Resumen del libro:
Allan Kardec, seudónimo de Hippolyte Léon Denizard Rivail, fue un pedagogo y filósofo francés que revolucionó la percepción del más allá con su obra magna, “El libro de los espíritus”. Publicado el 18 de abril de 1857, este libro marca el inicio de la Codificación Espírita y se considera la piedra angular del espiritismo. Kardec, más organizador que autor, recopiló y estructuró las respuestas de un grupo de espíritus autodenominados “El Espíritu de la Verdad”, con quienes se comunicó en múltiples sesiones espiritistas.
“El libro de los espíritus” está estructurado en forma de preguntas y respuestas, abordando cuestiones fundamentales sobre el origen y la naturaleza de los espíritus, el propósito de la vida, la organización del universo, el bien y el mal, y la vida después de la muerte. Las respuestas proporcionadas por los espíritus son presentadas de manera lógica y coherente, ofreciendo una visión profunda y esclarecedora de los misterios espirituales.
Kardec agrupa las preguntas por temas, permitiendo una exploración ordenada y meticulosa de cada asunto. A veces, incluye digresiones más extensas dictadas por los espíritus, ofreciendo así un contexto más amplio y detallado. Esta meticulosa organización facilita la comprensión de conceptos complejos, haciendo que el libro sea accesible tanto para los iniciados en el espiritismo como para los curiosos interesados en los fenómenos espirituales.
El libro explora la dualidad del bien y el mal, ofreciendo una perspectiva moral y filosófica sobre las acciones humanas y sus repercusiones en el más allá. También aborda el propósito de la existencia, proponiendo que la vida terrenal es una etapa de aprendizaje y evolución espiritual. La reencarnación, otro tema central, se presenta como un proceso de desarrollo y perfeccionamiento del espíritu, explicando las desigualdades y sufrimientos del mundo.
“El libro de los espíritus” no solo responde a preguntas metafísicas, sino que también ofrece orientación práctica para la vida diaria. Las enseñanzas espirituales proporcionadas por los espíritus buscan fomentar una vida de moralidad, caridad y amor al prójimo. Este enfoque práctico y ético ha contribuido a la perdurable influencia de la obra en el movimiento espiritista y más allá.
En resumen, “El libro de los espíritus” de Allan Kardec es una obra seminal que explora con profundidad y claridad los grandes misterios de la existencia y el más allá. Su estructura lógica y sus enseñanzas morales lo convierten en una guía esencial para aquellos que buscan entender el espiritismo y su visión del universo. La obra de Kardec sigue siendo relevante y resonante, ofreciendo respuestas y consuelo a las preguntas más profundas de la humanidad.
Introducción al estudio de la Doctrina Espiritista
I
Hacen falta nuevas palabras para las cosas nuevas, según lo requiere la claridad en el lenguaje, con el objetivo de evitar la confusión inherente al sentido múltiple dado a los mismos términos. Las palabras espiritual, espiritualista y espiritualismo tienen una acepción bien caracterizada, y darles una nueva, para aplicarla a la doctrina de los espíritus, sería como multiplicar las causas de doble sentido, que son ya numerosas. En efecto, el espiritualismo es el concepto opuesto al materialismo, y todo el que piensa que tiene en sí mismo algo más que materia es espiritualista, pero esto no significa que crea en la existencia de los espíritus o en sus comunicaciones con el mundo que podemos ver. En vez de las palabras espiritualista y espiritualismo, emplearemos para designar esta última creencia las de espiritista y Espiritismo, cuya forma recuerda su origen y su significación radical, y tiene la ventaja de ser perfectamente inteligible, y reservamos a la palabra espiritualismo la acepción que le es propia. Diremos, pues, que la doctrina espiritista o el Espiritismo tiene como principios las relaciones del mundo material con los espíritus o seres del mundo invisible. Los seguidores del Espiritismo serán, entonces, los espiritas o los espiritistas.
El Libro de los Espíritus reúne, como especialidad, la doctrina espiritista, y como generalidad se asocia a la doctrina espiritualista, presentando una de sus fases. Por esta razón se ve en la cabecera de su título la frase Filosofía espiritualista.
II
Hay otro término sobre el cual resulta de igual importancia que nos entendamos, porque es una de las llaves maestras de toda doctrina moral y porque también ocasiona diversas controversias por carecer de una acepción clara. Es el término alma. La variedad de opiniones sobre la naturaleza del alma se origina en la aplicación que cada uno hace de esta palabra. Si existiera un idioma perfecto, en el que cada idea estuviese representada por una palabra en particular, se evitarían muchas discusiones, y con un término específico para cada cosa, todos podríamos entendernos por igual.
Para algunos, el alma es el principio de la vida material orgánica, no tiene existencia propia y cesa al acabarse la vida. Así la concibe el materialismo puro. En este sentido, y por comparación, los materialistas alegan que no tiene alma el instrumento que, por estar rajado, no suena. De acuerdo con esta hipótesis, el alma sería efecto y no causa.
Otros piensan que el alma es el inicio de la inteligencia, agente universal del que cada ser absorbe un fragmento. Según estos, el universo entero tiene una única alma que distribuye partículas a los diversos seres inteligentes durante la vida y estas partículas vuelven, después de la muerte, al origen común donde se confunden con el todo, como los arroyos y ríos vuelven al mar de donde nacieron. Difiere esta opinión de la anterior en que, en la hipótesis que tratamos, existe en nosotros algo más que materia y algo permanece después de la muerte; pero casi es como si nada sobreviviese porque, una vez que desaparece la individualidad, no tendríamos conciencia de nosotros mismos. En este sentido, el alma universal sería Dios, y todo ser una parte de la Divinidad. Este sistema es una de las variaciones del panteísmo.
Otras opiniones plantean que el alma es un ser moral, distinto, independiente de la materia y que conserva su individualidad después de la muerte. Esta teoría es, sin contradicción, la más generalizada; ya que independiente del nombre que se le dé, la idea de este ser que sobrevive al cuerpo se encuentra en estado de creencia instintiva e independiente de toda enseñanza, en todos los pueblos, cualquiera que sea su grado de civilización. Esta doctrina, según la cual el alma es causa y no efecto, es la de los espiritualistas.
Sin entrar en debate sobre el mérito de estas opiniones, y concentrándonos únicamente en la cuestión lingüística, se puede decir que estos tres usos de la palabra alma representan tres ideas distintas, para cada una de las cuales sería necesario un término especial. La palabra que nos ocupa tiene, pues, una triple acepción, y los partidarios de los sistemas nombrados anteriormente tienen razón en las definiciones que dan de ella, tomando en cuenta el punto de vista del que parten. La confusión recae, entonces, en el lenguaje, que tiene una sola palabra para expresar tres ideas diferentes. Para evitar las anfibologías, sería necesario concretar la palabra alma a una sola de estas ideas, y siendo el objetivo principal que nos entendamos perfectamente, la elección da igual, dado que este es punto de mera convención. Lo más lógico sería usarla en su acepción más vulgar, y por esto llamamos alma al ser inmaterial e individual que reside en nosotros y sobrevive al cuerpo. Incluso si este ser no existiera, aunque fuese producto de la imaginación, igualmente sería necesario un término que lo representara.
A falta de una palabra en particular para nombrar cada una de las otras dos acepciones, llamamos:
Principio vital al principio de la vida material y orgánica, independientemente de su origen; principio común a todos los seres vivientes, desde las plantas hasta el hombre. El principio vital es distinto e independiente, porque puede existir la vida incluso haciendo abstracción de la capacidad de pensar. La palabra vitalidad no obedecería a la misma idea. Para algunos, el principio vital es una propiedad de la materia, un efecto que se origina desde que la materia se encuentra en ciertas circunstancias determinadas; para otros, y esta es la idea más vulgar, reside en un fluido especial, universalmente esparcido y del cual cada individuo absorbe y asimila una parte durante la vida, como, según vemos, absorben la luz los cuerpos inertes. Sería este el fluido vital que, si tomamos en consideración ciertas opiniones, es el mismo fluido eléctrico animalizado, llamado también difluido magnético, fluido nervioso, etcétera.
De cualquier manera, existe un hecho indiscutible resultado de la observación, y es que los seres orgánicos tienen en sí mismos una fuerza íntima que produce el fenómeno de la vida mientras esta existe; que la vida material es común a todos los seres orgánicos y que es independiente de la inteligencia y del pensamiento; que este y aquella son facultades propias de ciertas especies orgánicas, y en resumen, que entre las especies orgánicas dotadas de inteligencia y pensamiento existe una que también lo está de un sentido moral especial que la constituye en una superioridad incuestionable respecto de las otras. Esta es la especie humana.
Se entiende que, con una acepción múltiple, el concepto de alma no excluye ni al materialismo ni al panteísmo. El mismo espiritualista puede perfectamente aceptar el alma en una u otra de las dos primeras acepciones, sin que esto afecte al inmaterial al que dará, entonces, otro nombre cualquiera. Así, pues, la palabra de la que nos ocupamos no representa una opinión determinada: es un Proteo que cada cual transforma a su antojo, y así se originan tantas y tan interminables disputas.
Podría evitarse igualmente la confusión si utilizáramos la palabra alma en aquellos tres casos, pero añadiéndole un calificativo que especificase el significado al que se refiere. Podría ser, entonces, un vocablo genérico, que representaría simultáneamente el principio de la vida material, el de la inteligencia y el del sentido moral, pero que se distinguiría en cada caso mediante el uso de un atributo, como distinguimos los gases, añadiendo a la palabra gas los calificativos hidrógeno, oxígeno o ázoe. Pudiera, pues, nombrarse, y esto sería lo más apropiado, el alma vital como el principio de la vida material, el alma intelectual como el principio inteligente y el alma espiritista como el principio de nuestra individualidad después de la muerte. Todo esto se reduce a un asunto de palabras, pero cuestión de suma importancia para entendemos. Si nos regimos por esta clasificación, el alma vital sería común a todos los seres orgánicos: las plantas, los animales y los hombres; el alma intelectual sería propia de los animales y de los hombres, y el alma espiritista pertenecería solamente al hombre.
Hemos considerado nuestro deber insistir tanto en estas explicaciones porque que la doctrina espiritista está basada en la existencia en nosotros mismos de un ser independiente de la materia, que sobrevive al cuerpo. Como será necesario repetir frecuentemente la palabra alma en el curso de esta obra, resulta fundamental establecer el sentido que le damos, para evitar así las equivocaciones. Adentrémonos ahora en el principal objeto de esta instrucción preliminar.
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