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El libro de los reyes

El libro de los reyes - Hakim-abdul-qasim Firdusi

El libro de los reyes - Hakim-abdul-qasim Firdusi

Resumen del libro:

Obra de enormes dimensiones escrita en persa cuando este antiguo imperio llevaba ya sometido más de tres siglos al dominio árabe y musulmán, El libro de los reyes o Shahnameh es una de las obras maestras de la literatura universal.
Escrita por Hakim-Abdul-Qāsim Firdusi (X-XI), noble terrateniente de raigambre iraní que deseaba mantener vivas sus tradiciones y su cultura frente a los valores introducidos por los árabes, constituye la epopeya nacional de Irán, es decir, de Persia. En ella se refunden relatos y leyendas de procedencia aria, babilonia, griega y judía, además de la propiamente irania, dentro del marco del enfrentamiento entre persas y turanios en el área geográfica conocida como el Gran Jorasán. La presente edición recoge un extenso fragmento del libro: el que gira en torno a su héroe más emblemático, Rostam, amante de la justicia y de los placeres de la vida, cuyas hazañas a caballo de lo real y sobrenatural todavía son leídas y memorizadas en buena parte de Oriente.

Prólogo

El libro de los reyes (Shahnameh) es una de las obras maestras de la literatura universal. Escrita por Hakim Abdul-Qāsim Firdusi entre finales del siglo X y comienzos del XI, constituye la epopeya nacional de Irán, es decir, de Persia. Dadas sus dimensiones, la presente edición recoge sólo un extenso fragmento del libro, el que gira en torno a su héroe más emblemático: Rostam. La obra, de hecho, abarca la historia y la leyenda del pueblo persa desde la creación hasta su conquista por los árabes, cuya victoria supuso un cambio religioso al imponer el islam. Durante el largo periodo que sucedió, la refinada civilización autóctona no desapareció, sino que, en algunos casos, los mismos emires, fundamentalmente los samánidas, se ocuparon de conservarla, fomentando el desarrollo cultural y la creación poética. En este ambiente inició Firdusi la escritura de su epopeya.

La historia

El Imperio persa, primero con la dinastía aqueménida, fundada por Ciro II el Grande en 550 a. C. y desaparecida con la conquista de Alejandro Magno en el 331 a. C., y más adelante con la sasánida, que permaneció desde que Ardeshir I subió al trono en el 226 hasta la victoria musulmana de las llanuras de al-Qadisiyyah en el 637, vivió periodos de inmensa grandeza y también interregnos y continuas guerras. Las raíces de dicho imperio se remontan a las migraciones que, alrededor del 1400 a. C., llevaron a cabo distintos pueblos arios, entre los que figuraban los persas, que se instalaron en Irán, meseta de Asia, al sur del mar Caspio. Esta zona fue además ocupada sucesivamente por otros pueblos, como los guti, los elamitas, los partos o los selyúcidas.

Si después de la derrota del último rey meda, el aqueménida Ciro II extendió su dominio a gran parte de Mesopotamia, sus sucesores fueron vencidos en las Guerras Médicas, al intentar apoderarse de las ciudades griegas. Posteriormente, el imperio fue conquistado por Alejandro Magno, y, tras un breve periodo macedonio, de escasamente once años, con la Partición de Babilonia (323 a. C.) se iniciaron una serie de fluctuaciones en el poder. La Partición dio el predominio, por encima de los persas, a los turcos selyúcidas. Los partos, que habían sido los primeros en reconocer a los aqueménidas, constituyendo una de las satrapías más importantes, pasaron a estarles sometidos, pero durante el siglo II a. C. lograron imponerse. Unos cuatrocientos años después, en cambio, el Imperio parto tuvo que ceder ante los persas sasánidas. Estos desplegaron su fuerza y, durante el llamado Imperio Medio, extendieron sus fronteras desde el Eufrates al Indo, incluyendo Capadocia, Armenia y Georgia, alcanzando hasta Tashkent. Su influencia cultural llegaba a Europa occidental, África, China e India, e incluso al mundo islámico, de modo que la conquista musulmana tuvo, en cierto modo, un carácter de renacimiento persa.

La complejidad con la que hoy se nos presentan todas estas sucesiones históricas se debe en parte a los distintos pueblos, cuya preponderancia variaba y provocaba luchas. Se trataba, de hecho, de pequeños reinos todos sometidos al soberano del Imperio, el llamado Rey de Reyes.

Un momento decisivo en la historia de Persia tuvo lugar en el siglo VII, cuando se inició el interregno de dominio musulmán (636-1501) con la derrota de los sasánidas, última dinastía preislámica que gobernó Irán. Tras la conquista, se produjeron constantes revueltas contra los invasores, sobre todo en la provincia de Fars. Los omeyas (661-750) no valoraron la civilización y la sensibilidad del pueblo dominado, pero sí lo harían los abasíes, sus sucesores, que subieron al poder, en parte, gracias a las revueltas de Jorasán. Éstos trasladaron la capital a Bagdad, cerca de las ruinas de la capital sasánida Ctesifonte, un gesto ambiguo que tanto afirmaba su triunfo como la orientación persa del nuevo califato. Muy significativo fue el hecho de al-Ma’mun, cuya madre era persa, nombrara primer ministro a Fazl ben Sahl, igualmente persa.

El libro de los reyes – Hakim-abdul-qasim Firdusi

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