El péndulo de Foucault
Resumen del libro: "El péndulo de Foucault" de Umberto Eco
Tres intelectuales al frente de un negocio editorial se lanzan a una investigación frenética en la que mezclan pasado y presente. El resultado es una ilusión impregnada de realidad acerca de un misterioso Plan, consistente en la estrategia para una venganza histórica y una fuente de futuro poder de una secta mítica: los Templarios. Este plan representa la ambición suprema perseguida por los genios paranoicos de todos los tiempos: el dominio del mundo. Intuyendo el peligro, ellos mismos se sitúan en el punto de mira de extraños personajes que ambicionan los resultados de los recursos puestos en marcha por sus mentes.
Sólo para vosotros, hijos de la doctrina
y de la sabiduría, hemos escrito esta
obra. Escrutad el libro, concentraos en
la intención que hemos diseminado y
emplazado en diferentes lugares; lo que
en un lugar hemos ocultado, en otro lo
hemos manifestado, para que vuestra
sabiduría pueda comprenderlo.
(Heinrich Cornelius Agrippa von Nettesheim,
De occulta philosophia, 3, 65)
La superstición trae mala suerte.
(Raymond Smullyan, 5000 B.C., 1.3.8)
1. Keter
1
,ךשמנ ס׳׳אה רוא תויהב הנה ו )ב
ללחה ךות רשי וק )ה( תניחבב
ףכית )ו( טשפתנו ךשמנ אל ,ל״נה
טאל טשפתמ היה םנמא ,הטמל דע
—תה הליחתב יכ ,רמול ינוצר ,טאל
ףכית םשו ,טשפתהל רואה וק ליח
,וק דוסב ותוטשפתה תליחתב )ו)
(ח( ןיעכ ,השענו ךשמנו טשפתנ
.ביבסמ לוגע דחא לגלג
Fue entonces cuando vi el Péndulo.
La esfera, móvil en el extremo de un largo hilo sujeto de la bóveda del coro, describía sus amplias oscilaciones con isócrona majestad.
Sabía, aunque cualquiera hubiese podido percibirlo en la magia de aquella plácida respiración, que el período obedecía a la relación entre la raíz cuadrada de la longitud del hilo y ese número π que, irracional para las mentes sublunares, por divina razón vincula necesariamente la circunferencia con el diámetro de todos los círculos posibles, por lo que el compás de ese vagar de una esfera entre uno y otro polo era el efecto de una arcana conjura de las más intemporales de las medidas, la unidad del punto de suspensión, la dualidad de una dimensión abstracta, la naturaleza ternaria de π, el tetrágono secreto de la raíz, la perfección del círculo.
También sabía que en la vertical del punto de suspensión, en la base, un dispositivo magnético, comunicando su estímulo a un cilindro oculto en el corazón de la esfera, garantizaba la constancia del movimiento, artificio introducido para contrarrestar las resistencias de la materia, pues no sólo era compatible con la ley del Péndulo, sino que, precisamente, hacía posible su manifestación, porque en el vacío, cualquier punto material pesado, suspendido del extremo de un hilo inextensible y sin peso, que no sufriese la resistencia del aire ni tuviera fricción con su punto de sostén, habría oscilado en forma regular por toda la eternidad.
La esfera de cobre despedía pálidos, cambiantes reflejos, comoquiera que reverberara los últimos rayos del sol que penetraban por las vidrieras. Si, como antaño, su punta hubiese rozado una capa de arena húmeda extendida sobre el pavimento del coro, con cada oscilación habría inscrito un leve surco sobre el suelo, y el surco, al cambiar infinitesimalmente de dirección a cada instante, habría ido ensanchándose hasta formar una suerte de hendidura, o de foso, donde hubiera podido adivinarse una simetría radial, semejante al armazón de una mándala, a la estructura invisible de un pentaculum, a una estrella, a una rosa mística. No, más bien, a la sucesión, grabada en la vastedad de un desierto, de huellas de infinitas, errantes caravanas. Historia de lentas, milenarias migraciones; quizá fueran así las de los Atlántidas del continente Mu, en su tenaz y posesivo vagar, oscilando de Tasmania a Groenlandia, del Trópico de Capricornio al de Cáncer, de la Isla del Príncipe Eduardo a las Svalvard. La punta repetía, narraba nuevamente en un tiempo harto contraído, lo que ellos habían hecho entre una y otra glaciación, y quizá aún seguían haciendo, ahora como mensajeros de los Señores; quizá en el trayecto desde Samoa a Nueva Zembla la punta rozaba, en su posición de equilibrio, Agarttha, el Centro del Mundo. Intuí que un único plano vinculaba Avalón, la hiperbórea, con el desierto austral que custodia el enigma de Ayers Rock.
En aquel momento, a las cuatro de la tarde del 23 de junio, el Péndulo reducía su velocidad en un extremo del plano de oscilación, para dejarse caer indolente hacia el centro, acelerar a mitad del trayecto, hendir confiado el oculto cuadrilátero de fuerzas que marcaban su destino.
Si hubiera permanecido allí, indiferente al paso de las horas, contemplando aquella cabeza de pájaro, aquella punta de lanza, aquella cimera invertida, mientras trazaba en el vacío sus diagonales, rasando los puntos opuestos de su astigmática circunferencia, habría sucumbido a un espejismo fabulador, porque el Péndulo me habría hecho creer que el plano de oscilación habría completado una rotación entera para regresar, en treinta y dos horas, a su punto de partida, describiendo una elipse aplanada, la cual giraba también alrededor de su centro con una velocidad angular uniforme, proporcional al seno de la latitud. ¿Cómo habría girado si el punto hubiese estado sujeto en el ápice de la cúpula del Templo de Salomón? Quizá los Caballeros también habían probado allí. Quizá el cálculo, el significado final, hubiera permanecido inalterado. Quizá la iglesia abacial de Saint-Martin-des-Champs era el verdadero Templo. En cualquier caso, el experimento sólo habría sido perfecto en el Polo, único lugar en que el punto de suspensión se sitúa en la prolongación del eje de rotación de la Tierra, y donde el Péndulo consumaría su ciclo aparente en veinticuatro horas.
Pero no por aquella desviación con respecto a la Ley, prevista por lo demás en la Ley, no por aquella violación de una medida áurea se empañaba la perfección del prodigio. Sabía que la Tierra estaba girando, y yo con ella, y Saint-Martin-des-Champs y toda París conmigo y que juntos girábamos bajo el Péndulo, cuyo plano en realidad jamás cambiaba de dirección, porque allá arriba, en el sitio del que estaba suspendido, y en la infinita prolongación ideal del hilo, allá en lo alto, siguiendo hacia las galaxias más remotas, permanecía, eternamente inmóvil, el Punto Quieto.
La Tierra giraba, pero el sitio donde estaba anclado el hilo era el único punto fijo del universo.
Por tanto, no era hacia la Tierra adonde se dirigía mi mirada, sino hacia arriba, allí donde se celebraba el misterio de la inmovilidad absoluta. El Péndulo me estaba diciendo que, siendo todo móvil, el globo, el sistema solar, las nebulosas, los agujeros negros y todos los hijos de la gran emanación cósmica, desde los primeros eones hasta la materia más viscosa, un solo punto era perno, clavija, tirante ideal, dejando que el universo se moviese a su alrededor. Y ahora yo participaba en aquella experiencia suprema, yo, que sin embargo me movía con todo y con el todo, pero era capaz de ver Aquello, lo Inmóvil, la Fortaleza, la Garantía, la niebla resplandeciente que no es cuerpo ni tiene figura, forma, peso, cantidad o calidad, y no ve, no oye, ni está sujeta a la sensibilidad, no está en algún lugar o en algún tiempo, en algún espacio, no es alma, inteligencia, imaginación, opinión, número, orden, medida, substancia, eternidad, no es tinieblas ni luz, no es error y no es verdad.
…
Umberto Eco. (Alessandria, 5 de enero de 1932 - Milán, 19 de febrero de 2016). Escritor y semiólogo italiano, fue conocido tanto por su labor ensayística y filosófica como por sus novelas históricas, varias de las cuales, como El nombre de la rosa, han alcanzado lo más alto de las listas de ventas en todo el mundo. Catedrático de Semiología en la Universidad de Bolonia, Eco estudió en Turín y publicó varios ensayos y artículos que le fueron dando prestigio académico, siendo el más famoso de ellos Apocalípticos e integrados. Como narrador dio el salto a la fama gracias a El nombre de la rosa, obra que fue adaptada al cine en 1986, y que se convirtió en un auténtico superventas.
Eco alternó su producción de ensayo con la narrativa, con títulos como Los límites de la interpretación, El péndulo de Foucault, Cinco escritos morales, La isla del día de antes o Baudolino.
Tras su novela autobiográfica de 2004, La misteriosa llama de la Reina Loana, volvió a tratar una narrativa más orientada a la ficción con El cementerio de Praga (2010).
Recibió numerosos premios y honores a lo largo de su carrera académica y literaria, entre los que habría que destacar galardones como el Príncipe de Asturias de Comunicación e Humanidades o la Orden de Caballero de la Legión de Honor francesa.