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El mago de Oz

El mago de Oz - Lyman Frank Baum

El mago de Oz - Lyman Frank Baum

Resumen del libro:

Dorothy vivía feliz con sus abuelos y su perrito en una hermosa granja de Kansas, en los Estados Unidos; pero un día empezó a soplar un viento tan fuerte que podía arrastrar árboles y casas, y entonces… Así empieza una de las más maravillosas historias para niños, llevada al cine en varias ocasiones.

Dorothy vivía en medio de las grandes praderas de Kansas, con tío Henry, que era granjero, y tía Em, que era la mujer del granjero. Su casa era pequeña, ya que tuvieron que traer el maderaje para construirla muchos kilómetros en carreta. Tenía cuatro paredes, un suelo y un tejado, formando un cuarto; y este cuarto contenía un hornillo algo oxidado, una alacena para los platos, una mesa, tres o cuatro sillas y las camas. Tío Henry y tía Em tenían una cama grande en una esquina, y Dorothy una cama pequeña en otra esquina. La casa no tenía ni desván, ni sótano, excepto un pequeño agujero excavado en el suelo, al que llamaban «el sótano del ciclón», a donde la familia, podía ir si se producía uno de esos terribles torbellinos que tienen tanta fuerza como para derribar cualquier edificio que encuentren a su paso. Se llegaba a él por una trampilla que había en medio del suelo, y, de allí se bajaba por una escalera hasta el pequeño y oscuro agujero.

Cuando Dorothy miraba a su alrededor desde el umbral de su casa, solo podía ver la enorme pradera gris por todos lados. Ni un árbol, ni una casa rompían la monotonía de la llanura, que parecía tocar el cielo en todas las direcciones. El sol había recocido la tierra arada hasta convertirla en una masa gris, surcada de grietecillas. Ni siquiera la hierba era verde, ya que el sol había quemado las puntas de las briznas hasta volverlas del mismo tono gris que se veía por todas partes. En una ocasión habían pintado la casa, pero el sol agrietó la pintura y las lluvias se la llevaron, y ahora la casa parecía tan triste y gris como todo lo demás.

Cuando tía Em se fue a vivir allí, era una mujer joven y guapa. El sol y el viento la habían cambiado a ella también. Habían apagado el brillo de sus ojos y los habían dejado de un sobrio color gris; se habían llevado el rojo de sus mejillas y de sus labios, dejándolos grises también. Ahora estaba delgada y demacrada, y nunca sonreía. Cuando Dorothy, que era huérfana, vino por primera vez a su casa, a tía Em le había chocado tanto la risa de la pequeña, que se ponía a gritar, llevándose la mano al corazón cada vez que la voz alegre de Dorothy le llegaba a sus oídos; y todavía miraba a la chiquilla sorprendida de que la pequeña pudiese encontrar algo de que reírse.

Tío Henry no se reía nunca. Trabajaba duramente de la mañana a la noche y no sabía lo que era la alegría. Él también era gris, desde su larga barba hasta sus toscas botas; tenía una mirada severa y solemne, y rara vez hablaba.

Totó era quien hacía reír a Dorothy, e impidió que ella también se volviese gris como todo lo que la rodeaba. Totó no era gris; era un perro chiquito y negro, de largo pelo sedoso y ojillos negros que chispeaban alegremente a cada lado de su nariz pequeña y graciosa. Totó se pasaba el día jugando, y Dorothy jugaba con él, y le quería muchísimo.

Hoy, sin embargo, no jugaban. Tío Henry, sentado en el escalón de la puerta, miraba ansiosamente al cielo, que estaba más gris que de costumbre. Dorothy, de pie en la entrada con Totó en sus brazos, también miraba al cielo. Tía Em fregaba los platos.

A lo lejos, por el Norte, les llegó un sordo gemido del viento, y tío Henry y Dorothy pudieron ver cómo se ondulaba la larga hierba antes de que llegara la tormenta. A continuación se produjo por el Sur un agudo silbido en el aire y, cuando volvieron la mirada hacia allá, vieron cómo la hierba se rizaba también por aquella dirección.

De repente tío Henry se levantó.

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