El muro

Resumen del libro: "El muro" de

Jean-Paul Sartre, el ilustre filósofo existencialista, nos ofrece en “El Muro” una incursión fascinante en el mundo de la narrativa. Este volumen recopila los primeros relatos del autor, surgidos en el convulso escenario de 1937, una antesala a los acontecimientos bélicos. Sartre, conocido por su obra filosófica, despliega su genialidad literaria explorando las complejidades de la condición humana a través de personajes sumidos en situaciones límite.

En “El Muro”, Sartre nos sumerge en historias como “La cámara”, que examina la claustrofobia emocional de una pareja enclaustrada, y “Eróstrato”, donde un personaje busca asombrar al mundo con una grandiosidad que se torna cómica. Destacando la corrupción de una falsa identidad en “La infancia de un jefe”, Sartre desafía al lector a reflexionar sobre la autenticidad y la esencia misma de la existencia.

Estos relatos no solo deslumbran por su descaro verbal, sino también por la intención subyacente que revela la profunda mirada de Sartre hacia la psicología humana. “El Muro” no solo es una colección de cuentos, sino un viaje introspectivo que captura la esencia de la condición humana con la agudeza filosófica que caracteriza al autor. En este intrigante compendio, Sartre demuestra que su maestría literaria va más allá de la filosofía, explorando el alma humana con perspicacia y profundidad.

Libro Impreso

Nos arrojaron en una gran sala blanca y mis ojos parpadearon porque la luz les hacía mal. Luego vi una mesa y cuatro tipos detrás de ella, algunos civiles, que miraban papeles. Habían amontonado a los otros prisioneros en el fondo y nos fue necesario atravesar toda la habitación para reunimos con ellos. Había muchos a quienes yo conocía y otros que debían ser extranjeros. Los dos que estaban delante de mí eran rubios con cabezas redondas; se parecían; franceses, pensé. El más bajo se subía todo el tiempo el pantalón: estaba nervioso.

Esto duró cerca de tres horas; yo estaba embrutecido y tenía la cabeza vacía; pero la pieza estaba bien caldeada, lo que me parecía muy agradable: hacía veinticuatro horas que no dejábamos de tiritar. Los guardianes llevaban los prisioneros uno después de otro delante de la mesa. Los cuatro tipos les preguntaban entonces su nombre y su profesión. La mayoría de las veces no iban más lejos, o bien, a veces les hacían una pregunta suelta: “¿Tomaste parte en el sabotaje de las municiones?”, o bien: “¿Dónde estabas y qué hacías el 9 por la mañana?”. No escuchaban la respuesta o por lo menos parecían no escucharla: se callaban un momento mirando fijamente hacia adelante y luego se ponían a escribir. Preguntaron a Tom si era verdad que servía en la Brigada Internacional: Tom no podía decir lo contrario debido a los papeles que le habían encontrado en su ropa. A Juan no le preguntaron nada, pero, en cuanto dijo su nombre, escribieron largo tiempo.

—Es mi hermano José el que es anarquista —dijo Juan—. Ustedes saben que no está aquí. Yo no soy de ningún partido, no he hecho nunca política.

No contestaron nada. Juan dijo todavía:

—No he hecho nada. No quiero pagar por los otros.

Sus labios temblaban. Un guardián le hizo callar y se lo llevó. Era mi turno:

—¿Usted se llama Pablo Ibbieta?

Dije que sí.

El tipo miró sus papeles y me dijo:

—¿Dónde está Ramón Gris?

—No lo sé.

—Usted lo ocultó en su casa desde el 6 al 19.

—No.

Escribieron un momento y los guardianes me hicieron salir. En el corredor Tom y Juan esperaban entre dos guardianes. Nos pusimos en marcha. Tom preguntó a uno de los guardianes:

—¿Y ahora?

—¿Qué? —dijo el guardián.

¿Esto es un interrogatorio o un juicio?

—Era el juicio, dijo el guardián.

Bueno. ¿Qué van a hacer con nosotros?

El guardián respondió secamente:

Se les comunicará la sentencia en la celda.

En realidad lo que nos servía de celda era uno de los sótanos del hospital. Se sentía terriblemente el frío, debido a las corrientes de aire. Toda la noche habíamos tiritado y durante el día no lo habíamos pasado mejor. Los cinco días precedentes había estado en un calabozo del arzobispado, una especie de subterráneo que debía datar de la Edad Media: como había muchos prisioneros y poco lugar se les metía en cualquier parte. No eché de menos mi calabozo: allí no había sufrido frío, pero estaba solo; lo que a la larga es irritante. En el sótano tenía compañía. Juan casi no hablaba: tenía miedo y luego era demasiado joven para tener algo que decir. Pero Tom era buen conversador y sabía muy bien el español. En el subterráneo había un banco y cuatro jergones. Cuando nos devolvieron, nos reunimos y esperamos en silencio. Tom dijo al cabo de un momento:

—Estamos reventados.

—Yo también lo pienso —le dije—, pero creo que no harán nada al pequeño.

—No tienen nada que reprocharle —dijo Tom—, es el hermano de un militante, eso es todo.

Yo miraba a Juan: no tenía aire de entender, Tom continuó:

—¿Sabes lo que hacen en Zaragoza? Acuestan a los tipos en el camino y les pasan encima los camiones. Nos lo dijo un marroquí desertor. Dicen que es para economizar municiones.

—Eso no economiza nafta —dije.

Estaba irritado contra Tom: no debió decir eso.

—Hay algunos oficiales que se pasean por el camino —prosiguió—, y que vigilan eso con las manos en los bolsillos, fumando cigarrillos. ¿Crees que terminan con los tipos? Te engañas. Los dejan gritar. A veces durante una hora. El marroquí decía que la primera vez casi vomitó.

—No creo que hagan eso —dije—, a menos que verdaderamente les falten municiones.

La luz entraba por cuatro respiraderos y por una abertura redonda que habían practicado en el techo, a la izquierda y que daba sobre el cielo. Era por este agujero redondo, generalmente cerrado con una trampa, por donde se descargaba el carbón en el sótano. Justamente debajo del agujero había un gran montón de cisco; destinado a caldear el hospital, pero desde el comienzo de la guerra se evacuaron los enfermos y el carbón quedó allí, inutilizado; le llovía encima en ocasiones, porque se habían olvidado de cerrar la trampa.

El muro: Jean-Paul Sartre

Jean-Paul Sartre. Escritor y filósofo francés, es considerado como uno de los grandes pensadores del siglo XX, artífice de la corriente filosófica del existencialismo y cuya obra mereció el reconocimiento del Premio Nobel de Literatura, galardón que decidió declinar.

Nacido en París, Sartre estudió en la École Normale Supérieure donde, en 1929, se encontró con la que sería su pareja Simone de Beauvoir, que también se convertiría en una destacada filósofa.

En 1944 Sartre publicó su obra más conocida, El ser y la nada, pieza clave del existencialismo y que sería fundamental para entender su enfrentamiento a la política burguesa, reflejando su querencia a las ideas de izquierdas. Sartre analizó las posturas de Marx creando la idea del marxismo humanista, pese a que sus estudios fueran luego rebatidos por Louis Althusser.

Antibelicista convencido, Sartre se opuso de manera firme al colonialismo francés, a la Guerra de Vietnam y criticó duramente el régimen de Stalin y al conflicto de la Guerra de los Seis Días.

Su obra resultó muy influyente en la contracultura americana y europea, siendo prohibido por la Iglesia Católica. Además de sus ensayos filosóficos, Sartre utilizó el teatro y la novela para transmitir sus ideas: La náusea o Los caminos de la libertad son libros claves, así como A puerta cerrada, Muertos sin sepultura o El diablo y Dios son piezas teatrales de gran fuerza.

La filosofía personal de Sarte sobre la relación entre el autor y sus lectores le llevó a no aceptar el Premio Nobel de 1964, ya que no creía que las instituciones tuvieran que ejercer un papel de mediador.

Jean-Paul Sartre murió en París, el 15 de abril de 1980.