El misterio de la vela doblada
Resumen del libro: "El misterio de la vela doblada" de Edgar Wallace
Edgar Wallace fue el primer escritor británico de novela negra que utilizó policías como protagonistas, en lugar de sabuesos aficionados, como hacía la mayor parte de los escritores de la época. Sin embargo, sus héroes solían ser investigadores especiales, como ocurre con el protagonista de El misterio de la vela doblada, T.X. Meredith, un joven subcomisario de Scotland Yard que debe utilizar su especial percepción e inteligencia para resolver un caso en el que se juega la vida de su amigo John Lexman, escritor de novelas de misterio.
CAPÍTULO PRIMERO
Un descarrilamiento había detenido en Three Bridges al tren que sale de la estación Victoria a las cuatro y quince para Lewes. Aunque Juan Lexman tuvo la suerte de empalmar con el de Beston Tracey, por venir éste retrasado, se había ido ya la camioneta que constituía la única comunicación entre la aldea y el mundo exterior.
—Si puede usted esperar media hora —le dijo el jefe de la estación—, telefonearé al pueblo y haré que Briggs venga a buscarle.
Juan Lexman contempló el húmedo paisaje y se encogió de hombros.
—Iré andando —contestó lacónicamente.
Dejó la maleta al cuidado del jefe de estación, se abotonó el impermeable, subiéndose el cuello hasta la barbilla, y se lanzó resueltamente a la lluvia para recorrer las dos millas que separaban la minúscula estación férrea de la aldea de Little Beston.
La lluvia era incesante y amenazaba continuar toda la noche. Los altos setos que bordeaban el estrecho camino eran otras tantas cascadas frondosas, y el camino mismo estaba a trechos cubierto de un barro en que el viajero se hundía hasta los tobillos. Lexman se detuvo, cobijado bajo un árbol corpulento, para llenar y encender la pipa, y con su hornillo vuelto hacia abajo continuó la marcha. A no haber sido por el agua, que buscaba todas las grietas y encontraba todos los desconchados de su impermeable coraza, habría obtenido un gran placer de aquel paseo.
El camino de Beston Tracey a Little Beston estaba asociado en su mente con algunas de las más hermosas situaciones de sus novelas. Era en aquel camino donde había concebido El misterio del tílburi. Entre la estación y la casa había tejido la trama que había hecho de Gregorio Standish la novela detectivesca más popular del año. Porque Juan Lexman era un fabricante de ingeniosos argumentos. Si en el mundo literario las personas superiores le consideraban como un fabricante de folletines, le seguía un público numeroso y creciente, a quien fascinaban las novelas espeluznantes y edificantes que escribía, y a quien él mantenía sin aliento en la niebla del misterio hasta llegar al desenlace que tenía planeado.
Pero ninguna idea de libros, argumentos ni novelas ocupaba su mente atormentada mientras marchaba por la desierta carretera hacia Little Beston. Había celebrado dos entrevistas en Londres, una de las cuales, en circunstancias corrientes, le había llenado de alegría. Había visto a T. X., y T. X. era T. X. Meredith, que algún día llegaría a ser jefe del Servicio de Investigación Criminal, y que al presente era un segundo comisario de Policía encargado en aquel departamento de un trabajo muy delicado.
Con sus modales tempestuosos, T. X. le había sugerido la idea más grande para un argumento que cualquier autor podría desear. Pero no era en T. X. en quien pensaba mientras subía la cuesta en la que estaba edificada la vivienda que en otros tiempos se conoció con el nombre magnífico de Beston Priory.
Lo que embargaba su mente era el recuerdo de la entrevista que la víspera había sostenido con el griego, y Juan Lexman frunció el ceño al recordarla. Abrió la puertecilla de la verja y entró en el jardín de la casa, haciendo todo lo posible por olvidar la notable y poco edificante discusión que había tenido con el prestamista.
Beston Priory era poco más que un cottage, aunque uno de sus muros era una indudable reliquia de la mansión que un piadoso Howard había construido en el siglo XIII. Era un edificio pequeño y sin pretensiones, de estilo isabelino, con faldones originales y altas chimeneas; sus ventanas enrejadas, sus jardines hundidos y su pequeña pradera le daban cierto aspecto señorial, que era un motivo de gran orgullo para su dueño.
Lexman pasó bajo el porche barbado, abrió la puerta y se detuvo en el vestíbulo, mientras se quitaba el impermeable, que chorreaba.
…
Edgar Wallace. Escritor inglés. A los doce años, trabajó como repartidor de periódicos y otros variados trabajos. En 1894, ingresó en el ejército, y tras dos años en Londres, fue enviado a Sudáfrica, en donde comenzó a publicar en prensa, y trabajó para la agencia Reuters y como corresponsal del Daily Mail, con el que continuó a su regreso a Londres, además de escribir en otros periódicos. Durante la Primera Guerra Mundial, fue interrogador de la Oficina de Guerra. Continuó escribiendo en prensa y fundó y dirigió varios periódicos, algunos de carácter deportivo (era muy aficionado a las carreras de caballos). Frecuentaba los círculos policiales, lo que le sirvió para muchas de sus novelas. Muchas de sus novelas han sido llevadas al cine, y se han hecho series de televisión. Al final de su vida, escribió el guión de la película King Kong.
Escritor muy prolífico, es autor de poemas, obras de teatro y sobre todo novelas, y se le considera el padre del thriller moderno.