Resumen del libro:
En “El país de Oz,” L. Frank Baum nos sumerge nuevamente en el maravilloso y encantador mundo de Oz, expandiendo su universo con nuevos y fascinantes personajes. La historia sigue a Tip, un niño esclavizado por la bruja Mombi en el País de los Gillikins, una de las diversas y mágicas regiones de Oz. Tip, harto de su vida de esclavitud, aprovecha un descuido de Mombi para robar un polvo mágico con el que da vida a un muñeco con cabeza de calabaza, conocido como Jack Cabeza de Calabaza, y a un caballete de madera llamado Sawhorse. Juntos, emprenden una emocionante huida hacia la Ciudad Esmeralda.
En su travesía, Tip y sus nuevos amigos llegan justo a tiempo para presenciar la entrada triunfal de un ejército de niñas que derrocan al Espantapájaros, el actual soberano de Oz desde la partida del Mago. Este ejército está liderado por la General Jinjur, quien toma el control de la Ciudad Esmeralda y destierra al Espantapájaros. Sin embargo, la historia da un giro inesperado con la intervención de Glinda, la Bruja Buena del Sur. Glinda revela la verdadera identidad de Tip, revelando que él es en realidad Ozma, la legítima heredera al trono de Oz.
Baum, con su característica maestría narrativa, mezcla aventuras emocionantes con toques de magia y humor, ofreciendo una historia que no solo entretiene, sino que también invita a la reflexión sobre la identidad, el poder y la justicia. La travesía de Tip/Ozma no solo es una búsqueda de libertad, sino también de autodescubrimiento y reivindicación.
L. Frank Baum, nacido en 1856, fue un autor estadounidense cuya imaginación sin límites y talento para la narración han dejado una huella imborrable en la literatura infantil. Su serie de libros sobre el mundo de Oz, iniciada con el famoso “El maravilloso mago de Oz”, ha capturado la imaginación de generaciones de lectores y sigue siendo un referente en el género de la fantasía. Baum no solo creó personajes entrañables y memorables, sino que también construyó un mundo lleno de magia y maravillas que reflejan valores de imaginación, tolerancia y admiración por la vida.
La obra de Baum, especialmente “El país de Oz”, continúa ejerciendo su encanto en lectores de todas las edades, convirtiéndose en una lectura obligada para aquellos que desean explorar mundos maravillosos y aprender valiosas lecciones sobre la humanidad y la autoaceptación.
A las excelentes personas e ilustres comediantes David C. Montgomery y Fred A. Stone, cuya inteligente personificación de el Leñador de Hojalata y el Espantapájaros ha deleitado a miles de niños en todo el país dedica con gratitud este libro.
El autor
NOTA DEL AUTOR
Tras la publicación de El Mago de Oz empecé a recibir de niños que me hablaban del placer que habían sentido al leer la historia y me pedían que «escribiera algo más» sobre el Espantapájaros y el Leñador de Hojalata. Al principio tomé esas pequeñas cartas —que eran francas y fervientes— como simpáticos halagos; pero las cartas siguieron llegando durante meses y hasta años.
Finalmente prometí a una niña, que hizo un largo viaje verme y presentar su petición —y que por cierto, es una «Dorothy»—, que cuando mil niñas me hubieran escrito mil cartas pidiéndome otra historia del Espantapájaros y el Leñador de Hojalata, yo escribiría el libro. O Dorothy era un hada disfrazada que me tocó con la varita mágica o el éxito del espectáculo de El Mago de Oz ganó para la historia nuevos amigos, pues hace mucho que han llegado a destino las mil cartas, y muchas más.
Y aunque ahora me declaro culpable de la excesiva tardanza, cumplo mi promesa publicando este libro.
L. FRANK BAUM
Chicago, Junio de 1904
CAPÍTULO 1
TIP FABRICA UNA CABEZA DE CALABAZA
En el País de los Gillikins, que se extiende al norte del País de Oz, vivía un niño llamado Tip. Ese nombre encerraba algo más, porque la vieja Mombi declaraba a menudo que el nombre completo del joven era Tippetarius; pero como «Tip» servía perfectamente, no se esperaba que nadie dijera una palabra tan larga.
Ese niño no recordaba nada de sus padres, porque había sido criado desde muy joven por la vieja conocida como Mombi, cuya reputación, siento decirlo, no era de lo mejor. Los gillikins tenían razones para sospechar que practicaba artes mágicas, y por lo tanto preferían no relacionarse con ella.
Mombi no era exactamente una bruja, porque la Bruja Buena que gobernaba esa parte del País de Oz había prohibido la existencia de cualquier otra bruja en sus dominios.
Así que la tutora de Tip, por mucho que aspirara a hacer magia, comprendía que era ilegal ser algo más que Hechicera, o a lo sumo Maga.
Tip estaba hecho para traer leña del bosque, que la vieja usaba para hervir cosas en la olla. También trabajaba en los maizales, cavando con la azada o quitando la farfolla a las mazorcas de maíz; además, daba de comer a los cerdos y ordeñaba la vaca de cuatro cuernos que era el especial orgullo de Mombi.
Pero no hay que suponer que trabajaba todo el tiempo, pues sentía que eso le podía hacer daño. A menudo, cuando lo mandaban al bosque, Tip se subía a los árboles para robar los huevos de los pájaros o se divertía persiguiendo los raudos conejos blancos o pescando en los arroyos con alfileres doblados. Después recogía a toda prisa la brazada de leña y la llevaba a casa. Y cuando supuestamente estaba trabajando en los maizales, y los altos tallos lo ocultaban de la vista de Mombi, Tip cavaba en los agujeros de las ardillas o, si tenía ganas, se acostaba boca arriba entre las hileras de maíz y dormía una siesta. Así, cuidando de no agotar las energías, se volvió todo lo fuerte y robusto que puede llegar a ser un niño.
La curiosa magia de Mombi solía asustar a los vecinos, y debido a sus extraños poderes la trataban con timidez, aunque con respeto. Pero Tip la odiaba abiertamente, y no hacía menor esfuerzo por ocultar sus sentimientos. A veces incluso se mostraba menos respetuoso de lo que debía con la vieja, teniendo en cuenta que ella era su tutora.
En los maizales de Mombi había calabazas rojas y doradas que se extendían entre las hileras de tallos verdes; habían sido plantadas y cuidadas con esmero para que la vaca cuatro cuernos pudiera alimentarse con ellas en el invierno. Pero un día, después de cortar y apilar todo el maíz, cuando llevaba las calabazas al establo, a Tip se le ocurrió la idea de ahuecar una y fabricar con ella un farol para dar un susto a la vieja.
De modo que eligió una calabaza grande, entre roja y anaranjada, y se puso a tallarla. Con la punta del cuchillo hizo dos ojos redondos, una nariz triangular y una boca con forma de luna nueva. No podríamos decir que la cara, terminada, fuera exactamente bella; pero tenía una sonrisa tan grande y tan ancha y una expresión tan alegre que hasta Tip rió mientras contemplaba su obra con admiración.
El niño no tenía compañeros de juegos, y no sabía que los niños quitaban el contenido de las calabazas y en el hueco colocaban velas encendidas para hacer que la cara resultara impresionante; pero tuvo una idea que prometía ser mucho más eficaz. Decidió fabricar una forma de hombre que llevara esa cabeza de calabaza y ponerla en un sitio donde la vieja Mombi se la encontrara de frente.
«¡Y entonces —se dijo Tip, riendo— chillará más que el cerdo marrón cuando le tiró del rabo y temblará de miedo más que yo el año pasado cuando tuve la fiebre palúdica!»
Le sobraba tiempo para llevar a cabo esa tarea porque Mombi había ido al pueblo «a comprar provisiones», decía, un viaje de por lo menos dos días.
Así que se fue con el hacha al bosque. Eligió algunos árboles resistentes y jóvenes, los cortó y les quitó todas las ramas y las hojas. Con eso Tip haría los brazos, las piernas y los pies de su hombre. Para el cuerpo quitó una gruesa capa de corteza de un árbol grande y con mucho esfuerzo la convirtió en un cilindro casi del tamaño adecuado, uniendo los bordes con clavijas de madera. Después, silbando alegremente mientras trabajaba, unió con cuidado las extremidades y las sujetó al cuerpo con clavijas que había tallado con el cuchillo.
Cuando terminó la proeza empezaba a oscurecer, y Tip recordó que tenía que ordeñar la vaca y dar de comer a los cerdos. Así que levantó al hombre de madera y se lo llevó a la casa.
Durante la noche, a la luz del fuego de la cocina, Tip redondeó con cuidado todos los bordes de las articulaciones y alisó las partes ásperas de manera pulcra y profesional. Después puso la figura contra la pared y la admiró. Parecía sorprendentemente alta, incluso para un hombre adulto; pero Biso, a los ojos de un niño pequeño, estaba muy bien, y a Tip no le molestó en absoluto el tamaño de su creación.
A la mañana siguiente, cuando volvió a ver su obra, Tip notó que se había olvidado de dar al muñeco un cuello donde sujetar al cuerpo la cabeza de calabaza. Así que fue de nuevo al bosque, que no estaba muy lejos, y cortó de un árbol algunos trozos de madera para completar la obra. Al volver fijó un travesaño a la parte superior del cuerpo y le hizo un agujero en el centro para mantener erguido el cuello. El pedazo de madera que formaba ese cuello estaba también afilado en la punta, y una vez que todo estuvo listo Tip colocó la cabeza de calabaza, la empujó hacia abajo y descubrió que encajaba muy bien. Se podía hacer girar la cabeza a un lado y a otro, y las articulaciones de los brazos y las piernas le permitían poner el muñeco en cualquier posición que deseara.
—¡Es un hombre magnífico —declaró Tip con orgullo—, que debería arrancar unos cuantos gritos de terror a la vieja Mombi! Pero parecería mucho más real si estuviera bien vestido.
Encontrar ropa para él no parecía una tarea fácil; pero Tip se puso a revolver audazmente en el gran arcón donde Mombi guardaba todos sus recuerdos y tesoros, y en el fondo descubrió unos pantalones morados, una camisa roja y un chaleco rosa con lunares blancos. Llevó todo eso al hombre que había fabricado y, aunque las prendas no combinaban muy bien, consiguió vestir a la criatura en un estilo desenfadado. Unos calcetines tejidos que pertenecían a Mombi y un par de zapatos suyos muy gastados completaron el atavío del hombre, y Tip estaba tan encantado que se puso a dar saltos de alegría y se echó a reír con entusiasmo de niño.
—¡Tengo que darle un nombre! —gritó—. Es necesario que un hombre tan bueno como éste tenga un nombre. ¡Creo —añadió después de pensar un momento— que lo llamaré «Jack Cabeza de Calabaza»!
…