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El maestro cantor

Resumen del libro:

Secuestrado a muy temprana edad, el joven Ansset ha sido educado en el aislamiento de la Casa del Canto. Su vida es la música y la canción. Su voz posee cualidades nunca oídas antes. Su arte puede reflejar las esperanzas y los miedos de su audiencia y, amplificando las emociones que inspira, puede incluso servir para sanar. Aunque también para destruir… Ansset se convertirá en Pájaro Cantor de Mikal el Terrible, el emperador de la galaxia, pero deberá demostrar su capacidad para calmar con sus canciones la conciencia atormentada del temible gobernante.

A Ben Bova,
un Maestro Cantor que se preocupa tanto
de desarrollar voces jóvenes
como de cantar sus propias canciones.

PRÓLOGO

Nniv no acudió a recibir la nave estelar de Mikal. En cambio, esperó en la Casa del Canto, construida de piedra irregular, escuchando la canción de las paredes, el susurro del centenar de jóvenes voces en las Cámaras y las Celdas, el frío ritmo de las corrientes de aire. Había pocas personas en la galaxia que se atrevieran a intentar que Mikal fuera hasta ellos. Nniv, sin embargo, no era atrevido. No se le ocurría pensar que el Maestro Cantor tuviera que ir a recibir a nadie.

Fuera de los muros de la Casa del Canto, el resto de los habitantes del planeta Tew no estaban tan tranquilos. Cuando la nave de Mikal lanzó sus salvajes impulsos de energía sobre el campo de aterrizaje y se posó firme y delicadamente en el suelo, había miles de personas esperando para verle. Podría haber sido un líder bienamado que fuera a oír las bandas de música y las aclamaciones de la multitud que llenaba el campo de aterrizaje. Podría haber sido un héroe nacional, con flores extendidas a su paso y dignatarios inclinándose con un saludo y esforzándose por enfrentarse a una situación para la que, en Tew, aún no habían dispuesto ningún protocolo.

Pero el verdadero motivo de las ceremonias y la adoración externa no era el amor, sino un incómodo recuerdo del hecho de que Tew había tardado en someterse a la Disciplina de Frey. Los embajadores de Tew habían jugado ante otros mundos con los planes y las alianzas para formar una resistencia patética y última al conquistador más irresistible de la historia. Ninguno de los planes sirvió de nada. Numerosas alianzas y naciones de las más poderosas habían fracasado y ahora, cuando las naves de Mikal aparecían, ningún mundo interior se resistía; no estaba permitido mostrar ninguna hostilidad.

Ciertamente, tampoco había terror alguno en los corazones de los oficiales que se encaminaban hacia él con calculada pompa. Los días de saquear planetas conquistados habían terminado. Ahora que ya no había ninguna resistencia, Mikal demostraba que podía gobernar con brutalidad y al mismo tiempo con inteligencia, consolidar un imperio con la finalidad de abarcar los mundos más distantes de la galaxia y confederaciones en donde su nombre era tan sólo un rumor. Mientras los dignatarios tuvieran cuidado, el gobierno de Mikal en Tew sería razonablemente justo, sólo suavemente represivo y desagradablemente honesto.

Algunos se preguntaban por qué Mikal se interesaba por Tew. Parecía aburrido mientras se abría paso entre la alfombra de flores. Sus guardias y lacayos mantenían a la multitud a una prudente distancia. No miraba a ninguna parte y pronto desapareció en el interior del vehículo que lo condujo rápidamente a las oficinas del Gobierno. Y no fue Mikal, sino sus ayudantes, quienes preguntaron, despidieron y contrataron, los encargados de plantear y explicar las nuevas leyes y el nuevo orden, de revisar rápidamente el sistema político del mundo para que encajara en los parámetros del pacífico imperio de Mikal. ¿Qué necesidad tenía, entonces, Mikal de venir a Tew?

Sin embargo, la respuesta tendría que haber sido obvia, y pronto lo fue para todos aquellos que estaban lo suficientemente bien informados como para saber que Mikal había desaparecido del edificio que iba a alojarle. En realidad, Mikal no era distinto de los demás turistas que visitaban Tew. El planeta era sólo un mundo sin importancia, y no estaba, en absoluto, considerado dentro de los planes imperiales, excepto por la Casa del Canto. Mikal había venido a ver la Casa del Canto. Y, puesto que era un hombre rico y poderoso, sólo había una auténtica razón para visitarla.

Quería un Pájaro Cantor, naturalmente.

—No puede disponer de un Pájaro Cantor, señor —dijo la tímida muchacha de la sala de espera.

—No he venido a discutir con porteras.

—¿Con quién le gustaría discutir? No servirá de nada.

—Con el Maestro Cantor, con Nniv.

—No comprende —explicó la muchacha—. Los Pájaros Cantores sólo se dan a los que verdaderamente puedan apreciarlos. Somos nosotros quienes los ofrecemos. No aceptamos peticiones.

Mikal la miró con frialdad.

—No estoy haciendo ninguna petición.

—¿Entonces qué hace aquí?

Mikal no dijo nada más. Simplemente, se quedó allí de pie, esperando. La muchacha intentó discutir con él, pero Mikal no contestó. Ella intentó ignorarle y continuar con su trabajo, pero él esperó durante más de una hora, hasta que no lo pudo soportar. La muchacha se levantó y salió sin decir una palabra.

—¿Cómo es? —cantó Nniv, en voz baja y tranquilizadora.

—Impaciente —contestó ella.

—Sin embargo, te esperó —la corrección no dio paso a la crítica en la voz de Nniv. Ah, es un maestro amable, pensó la muchacha, pero no dijo nada.

—Es tozudo —continuó—. Es un gobernante, y no se resigna a creer que exista algo que no pueda conseguir, alguien a quien no pueda ordenar, algún lugar que no pueda ocupar con su presencia.

—Ningún hombre puede viajar por el espacio sin saber que hay lugares que no puede ocupar —respondió Nniv amablemente.

Ella inclinó la cabeza.

—¿Qué le digo?

—Dile que lo veré.

La muchacha se sorprendió; estaba desconcertada. Abandonó las palabras y cantó su confusión. La canción era débil e incontrolada, pues nunca sería un maestro cantor, ni siquiera una instructora, pero preguntó a Nniv, sin palabras, por qué quería escuchar a un hombre semejante, por qué se arriesgaba a que el resto de la humanidad pensara que la Casa del Canto trataba a todos los hombres por igual, juzgando sólo según el mérito de cada cual, no según el poder… excepto a Mikal.

—No me corromperá —cantó Nniv suavemente.

—Dile que se marche —suplicó ella.

—Tráemelo.

La muchacha perdió el Control y lloró; declaró entonces que no podía hacer una cosa así.

Nniv suspiró.

—Entonces haz que venga Esste. Mándame a Esste, y haz que te releven de tu puesto hasta que Mikal se marche.

Mikal, una hora más tarde, aún esperaba en la antesala, cuando las puertas volvieron a abrirse. Esta vez no era la portera, sino otra mujer, más madura, con sombras bajo los ojos y porte altivo.

—¿Mikal?

—¿Eres tú el Maestro Cantor? —preguntó Mikal.

—No —dijo ella, y por un instante Mikal se sintió profundamente cohibido por haberlo pensado. ¿Pero por qué tengo que estar avergonzado?, se preguntó, y descartó aquellos sentimientos. La Casa del Canto maquina hechizos, decía la gente corriente de Tew, y aquello ponía nervioso a Mikal. La mujer le condujo fuera de la sala, canturreando. No dijo nada, pero su melodía indicaba a Mikal el camino que debía seguir, y por lo tanto siguió la tonadilla de la música a través de los fríos salones de piedra. Las piedras se abrían aquí y allá; las ventanas eran lo único que arrojaban luz (y era una luz tenue de un cielo gris e invernal). Durante todo el recorrido por la Casa del Canto no se encontraron con nadie, ni oyeron ninguna otra voz.

Por fin, después de subir muchas escaleras, llegaron a una gran sala, la Sala Alta, aunque, en realidad, nadie lo mencionó. Sentado en un banco de piedra, en el fondo de la estancia, resguardado de la fría brisa que entraba por los postigos abiertos, se encontraba Nniv. Era un hombre viejo, su rostro reflejaba más el paso de los años que sus propios rasgos y Mikal se sorprendió. Anciano. Eso hizo pensar a Mikal en su propia muerte, que sólo había empezado a percibir cuando cumplió los cuarenta años. Ahora tenía sólo sesenta, pero ya no era joven y sabía que el tiempo jugaba en su contra.

—¿Nniv? —preguntó Mikal.

Nniv asintió y su voz murmuró un bajo mmmm.

Mikal se volvió hacia la mujer que le había acompañado hasta allí. Ésta seguía canturreando.

—Déjanos a solas —dijo Mikal.

La mujer permaneció donde estaba, mirándole como si no comprendiera. Mikal se enfureció, pero no dijo nada porque de repente la melodía aconsejó silencio, ordenó silencio, y Mikal se volvió hacia Nniv.

—Dile que deje de canturrear. Me niego a ser manipulado.

—Entonces te niegas a vivir —dijo Nniv, y su canto se asemejó a una risa, aunque su voz continuaba siendo suave.

—¿Me estás amenazando?

Nniv sonrió.

—Oh, no, Mikal. Simplemente te hago ver que todos los seres vivos son manipulados. Mientras haya una voluntad, ésta será doblegada y manejada constantemente. Sólo a los muertos se les permite disfrutar del lujo de la libertad, y eso sólo porque no quieren nada, y por tanto no pueden ser contrariados.

Los ojos de Mikal se tornaron fríos en ese instante, y habló con voz controlada que parecía disonante y embarazosa tras la música del discurso de Nniv.

—Podría haber venido por la fuerza, Maestro Cantor Nniv. Podría haber hecho que aterrizasen ejércitos y armas que habrían obligado a la Casa del Canto a trabajar bajo mi voluntad. Si tuviera la intención de coaccionaros, asustaros o bien, de alguna manera, abusar de vosotros no habría venido solo, expuesto al ataque de los asesinos, a pedir lo que deseo. He venido a verte respetuosamente, y se me tratará con el mismo respeto.

La única respuesta de Nniv fue mirar a la mujer, a quien dijo:

—Esste.

Ella guardó silencio. Su canturreo había sido tan penetrante que las paredes resonaron claramente en el repentino silencio posterior.

Nniv esperó.

—Quiero un Pájaro Cantor —dijo Mikal.

Nniv no dijo nada.

—Maestro Cantor Nniv, conquisté un planeta llamado Lluvia, y en él había un hombre de gran fortuna que poseía un Pájaro Cantor y me invitó a escuchar cantar al niño.

Y, al recordarlo, Mikal no pudo contenerse. Se echó a llorar.

Sus sollozos sorprendieron a Esste y a Nniv. Este hombre no era Mikal el Terrible. No podía serlo, pues los Pájaros Cantores, aunque impresionaban a. Todo el mundo, sólo podían ser plenamente apreciados por ciertas personas, gente cuyo interior más profundo resonara con la más poderosa de las músicas. Era sabido en toda la galaxia que un Pájaro Cantor jamás acudía a una persona que matara, codiciosa, que sintiera gula o que ansiara el poder. Ese tipo de gente no podía escuchar realmente la música de un Pájaro Cantor, y no cabía la menor duda de que Mikal había comprendido al Pájaro Cantor. Nniv y Esste podían oír sus cantos involuntarios demasiado claramente como para equivocarse.

—Nos has hecho daño —dijo Nniv, con la voz apesadumbrada.

Mikal se contuvo como pudo.

—¿Yo, haceros daños a vosotros? ¿Yo? El solo recuerdo de vuestro Pájaro Cantor me destroza.

—Te exalta.

—Rompe mi compostura, que es la clave de mi supervivencia. ¿Cómo os he dañado?

—Al demostrarnos que realmente mereces un Pájaro Cantor. Estoy seguro de que sabes lo que eso significa. Todo el mundo sabe que la Casa del Canto no se inclina ante los poderosos en lo que respecta a los Pájaros Cantores. Y sin embargo… te concederemos uno. Ya puedo escucharlo: «Hasta la Casa del Canto se vende a Mikal…».

La voz de Nniv hizo una imitación estridente y apropiada de la forma de hablar de la gente corriente, aunque, como es natural, ese tipo de criaturas no existía en la galaxia. Mikal se echó a reír.

—¿Cree que es divertido? —preguntó Esste, y su voz afectó a Mikal de una manera tal que le hizo retroceder.

—No —respondió.

Nniv cantó suavemente, tranquilizando a Esste y a Mikal.

—Pero, Mikal, sabes también que no fijamos ninguna fecha de entrega. Tenemos que encontrar el Pájaro Cantor adecuado para ti, y si no lo encontramos antes de que mueras, no puede haber queja.

Mikal asintió.

—Pero deprisa. Deprisa, si podéis.

Esste cantó. Su voz resonaba llena de confianza.

—Nunca nos damos prisa. Nunca nos damos prisa. Nunca nos damos prisa.

La canción fue la despedida de Mikal. Se marchó y encontró solo la salida, guiado por el hecho de que todas las puertas, excepto las de la derecha, estuvieran cerradas para él.

—No comprendo —le dijo Nniv a Esste después de que Mikal se hubiera marchado.

—Yo sí —contestó Esste.

Nniv susurró su sorpresa mediante un siseo creciente que se repitió en las paredes de piedra y se mezcló con la brisa.

—Es un hombre de gran fuerza y poder personal —le dijo—. Pero no se ha corrompido. Cree que puede usar su poder para el bien. Ansia hacerlo.

—¿Un altruista? —a Nniv le costaba trabajo creerlo.

—Un altruista. Y ésta es su canción —dijo Esste, y entonces empezó a cantar, usando ocasionalmente las palabras o pronunciando extrañas vocales, o incluso mediante el silencio, el viento y la forma de sus labios para expresar su comprensión hacia Mikal.

Por fin su canción terminó, y la propia voz de Nniv se cargó de emoción mientras cantaba su reacción.

—Si realmente es como lo cantas, entonces le amo —dijo Nniv cuando terminó su canción.

—Yo también —contestó Esste.

—¿Quién encontrara un Pájaro Cantor para él, sino tú?

—Encontraré el Pájaro Cantor de Mikal.

—¿Y le enseñarás?

—Le enseñaré.

—Entonces habrás hecho el trabajo de toda una vida.

Y Esste, aceptando el duro desafío (y el posible honor inestimable), cantó su sumisión y dedicación, y dejó a Nniv a solas en la Sala Alta para que escuchara la canción del viento y contestara lo mejor que pudiera.

Durante setenta y nueve años, Mikal no tuvo Pájaro Cantor. En todo ese tiempo, conquistó la galaxia, impuso la Disciplina de Frey sobre toda la humanidad, estableció la paz de Mikal para que cada recién nacido tuviera una esperanza razonable de vivir hasta la edad adulta, y nombró un gobierno de gran categoría para cada planeta, cada distrito, cada provincia y cada ciudad que existiera.

Y siguió esperando. Cada dos o tres años, enviaba un mensajero a Tew para que le hiciera una pregunta al Maestro Cantor:

—¿Cuándo?

Y siempre obtenía la misma respuesta.

—Todavía no.

Y los años y la carga del trabajo de su vida envejecieron a Esste. Muchos Pájaros Cantores fueron descubiertos gracias a su búsqueda, pero ninguno que pudiera cantar adecuadamente la canción de Mikal.

Hasta que encontró a Ansset.

El maestro cantor – Orson Scott Card

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