes de mercenarios, guerreros endurecidos de apariencia salvaje, hombres originarios de Mu y Kaanu, de las colinas orientales y de las islas occidentales. Portaban lanzas y pesadas espadas. Un grupo compacto avanzaba ligeramente retirado… los arqueros de Lemuria. Luego la infantería ligera de la propia nación. Nuevas trompetas constituían las últimas filas.

Un espectáculo magnífico… un espectáculo que llenaba de alegría salvaje el alma de Kull, rey de Valusia. No estaba sentado sobre el Trono de Topacio, ante la Torre Real de los Esplendores. ¡Oh, no! Se mantenía erecto sobre la silla, a lomos de un inmenso semental, como el auténtico rey guerrero que era. Levantaba el brazo poderoso para responder a los saludos de las tropas que desfilaban ante él. Los ojos feroces lanzaron una displicente mirada a los trompetas soberbiamente ataviados. Estos frenaron el paso para esperar a las tropas que les seguían; al llegar, los clarines respondieron con una luz feroz cuando los Asesinos Rojos se detuvieron ante Kull con un chillido de acero, tirando de las riendas de las monturas y dirigiéndole el Saludo de la Corona.

Los ojos se estrecharon ligeramente cuando los mercenarios desfilaron ante él. Aquellos mercenarios no saludaban a nadie. Avanzaban con los hombros echados hacia atrás y miraban a Kull orgullosamente, de cara, aunque con cierta estima. Sus ojos temibles no parpadeaban; ojos de mirada cruel, ocultos por cabelleras hirsutas y cejas espesas.

Y Kull les respondió con una mirada idéntica. Apreciaba a los valientes y no había en el mundo hombres más bravos que aquellos, ni siquiera entre los hombres salvajes de su tribu, aquellos que le despreciaban. Kull era demasiado salvaje en su fuero interno para amarles. Había conocido demasiados odios mortales. Muchos eran los seculares enemigos de la nación y, aunque el nombre de Kull fuera un nombre maldito entre los montañeros y los habitantes de su propio pueblo y aunque Kull los hubiese expulsado de su mente, los viejos rencores, las antiguas discordias, aún persistían. Pues Kull, lejos de ser valusio, era atlante.

Los ejércitos desaparecieron de su vista al rodear los basamentos brillantes y cuajados de joyas de la Torre de los Esplendores. Kull dirigió el semental que montaba, con paso tranquilo, hacia el palacio, discutiendo del desfile con los comandantes que cabalgaban a su lado, pronunciando pocas palabras, pero diciendo muchas cosas.

—El ejército es como una espada —dijo Kull—, no se debe dejar enmohecer. —Seguían la avenida y Kull apenas prestaba atención a los susurros que llegaban hasta él, los murmullos de la multitud que se apretujaba a su alrededor.

—¡Es Kull, miradle! ¡Valka, qué rey! ¡Y qué hombre! ¿Habéis visto los brazos…? ¿Y los hombros?

Pero también escuchaba, en un tono más bajo, acentos más siniestros.

—¡Kull! ¡Ja! ¡Maldito usurpador venido de las islas!

—¡Sí, la deshonra de Valusia! ¡Un bárbaro sentado en el trono de los Reyes!

A Kull no le preocupaban las murmuraciones. Sabía que se había apoderado del decadente trono de la antigua Valusia y que debía mostrarse firme para conservarlo… un hombre… ¡contra una nación!

Robert Ervin Howard. Nacido el 22 de enero de 1906 en Peaster, Texas, es un pilar indiscutible de la literatura de aventuras históricas y fantásticas. Conocido mundialmente por ser el creador de Conan el Bárbaro, Kull de Atlantis y Solomon Kane, Howard es una figura icónica que, junto con J. R. R. Tolkien, define el género de la fantasía heroica moderna.

La vida de Howard fue una peregrinación constante debido al trabajo de su padre, que llevó a la familia a recorrer el sur, este y oeste de Texas, además del oeste de Oklahoma. En 1919, se asentaron en Cross Plains, donde Howard, a pesar de su temprana enfermedad, desarrolló una fascinación por el boxeo, convirtiéndose en un joven fornido pero solitario. Su carácter introvertido se reflejaba en su pasión por la lectura y la escritura, comenzando a escribir a los quince años y vendiendo su primer relato a los dieciocho.

Su carrera literaria despegó en la revista pulp Weird Tales, que publicó la mayor parte de su obra. Howard se convirtió en el autor principal de la revista en 1934, llevando la portada en numerosas ocasiones. Sus relatos, impregnados de una profunda reflexión sobre la civilización y la barbarie, temas geológicos e históricos, resonaban con una intensidad filosófica que pocos autores logran.

Howard mantuvo una intensa correspondencia con H. P. Lovecraft, con quien compartía no solo una amistad sino también una rica intertextualidad literaria. Este vínculo con el llamado "Círculo de Lovecraft" enriqueció su obra, con personajes que se encontraban con criaturas lovecraftianas, creando un universo compartido que fascinaba a sus lectores.

A pesar de su éxito literario, la vida personal de Howard estuvo marcada por la tragedia. Su relación con su madre, sobreprotectora y enfermiza, se intensificó cuando ella cayó en un coma irreversible debido a la tuberculosis. Devastado, Howard se quitó la vida el 11 de junio de 1936, apenas unas horas antes de la muerte de su madre. Ambos compartieron funeral y descansan juntos en el cementerio de Greenleaf en Brownwood, Texas.

Howard dejó un legado inigualable. Sus personajes, especialmente Conan, continúan viviendo en el imaginario colectivo, inspirando innumerables adaptaciones y nuevas interpretaciones. La fuerza bruta de sus héroes, la vívida descripción de sus mundos y su capacidad para captar la esencia de la lucha humana contra la adversidad aseguran que su influencia perdure. La película "The Whole Wide World", en la que Vincent D'Onofrio encarna a Howard, ofrece un tributo conmovedor a su vida y obra, perpetuando la leyenda de un escritor cuya espada y brujería siguen conquistando corazones.