Resumen del libro:
El libro “El Necronomicón”, aunque ampliamente asociado con H. P. Lovecraft, fue en realidad escrito por el ficticio “árabe loco” Abdul Alhazred. A pesar de la negación de su existencia por parte del propio Lovecraft, este tomo se ha convertido en un ícono del horror. Abdul Alhazred, su supuesto autor, lo escribió en el siglo VIII en Damasco. “El Necronomicón” está repleto de mitos y rituales que han sobrevivido a los días más oscuros de la magia y el ocultismo. Sus páginas albergan fórmulas, durante mucho tiempo perdidas, para evocar seres y monstruos increíbles.
El editor de esta edición, Simon, enfrentó enormes obstáculos en su valiente intento de iluminar lo que se considera “el más famoso, el más poderoso y potencialmente el más peligroso Libro Negro conocido en el mundo occidental”. Este volumen incluye un apéndice con las invocaciones y citas literales que aparecen en la obra de H.P. Lovecraft.
“El Necronomicón” bien puede constituir un hito en la liberación del espíritu humano, permitiendo que los secretos de los eones sean liberados. Con una serie de mitos y rituales que han inspirado tanto a escritores como a entusiastas del ocultismo, este libro ha generado un aura de misterio y fascinación que perdura hasta nuestros días. La publicación de este tomo revela antiguos secretos y proporciona un vistazo a las profundidades más oscuras de la imaginación humana.
En resumen, “El Necronomicón” es una obra que sobrepasa las barreras del tiempo y la realidad, un tesoro prohibido que alimenta la imaginación de aquellos que se atreven a adentrarse en sus páginas. Su mera existencia es un desafío a la cordura y una invitación a explorar lo desconocido. El legado de este libro trasciende su ficción, influenciando a generaciones de escritores y aficionados al terror y al ocultismo.
El pergamino terrible
Manly Wade Wellman
(En memoria de H.P. Lovecraft, con toda admiración)
¿Qué podemos agregar acerca del fabuloso Necronomicón que no se haya dicho ya? ¡Mucho en todos los aspectos! Porque no se ha dicho nada. El título es una palabra que apunta con la manga vacía de un espectro a la nada a la que se refiere. En eso es como todas las palabras, como todos los textos. El libro del que se dice que es el antilibro, el libro que trae olvido y locura en el nombre de un conocimiento que es el conocimiento de la Nada, y por tanto, ningún conocimiento, es, irónicamente, el paradigma de todos los libros, el libro más literario, el texto más textual. Y como dice Jacques Derrida, una reencarnación moderna del Apóstol Alhazred, no solo hemos presenciado la «muerte del autor» (una frase de Roland Barthes, es decir, la negación absoluta del propósito del autor por la mera existencia autónoma del texto una vez escrito), sino también la «muerte del libro». En realidad, puede que sea más útil considerar que el significado de la palabra griega Nekronomikon no es «el libro de los muertos», como se ha sugerido, sino más bien «la muerte del libro». Porque, como dice Derrida, la muerte del libro marca la vida del texto. La diferencia entre ambas equivale a la cerrazón imaginaria, la supuesta autosuficiencia de un «libro» contra el ilimitado, infinito y libre de ataduras océano del texto.
Como todos los textos se refieren los unos a los otros, presuponen los unos a los otros, están en diálogo entre sí, y arrojan nueva luz los unos sobre los otros; esta intertextualidad relaciona y abarca a todos los textos, a todos los libros y palabras, como parte del infinito campo de significantes a los que asignamos significados arbitrarios porque así lo establecemos. Imponiendo nuestras condiciones limitadoras (Shankara las llama upadhis) al Todo del texto (el Abismo de significado sobre el que se abre, como todo atman individual, cada texto), dividimos un texto como si fuera un borboteo momentáneo de espuma de mar arrojado por una ola, para volver a unirse a ella inmediatamente. El megatexto universal es análogo, si no idéntico, al repertorio implícito del lenguaje (langue) a diferencia de las actualizaciones y utilizaciones concretas y reales de él en discursos individuales (parole); así es susceptible de cualquier significado, cualquier interpretación, exactamente como el alfabeto que puede combinarse cabalísticamente para producir un número infinito de palabras. Esto es porque, de nuevo como el alfabeto, el lenguaje no tiene en sí mismo ningún significado. Podría significar cualquier cosa porque no significa nada. Como Uddalaka dijo a su hijo Svetaketu en el Chandogya Upanishad, «¡Neti, neti!» La verdad no es esto ni aquello. Es el Vacío, la Plenitud de la Vacuidad. Y lo mismo sucede con el océano infinito del megatexto, el intertexto. ¿Por qué?
Porque no hay ningún «centro de significado» objetivo alrededor del que giren el habla, el lenguaje y los textos. Como dijo Nietzsche, el Ario Loco, «¡Dios está muerto! ¡La verdad está muerta! La tierra se ha librado del yugo de su sol y ahora vaga libremente a través de abismos inexplorados de infinitud cósmica.» Todas las coordenadas, latitudes y longitudes pierden a partir de ahí su sentido. La verdad está en quien la contempla. De esta manera es ficción. En términos de lenguaje y textos, esto significa que (como pensó Ferdinand de Saussure) todo lenguaje tiene sentido no de manera referencial, sino diferencial. El significado de las palabras no se deriva de su referencia a algún objeto marcado por la palabra. Eso queda fuera de toda duda, ya que las cosas reales no llegan a alcanzar el carácter «ideal» de las definiciones a causa de la imprecisión del lenguaje. Las palabras solo se refieren a otras palabras, obteniendo su significado de sus parecidos y diferencias respectivas. Toda palabra, como se sobreentiende tradicionalmente, promete un significado. Nos dice «Un momento, le indicaré dónde debe ir». Pero nunca lo hace. Nos lleva a perseguir un imposible. Es una bala disparada contra la impenetrable cúpula del lenguaje, de la que jamás puede escapar. Solo puede rebotar.
No hay nada fuera del lenguaje, ningún significado subyacente o suprayacente en el muro curvo de palabras. Tampoco podría haber nada más allá. La curvatura del firmamento lingüístico es como la curvatura del universo tal y como la imaginan algunos físicos; no es como el casco de una nave, sino que solo describe la pauta del movimiento en su margen. Hay agua más allá del casco, pero no hay nada más allá de la trayectoria del posible movimiento. Y no hay ningún Significado Trascendental al que apuntan palabras, símbolos y significantes. Solo se señalan los unos a los otros, como los fastidiosos funcionarios de un ministerio: guardáis cola durante horas, esperando llegar a la ventanilla, donde se responderán todas vuestras preguntas. Solo que no es así. En lugar de eso, como sabéis, la hermana de Marge Simpson os dirige a otra cola kilométrica. Su otra hermana, en la ventanilla de esa cola, os remitirá después a una tercera, o tal vez otra vez a la primera. Es como un diccionario que define una palabra haciendo una referencia a algo que debes conocer previamente, pero no es así, con lo que mantienes el dedo en la página y miras el otro término, descubriendo que está definido haciendo referencia a la primera palabra que estabas buscando. El significado te esquiva continuamente, como un fuego fatuo, incitándote, pero como la Hija del Gigante de Hielo o la Sibila Blanca, manteniendo siempre la misma distancia. Esta postergación es lo que Derrida llama Différence. El significado nunca aparecerá. Como tantas otras veces, el destino no es un lugar al final del camino, sino el propio camino, porque en este caso, el camino es un círculo. Debes aprender a amar el camino y vivir como un peregrino. Nunca llegarás a la Verdad, como si el lenguaje simplemente fuera un papel de regalo que tuvieras que aprender a desenvolver aburridamente para llegar al obsequio del interior. El arco iris es mucho más bello que cualquier caldero de oro que pueda haber en sus extremos, pero que no existe.
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