El libro de los amores ridículos

Resumen del libro: "El libro de los amores ridículos" de

El “Libro de los amores ridículos” de Milan Kundera nos sumerge en un universo de exuberancia narrativa y reflexión humorística, donde el autor, en su período más jubiloso entre 1959 y 1968, según confesión propia, destila una amalgama de relatos que destilan alegría desvergonzada y divertimento introspectivo. Este compendio de narraciones constituye un desfile de personajes hedonistas que persiguen los laberintos del amor, la amistad y el sexo en un entorno marcado por la severidad y la inquisición, resultando en una invitación ineludible a la carcajada auténtica y traviesa.

En este libro, Kundera despliega su característico humor sabio y refinado, manteniendo el pulso de una narrativa que invita a la reflexión mientras se disfruta del deleite de sus personajes y sus enredos emocionales. A través de la sátira y la ironía, el autor nos sumerge en un mundo donde la levedad del ser se entrelaza con la profundidad de los vínculos humanos, creando una experiencia de lectura que cautiva desde el primer momento.

Con maestría, Kundera nos presenta una galería de seres en busca de sus propias verdades en un mundo lleno de contradicciones y dualidades, donde el amor y el deseo se entrelazan con la búsqueda de identidad y libertad. Cada relato es una pieza única, un destello de genialidad literaria que nos recuerda por qué Milan Kundera es uno de los escritores más destacados de su generación.

A través de una prosa ágil y lúcida, el autor nos transporta a través de distintas situaciones y contextos, revelando las complejidades y paradojas de la condición humana con una mirada perspicaz y compasiva. El “Libro de los amores ridículos” es, en última instancia, una oda a la vida y sus absurdos, una celebración de la risa como respuesta a la incomprensión y la incertidumbre que rodea nuestras relaciones más íntimas.

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«Sírveme un poco más de slivovice», me dijo Klara y yo no puse objeciones.

El pretexto esgrimido para abrir la botella no había sido nada fuera de lo corriente, pero bastaba: ese día yo había recibido una gratificación relativamente importante por la última parte de un estudio mío que se había publicado por entregas en una revista especializada en crítica de arte.

La propia publicación del estudio había tenido sus más y sus menos. El texto era pura agresividad y pura polémica. Por eso primero me lo rechazaron en la revista «Pensamiento Artístico», cuya redacción es más formal y precavida, y por fin lo publicaron en la revista de la competencia, de menor tirada, cuyos redactores son más jóvenes e imprudentes.

El dinero me lo trajo el cartero a la Facultad, junto con una carta; una carta sin importancia; acababa de adquirir la sensación de estar muy por encima del resto de los mortales y por la mañana apenas la leí. Pero ahora, en casa, cuando el reloj se acercaba a la medianoche y el nivel del líquido en la botella se aproximaba al fondo, la cogí de la mesa para que nos sirviera de diversión.

«Estimado camarada y, si me permite ese tratamiento, colega», empecé a leérsela a Klara. «Disculpe, por favor, que una persona como yo, con la que Ud. no ha hablado en la vida, le escriba esta carta. Me dirijo a Ud. para rogarle que tenga la amabilidad de leer el artículo adjunto. No le conozco a Ud. personalmente, pero le aprecio como persona cuyos juicios, reflexiones y conclusiones me han llenado de asombro, porque su coincidencia con los resultados de mis propias investigaciones es tal que me he quedado completamente consternado…» y seguían una serie de elogios a las excelencias de mi obra y una petición: Si tendría la amabilidad de escribir un informe sobre su artículo, un juicio crítico para la revista «Pensamiento Artístico», en la que desde hace ya más de medio año se lo rechazan y se niegan a prestarle atención. Le dijeron que mi valoración sería decisiva, de modo que ahora me he convertido en su única esperanza como escritor, en la única lucecilla que le alumbra en la terrible oscuridad.

Nos reímos del señor Zaturecky, cuyo rimbombante apellido nos fascinaba; pero nos reímos de él sin ensañarnos, porque los elogios que me dirigía, especialmente en combinación con la excelente botella de slivovice, me habían ablandado. Me habían ablandado de tal modo que en aquellos instantes inolvidables amaba a todo el mundo. Naturalmente, de todo el mundo a quien más amaba era a Klara, aunque sólo fuese porque estaba sentada frente a mí, mientras que el resto del mundo estaba oculto tras las paredes de mi buhardilla del barrio de Vrsovice. Y como en aquel momento no tenía nada con qué obsequiar al mundo, obsequiaba a Klara. Al menos con promesas.

“El libro de los amores ridículos” de Milan Kundera

Milan Kundera. Escritor checo, cursó estudios de Literatura y Estética en la Universidad Carolina de Praga, aunque acabó por estudiar Cinematografía en la Academia de Praga. Durante este tiempo fue muy activo políticamente, formando parte del Partido Comunista Checo, con el que mantuvo una tensa relación, siendo expulsado y readmitido en varias ocasiones hasta su marcha definitiva en 1970.

Fue profesor durante varios años en el Instituto de Estudios Cinematográficos de Praga, pero tras la Primavera de Praga decidió exiliarse en Francia, donde llegó a ejercer la docencia en Rennes y más tarde en l´École des Hautes Études de París. Tras ser despojado de la nacionalidad checa por parte del gobierno comunista, Kundera se nacionalizó francés en 1981.

En lo literario es considerado como uno de los grandes autores del siglo XX, destacando no sólo por sus novelas sino también por su producción dedicada al ensayo, la poesía y el teatro. Buena prueba de esto es la cantidad de premios que ha recibido a lo largo de su carrera, como el Médicis, el Herder o el Cino del Duca, siendo uno de los nombres habituales para obtener el Premio Nobel de Literatura.

De entre su obra habría que destacar algunos títulos tan conocidos como La insoportable levedad del ser –cuya adaptación al cine obtuvo el aplauso de la crítica-, El libro de la risa y el olvido o La broma, por mencionar sólo unos pocos.