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El país de la bruma

El país de la bruma - Arthur Conan Doyle

El país de la bruma - Arthur Conan Doyle

Resumen del libro:

Conan Doyle, que había ganado una fortuna con sus criaturas de papel, acabó dedicándola a sus entrevistas con los espíritus del aire. «El país de la bruma», último libro de la serie del profesor Challenger, es casi un minucioso retablo de las creencias y prácticas espiritistas, en las que el autor acabó creyendo a pies juntillas, en su afán por superar la pérdida de sus seres más queridos. También Challenger lo hizo, tras una extraordinaria aventura, que le deparó vislumbrar «un futuro sin los límites del estrecho horizonte de la muerte, inmenso, lleno de posibilidades y creaciones infinitas gracias a la conciencia de la supervivencia de la personalidad, el carácter y el trabajo».

I. En el que nuestros enviados especiales se disponen a empezar

En el que nuestros enviados especiales se disponen a empezar

El gran profesor Challenger ha sido utilizado en la ficción de manera sumamente indecorosa e imperfecta. Un osado autor lo colocó en situaciones románticas e imposibles para ver cómo reaccionaba ante ellas. Y él reaccionó hasta el punto de emprender un proceso por difamación, una apelación, fracasada por anulación, un alboroto en Sloane Street, dos ataques personales y la pérdida de su puesto de profesor de fisiología en la Escuela de Higiene Subtropical de Londres. Por lo demás, el asunto transcurrió más pacíficamente de lo que habría sido de esperar.

Pero empezaba a perder parte de su ardor. Su inmensa espalda se había abatido. La negra barba asiria en forma de pala estaba salpicada de mechones blancos; sus ojos eran un poquito menos agresivos, su sonrisa menos engreída y su voz tan potente como siempre, pero menos dispuesta a acallar con sus gritos cualquier conato de oposición. Sin embargo, era peligroso y todos los que le rodeaban lo soportaban a duras penas. El volcán no se había extinguido, retumbaba constantemente, amenazando con alguna nueva explosión. La vida todavía tenía mucho que enseñarle, y él era un poco menos intolerante para aprender.

El cambio que se había producido tuvo lugar un día determinado. El día de la muerte de su esposa. Aquel pajarillo de mujer había anidado en el corazón del gran hombre. Él abrigaba toda la ternura y caballerosidad que los fuertes pueden tener hacia los débiles. Dándole todo, ella se lo ganó todo, como toda mujer discreta y de naturaleza dulce. Y cuando murió repentinamente, víctima de una virulenta neumonía que siguió a una gripe, el hombre se tambaleó y se vino abajo. Volvió a levantarse, sonriendo tristemente, como un boxeador golpeado, dispuesto a librar muchos más asaltos con el Destino. Pero ya no era el mismo hombre, y de no haber sido por la ayuda y la compañía de su hija Enid, nunca se habría recobrado del golpe. Con inteligentes mañas, ella le indujo a concentrarse en cuestiones que pudieran excitar su temperamento combativo e irritar su intelecto, hasta que empezó a vivir otra vez en el presente y no en el pasado. Solamente cuando lo vio agitarse en las controversias, ser violento con los periodistas y ofensivo en general con quienes le rodeaban, tuvo la seguridad de que estaba en el buen camino de la recuperación.

Enid Challenger era una muchacha extraordinaria que se merece un párrafo aparte. Gracias al cabello negro como el azabache de su padre y a los ojos azules y el cutis fresco de su madre, era una mujer de aspecto imponente, si no hermosa. Era tranquila, pero muy fuerte. Desde su infancia tuvo que elegir entre tomar partido contra su padre o dejarse aplastar y convertirse en un mero autómata manejado por sus enérgicas manos. Era lo suficientemente fuerte como para defender sus opiniones de un modo suave y elástico, susceptible de plegarse a los caprichos de él para después reafirmarse cuando éstos habían pasado. En los últimos tiempos, sentía que aquella presión constante era demasiado opresiva, y la había mitigado buscándose una profesión propia. De cuando en cuando, hacía trabajos esporádicos para la prensa londinense, y los realizaba de tal manera que su nombre empezaba a ser conocido en Fleet Street. Para encontrar aquella oportunidad había contado con la ayuda de un viejo amigo de su padre, y posiblemente del lector: el señor Edward Malone, de la Daily Gazette.

Sobre el autor:

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