Resumen del libro:
El manantial es la obra más conocida de Ayn Rand tras La rebelión de Atlas. En ella, de nuevo, nos muestra aspectos esenciales de su filosofía a través de una fascinante novela. El propósito de esta obra es «una defensa del egoísmo en su significado real… una nueva definición de egoísmo y su ejemplo viviente». Este «ejemplo vivo» del egoísmo es Howard Roark, «un arquitecto e innovador, que rompe con la tradición, [y] reconoce la autoridad de su propio juicio independiente».
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Howard Roark rio.
Estaba desnudo al borde de un acantilado. El lago se extendía a lo lejos, bajo él. Una explosión de granito congelada irrumpía en su ascenso al cielo sobre las aguas inmóviles. El agua parecía inmutable, y la piedra, fluir. La piedra tenía la quietud de ese instante en la lucha en que dos fuerzas de empuje se encuentran y las corrientes se detienen en una pausa más dinámica que el movimiento. La piedra relucía bañada por los rayos del sol.
Abajo, el lago era sólo un fino anillo de acero que cortaba las rocas por la mitad. Las rocas resistían, intactas, en la profundidad. Empezaban y terminaban en el cielo, de manera que el mundo parecía suspendido en el espacio, como una isla flotante sobre la nada, anclada a los pies del hombre que estaba en el acantilado.
Su cuerpo se echó hacia atrás, recortado en el cielo. Era un cuerpo de líneas y ángulos largos y rectos, cuyas curvas se descomponían en planos. Estaba de pie, rígido, y las manos le colgaban a los lados con las palmas hacia fuera. Sentía los omóplatos muy juntos, la curva del cuello y el peso de la sangre en las manos. Sentía el viento a su espalda, en el hueco de la columna. El viento levantaba sus cabellos hacia el cielo. Su cabello no era ni rubio ni rojizo: su color exacto era el de la piel de las naranjas maduras.
Se rio por una cosa que le había pasado aquella mañana y por las cosas a las que ahora se tenía que enfrentar.
Sabía que los días siguientes iban a ser difíciles. Tenía que enfrentarse a algunas preguntas y preparar un plan de acción. Sabía que debía pensar en ello. También sabía que no iba a pensar, porque él ya lo tenía todo claro, porque el plan se había fijado mucho tiempo atrás, y porque quería reír.
Intentó pensar en ello, pero se le olvidó. Estaba mirando el granito.
No se rio cuando su mirada se detuvo, consciente de la tierra que lo rodeaba. Su rostro era como una ley de la naturaleza, algo que no se podía cuestionar o alterar ni se le podía suplicar. Los pómulos se le marcaban sobre las mejillas flacas y huecas; tenía los ojos grises y una mirada fría y firme. Su boca, despectiva y cerrada con fuerza, era la boca de un verdugo o de un santo.
Miró el granito. Pensó en cortarlo y convertirlo en paredes. Miró un árbol. Pensó en talarlo y convertirlo en vigas de madera. Miró una veta de óxido en la piedra, y pensó en los minerales de hierro bajo la tierra; pensó en fundirlos en vigas que se alzaran al cielo.
«Estas rocas —pensó— están aquí para mí; están esperando el taladro, la dinamita y mi voz; están esperando que las separen, que las rompan, que las muelan, renacer. Están esperando la forma que les van a dar mis manos.»
Entonces sacudió la cabeza, porque se acordó de lo que había pasado esa mañana y de que había muchas cosas que hacer. Se acercó al borde, levantó los brazos y se zambulló en el cielo a sus pies.
…