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El misterio de la jungla negra

El misterio de la jungla negra, una novela de Emilio Salgari

El misterio de la jungla negra, una novela de Emilio Salgari

Resumen del libro:

Tremal-Naik, el Cazador de la Jugla Negra, cae enamorado de la bella Ada, retenida contra su voluntad por los estranguladores Thugs que veneran a Kali, la diosa de la muerte. Ayudado por el fiel Kammammuri, su amigo más que su criado, intentará rescatarla.

EL ASESINATO

El Ganges, el famoso río loado por los indios antiguos y modernos, cuyas aguas son consideradas sagradas por estos pueblos, después de haber atravesado las nevadas montañas del Himalaya y las ricas provincias de Delhi, Uttar Pradesh, Biliar y Bengala, a doscientas veinte millas del mar se bifurca en dos brazos formando un delta gigantesco, intrincado, maravilloso y quizás, en su género, único en el mundo.

La imponente masa de agua se divide y subdivide en una multitud de riachuelos, canales y pequeños canales que accidentan, de todos los modos posibles, la inmensa extensión de tierra comprendida entre el Hugli, el verdadero Ganges y el golfo de Bengala. De aquí que se formen una infinidad de islas, islotes y bancos que hacia el mar reciben el nombre de sunderbunds.

Nada más desolador, extraño y espantoso que la vista de estas sunderbunds. Ni ciudades, ni poblados, ni cabañas, ni un refugio cualquiera; desde el sur al norte y desde el este al oeste no se divisan más que inmensas extensiones de bambúes espinosos cuyos altos vértices ondean bajo el soplo del viento, apestadas por las emanaciones insoportables de millares y millares de cuerpos humanos que se pudren en las envenenadas aguas de los canales.

Durante el día reina, soberano, un silencio gigantesco, fúnebre, que infunde pavor a los más audaces; durante la noche, por el contrario, lo hace un estruendo horrible de gritos, rugidos, aullidos y silbidos que hiela la sangre.

Nadie osa adentrarse en estas junglas, sembradas de pestilentes charcas, porque están pobladas por serpientes de toda especie, tigres, rinocerontes e insectos venenosos, pero, sobre todo, porque a veces son visitadas por los thugs, los sanguinarios devotos de la diosa Kalí, siempre sedienta de víctimas humanas.

Sin embargo, la noche del 16 de mayo de 1855 un fuego gigantesco ardía en las sunderbunds meridionales justamente a trescientos o cuatrocientos pasos de las tres bocas del Mangal, fangoso río que se separa del Ganges y vierte en el golfo de Bengala.

Aquella claridad que, con fantástico efecto, se destacaba vivamente sobre el fondo oscuro del cielo iluminaba una amplia y sólida cabaña de bambú, cerca de la cual dormía un indio de atlética estatura y miembros musculosos que denotaban una fuerza poco común y una agilidad de cuadrumano.

Era un magnífico tipo de bengalí, de unos treinta años, de piel amarillenta y extremadamente tersa, untada recientemente con aceite de coco; tenía bellas facciones, labios carnosos que dejaban entrever una admirable dentadura, nariz bien formada, frente alta surcada por líneas de ceniza, signo peculiar de los sectarios de Siva.

Dormía, pero su sueño no era tranquilo. Gruesas gotas de sudor perlaban su frente que, a veces, se fruncía; entonces su robusto pecho se alzaba impetuosamente y de su boca salían extrañas palabras y medias frases cuyo significado no podía captarse:

—¡Visión…! Espanto… ¡No! ¡No, quédate!

El misterio de la jungla negra – Emilio Salgari

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