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El libro de las quimeras

El libro de las quimeras, un ensayo de E. M. Cioran

El libro de las quimeras, un ensayo de E. M. Cioran

Resumen del libro:

El libro de las quimeras, publicada en Bucarest en 1936, cuando su autor tiene veinticuatro años y han transcurrido dos desde la aparición de En las cimas de la desesperación. En aquellos años, Cioran, tras disfrutar de una beca de estudios en Alemania, vuelve a Rumania y pasa a ser profesor de filosofía en Brasov. «Mi paso por el instituto de Brasov fue en verdad catastrófico, tuve follones con mis alumnos, los profesores, el director…, en una palabra, con todo el mundo», cuenta el propio autor en una entrevista con Michael Jakob. En semejante estado de ánimo escribió El libro de las quimeras, donde encuentra por primera vez en el aforismo su verdadero estilo, un estilo que le permite no sólo discurrir con mayor concisión y precisión, sino denunciar, maldecir y fustigar sin piedad todo lo que le irrita.

I

ÉXTASIS MUSICAL. Siento como que pierdo la materia, que cae mi resistencia física y que me fundo en armonías y ascensiones de melodías interiores. Una sensación difusa y un sentimiento inefable me reducen a una indeterminada suma de vibraciones, de resonancias íntimas y de envolventes sonoridades.

Todo cuanto he creído tener en mí de singular, aislado en una soledad material, fijado en una consistencia física y determinado por una estructura rígida, parece haberse resuelto en un ritmo de seductora fascinación y de imperceptible fluidez. ¿Cómo podría describir con palabras el modo como crecen las melodías, en que vibra todo mi cuerpo integrado en una universalidad de vibraciones, evolucionando en fascinantes sinuosidades, en medio de un encanto de aérea irrealidad? En los momentos de musicalidad interior he perdido la atracción de mi pesada materialidad, he perdido la sustancia mineral, esa petrificación que me ata a una fatalidad cósmica, para arrojarme a un espacio de espejismos, sin tener conciencia de su ilusión, y de sueños, sin que me duela su irrealidad. Y nadie podrá entender el hechizo irresistible de las melodías interiores, nadie podrá sentir el arrebato y la placidez a menos que goce de esa irrealidad, que ame el sueño más que la evidencia. El estado musical no es una ilusión, porque ninguna ilusión puede dar una certidumbre de tal amplitud, ni una sensación orgánica de absoluto, de incomparable vivencia, significativa por sí sola y expresiva en su esencia. En esos instantes en que uno resuena en el espacio y el espacio resuena en él, en esos momentos de torrente sonoro, de posesión integral del mundo, sólo puedo preguntarme por qué no seré yo todo este mundo. Nadie ha experimentado con intensidad, con una loca e incomparable intensidad, el sentimiento musical de la existencia, a menos que haya tenido el deseo de esa absoluta exclusividad, a menos que haya sido poseído de un irremediable imperialismo metafísico, cuando deseara la ruptura de todas las fronteras que separan al mundo del yo. El estado musical asocia, en el individuo, el egoísmo absoluto con la mayor de las generosidades. Quieres ser sólo , pero no por mor de un orgullo mezquino, sino por una suprema voluntad de unidad, por la ruptura de las barreras de la individuación, no en el sentido de desaparición del individuo sino de desaparición de las condiciones limitativas impuestas por la existencia de este mundo. Quien no haya tenido la sensación de la desaparición del mundo, como realidad limitativa, objetiva y separada, quien no haya tenido la sensación de absorber el mundo durante sus éxtasis musicales, sus trepidaciones y vibraciones, nunca entenderá el significado de esa vivencia en la que todo se reduce a una universalidad sonora, continua, ascensional, que evoluciona hacia lo alto en un placentero caos. ¿Y qué es ese estado musical sino un placentero caos cuyo vértigo es igual a placidez y sus ondulaciones iguales a arrobamientos?

Quiero vivir sólo para esos momentos en los que siento toda la existencia como una melodía, todas las heridas de mi ser, cuando todas mis llagas internas, todas las lágrimas no lloradas y todos los presentimientos de felicidad que he tenido bajo los cielos de estío, con eternidades azul celeste, se han juntado y se han fundido en una convergencia de sonidos, en un impulso melodioso y en una cálida y sonora comunión universal.

Me cautiva y me vuelve loco de alegría el misterio musical que yace dentro de mí, que proyecta sus reflejos en melodiosas ondulaciones, que me deshace y reduce mi sustancia a puro ritmo. He perdido la sustancialidad, ese irreductible que me daba prominencia y perfil, que me hacía temblar ante el mundo, sentirme abandonado y desamparado, en una soledad de muerte, y he llegado a una dulce y rítmica inmaterialidad, cuando no tiene sentido alguno seguir buscando mi yo porque mi melodización, mi transformación en melodía, en ritmo puro, me ha sacado de la habitual relatividad de la vida.

Mi voluntad suprema, mi voluntad persistente, íntima, que me consume y me vacía, sería no recobrarme nunca más de esos estados musicales, vivir en perpetua exaltación, hechizado y enloquecido en medio de una borrachera de melodías, de una embriaguez de divinas sonoridades, ser yo mismo música de esferas, una explosión de vibraciones, un canto cósmico y una elevación en espiral de resonancias. Los cantos de la tristeza dejan de ser ya dolorosos en esta embriaguez y las lágrimas se vuelven ardientes como en el momento de las supremas revelaciones místicas. ¿Cómo puedo olvidar las lágrimas internas de estos estados de placidez? Tendría que morir para no volver nunca más a otros estados. En mi océano interno gotean tantas lágrimas como vibraciones han inmaterializado mi ser. Si muriera ahora, sería el hombre más feliz. He sufrido demasiado para que ciertos tipos de felicidad no me sean insoportables. Y mi felicidad es tan frágil, tan acosada por las llamas, atravesada de torbellinos, de serenidades, de transparencias y de desesperanzas, que todo junto en impulsos melódicos me arroba hasta transportarme a un estado de beatitud de una intensidad bestial y de unicidad demoniaca. No se puede vivir hasta la raíz el sentimiento musical de la existencia si no puede soportarse ese inexpresable temblor, de una extraña profundidad, nervioso, tenso y paroxístico. Temblar hasta allí, hasta donde todo se vuelve éxtasis. Y ese estado no es musical si no es extático.

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