El libro de las mil noches y una noche
Resumen del libro: "El libro de las mil noches y una noche" de Anónimo
Las mil noches y una noche es una colección de cuentos populares. Dos documentos, el uno del siglo IX y el otro del siglo X, establecen que este monumento de la literatura imaginativa árabe ha tenido por modelo una colección persa titulada Hazar Afsanah. De este libro, hoy perdido, ha sido tomado el argumento de Las mil noches y una noche, ó sea el artificio de la sultana Schahrazada, así como una parte de sus historias. Los cuentistas populares que ejercitaron su inventiva y su facundia sobre estos temas los fueron transformando á gusto de la religión, las costumbres y el espíritu árabes, así como á gusto de su fantasía. Otras leyendas que no eran de origen persa y otras puramente árabes se fueron incrustando con el tiempo en el repertorio de los cuentistas. El mundo musulmán sunnita todo entero, desde Damasco al Cairo y de Bagdad á Marruecos, se reflejó al fin en el espejo de Las mil noches y una noche. Estamos, pues, en presencia, no de una obra consciente, de una obra de arte propiamente dicha, sino de una obra cuya formación lenta se aprecia por conjeturas diversas y que se expande en pleno folklore islamita. Obra puramente árabe sin embargo, á pesar de su origen pérsico, y que, traducida en persa, turco é indostánico, se esparció por todo el Oriente.
HISTORIA DEL REY SCHAHRIAR Y DE SU HERMANO El REY SCHAHZAMAN
Cuéntase—pero Alah es más sabio, más prudente, más poderoso y más benéfico—que en lo que transcurrió en la antigüedad del tiempo y en lo pasado de la edad, hubo un rey entre los reyes de Sassan, en las islas de la India y de la China. Era dueño de ejércitos y señor de auxiliares, de servidores y de un séquito numeroso. Tenía dos hijos, y ambos eran heroicos jinetes, pero el mayor valía más aún que el menor. El mayor reinó en los países, gobernó con justicia entre los hombres, y por eso le querían los habitantes del país y del reino. Llamábase el rey Schahriar. Su hermano, llamado Schahzaman, era el rey de Samarcanda Al-Ajam.
Siguiendo las cosas el mismo curso, residieron cada uno en su país, y gobernaron con justicia á sus ovejas durante veinte años. Y llegaron ambos hasta el límite del desarrollo y el florecimiento.
No dejaron de ser así, hasta que el mayor sintió vehementes deseos de ver á su hermano. Entonces ordenó á su visir que partiese y volviese con él. El visir contestó: «Escucho y obedezco.»
Partió, pues, y llegó felizmente por la gracia de Alah; entró en casa de Schahzaman, le transmitió la paz, le dijo que el rey Schahriar deseaba ardientemente verle, y que el objeto de su viaje era invitarle á visitar á su hermano. El rey Schahzaman contestó: «Escucho y obedezco.» Dispuso los preparativos de la partida, mandando sacar las tiendas, sus camellos y sus mulos, y que saliesen sus servidores y sus auxiliares. Nombró á su visir gobernador del reino, y salió en demanda de las comarcas de su hermano.
Pero á medianoche recordó una cosa que había olvidado; volvió á su palacio apresuradamente, y encontró á su esposa tendida en el lecho abrazada con un negro, esclavo entre los esclavos. Al ver tal cosa, el mundo se oscureció ante sus ojos. Y se dijo: «Si ha sobrevenido tal aventura cuando apenas acabo de dejar la ciudad, ¿cuál sería la conducta de esta libertina si me ausentase algún tiempo para estar con mi hermano?» Desenvainó inmediatamente el alfanje, y acometiendo á ambos, les dejó muertos sobre los tapices del lecho. Volvió á salir, sin perder una hora ni un instante, y ordenó la marcha de la comitiva. Y viajó de noche, hasta avistar la ciudad de su hermano.
Entonces éste se alegró de su proximidad, salió á su encuentro, y al recibirlo, le deseó la paz. Se regocijó hasta los mayores límites del contento, mandó adornar en honor suyo la ciudad, y se puso á hablarle lleno de efusión. Pero el rey Schahzaman recordaba la aventura de su esposa, y una nube de tristeza le velaba la faz. Su tez se había puesto pálida y su cuerpo se había debilitado. Al verle de tal modo, el rey Schahriar creyó en su alma que aquello se debía á haberse alejado de su reino y de su país, y lo dejaba estar sin preguntarle nada. Al fin, un día, le dijo: «Hermano, tu cuerpo enflaquece y tu cara amarillea.» Y el otro respondió: «¡Ay, hermano, tengo en mi interior como una llaga en carne viva!» Pero no le reveló lo que le había ocurrido con su esposa. El rey Schahriar le dijo: «Quisiera que me acompañases á cazar á pie y á caballo, pues así tal vez se esparciera tu espíritu.» El rey Schahzaman no quiso aceptar, y su hermano se fué solo á la cacería.
Había en el palacio unas ventanas que daban al jardín, y habiéndose asomado á una de ellas el rey Schahzaman, vió cómo se abría una puerta para dar salida á veinte esclavas y veinte esclavos, entre los cuales avanzaba la mujer del rey Schahriar en todo el esplendor de su belleza. Llegados á un estanque, se desnudaron y se mezclaron todos. Y súbitamente la mujer del rey gritó: «¡Oh Massaud!» Y en seguida acudió hacia ella un robusto esclavo negro, que la abrazó. Ella se abrazó también á él, y entonces el negro la echó al suelo, boca arriba, y la gozó. A tal señal, todos los demás esclavos hicieron lo mismo con las mujeres. Y así siguieron largo tiempo, sin acabar con sus besos, abrazos, copulaciones y cosas semejantes hasta cerca del amanecer.
Al ver aquello, pensó el hermano del rey: «¡Por Alah! Más ligera es mi calamidad que esta otra.» Inmediatamente, dejando que se desvaneciese su aflicción, se dijo: «¡En verdad, esto es más enorme que cuanto me ocurrió á mí!» Y desde aquel momento volvió á comer y beber cuanto pudo.
A todo esto, el rey, su hermano, volvió de su excursión, y ambos se desearon la paz íntimamente. Luego el rey Schahriar observó que su hermano el rey Schahzaman acababa de recobrar el buen color, pues su semblante había adquirido nueva vida, y advirtió también que comía con toda su alma después de haberse alimentado parcamente en los primeros días. Se asombró de ello, y dijo: «Hermano, poco ha te veía amarillo de tez y ahora has recuperado los colores. Cuéntame qué te pasa.» El rey le dijo: «Te contaré la causa de mi anterior palidez, pero dispénsame de referirte el motivo de haber recobrado los colores.» El rey replicó: «Para entendernos, relata primeramente la causa de tu pérdida de color y tu debilidad.» Y se explicó de este modo: «Sabrás, hermano, que cuando enviaste tu visir para requerir mi presencia, hice mis preparativos de marcha, y salí de la ciudad. Pero después me acordé de la joya que te destinaba y que te di al llegar á tu palacio. Volví, pues, y encontré á mi mujer acostada con un esclavo negro, durmiendo en los tapices de mi cama. Los maté á los dos, y vine hacia ti, muy atormentado por el recuerdo de tal aventura. Este fué el motivo de mi primera palidez y de mi enflaquecimiento. En cuanto á la causa de haber recobrado mi buen color, dispénsame de mencionarla.»
Cuando su hermano oyó estas palabras, le dijo: «Por Alah te conjuro á que me cuentes la causa de haber recobrado tus colores.» Entonces el rey Schahzaman le refirió cuanto había visto. Y el rey Schahriar dijo: «Ante todo, es necesario que mis ojos vean semejante cosa.» Su hermano le respondió: «Finge que vas de caza, pero escóndete en mis aposentos, y serás testigo del espectáculo: tus ojos lo comprobarán.»
Inmediatamente, el rey mandó que el pregonero divulgase la orden de marcha. Los soldados salieron con sus tiendas fuera de la ciudad. El rey marchó también, se ocultó en su tienda y dijo á sus jóvenes esclavos: «¡Que nadie entre!» Luego se disfrazó, salió á hurtadillas y se dirigió al palacio. Llegó á los aposentos de su hermano, y se asomó á la ventana que daba al jardín. Apenas había pasado una hora, cuando salieron las esclavas, rodeando á su señora, y tras ellas los esclavos. E hicieron cuanto había contado Schahzaman, pasando en tales juegos hasta el asr.
Cuando vió estas cosas el rey Schahriar, la razón se ausentó de su cabeza, y dijo á su hermano: «Marchemos para saber cuál es nuestro destino en el camino de Alah, porque nada de común debemos tener con la realeza hasta encontrar á alguien que haya sufrido una aventura semejante á la nuestra. Si no, la muerte sería preferible á nuestra vida.» Su hermano le contestó lo que era apropiado, y ambos salieron por una puerta secreta del palacio. Y no cesaron de caminar día y noche, hasta que por fin llegaron á un árbol, en medio de una solitaria pradera, junto al mar salado. En aquella pradera había un manantial de agua dulce. Bebieron de ella y se sentaron á descansar.
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Autor cuyo nombre no es conocido o no ha sido declarado.