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El ladrón de puertas

Resumen del libro:

Orson Scott Card, autor de renombre mundial y creador de obras maestras como “El Juego de Ender”, nos sorprende nuevamente con “El ladrón de puertas”, la continuación de la serie “La puerta oculta”. Card, conocido por su capacidad para entrelazar la ciencia ficción con la fantasía, despliega su talento en este universo donde la magia y la vida cotidiana coexisten en un precario equilibrio.

En “El ladrón de puertas”, nos encontramos nuevamente con Danny North, un joven mago que debe enfrentar los desafíos típicos de la adolescencia mientras lucha por controlar sus inmensos poderes. Ser el mago más poderoso de la Tierra y Westil no facilita su vida en el instituto. Danny debe dominar sus habilidades para mantenerse oculto de las familias mágicas, que buscan controlar su poder o incluso eliminarlo si no logran someterlo a su voluntad.

La narrativa de Card es ágil y envolvente, logrando sumergir al lector en un mundo donde la magia está a la vuelta de la esquina. La tensión constante de Danny, al tratar de equilibrar su vida normal con sus responsabilidades mágicas, se siente palpable y real. Los conflictos internos del protagonista y las amenazas externas crean una trama que atrapa desde el primer capítulo.

La caracterización de los personajes es uno de los puntos fuertes del libro. Danny es un protagonista complejo, lleno de matices, que debe madurar rápidamente para enfrentar los peligros que lo acechan. Las familias mágicas, con sus propias intrigas y rivalidades, añaden profundidad al mundo creado por Card, haciendo que cada interacción sea rica y significativa.

“El ladrón de puertas” no solo es una historia de magia y poder, sino también de crecimiento personal y de lucha por la identidad. Card explora temas universales a través de un lente fantástico, logrando que la historia resuene con los lectores de todas las edades. La habilidad del autor para crear un mundo coherente y detallado, lleno de reglas mágicas y políticas complejas, demuestra una vez más su maestría en el género.

En resumen, “El ladrón de puertas” es una continuación impresionante de “La puerta oculta”, consolidando a Orson Scott Card como un maestro de la fantasía urbana. Con una trama apasionante, personajes bien desarrollados y una escritura envolvente, esta novela es una lectura obligada para los amantes del género y para aquellos que buscan una historia llena de magia, intriga y crecimiento personal.

A Rick Fenton y Gordon Lundrigan,
mis compañeros en la búsqueda espiritual,
moral y filosófica,
y mis ejemplos dentro de la comunidad.

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JÓVENES VOLADORES

Es posible que cierto atardecer de un buen día de noviembre fueras una de las personas que aparcaron su coche frente a la hamburguesería Kenny’s en Buena Vista, Virginia; o quizás lo hicieras delante del restaurante italiano de Nick, o también cabe la posibilidad de que tu elección fuera Todd’s Barbecue. En cualquier caso, si antes de pasar al interior del local echaste un vistazo a tu alrededor, seguro que miraste unos segundos hacia el Instituto Parry McCluer, situado en lo alto de la colina próxima. Podría haber sucedido así, ¿no?

En ese caso, tuviste que ver cómo algo despegaba desde el propio instituto y surcaba el cielo igual que un cohete. Un cohete con el tamaño y la forma de un estudiante. Un proyectil que a lo mejor agitaba los brazos y que, con toda certeza, pataleaba en busca de tierra firme. Sí, el proyectil tenía el aspecto de un ser humano.

Un ser humano que ascendía igual que una bala hasta alcanzar una altura de unos dos kilómetros sobre Buena Vista. Y, de pronto, el proyectil humano se quedaba inmóvil en el aire, apenas un instante, aunque el tiempo suficiente para contemplar el paisaje y que tú pudieras contemplarlo a él, si es que estabas mirando.

Y entonces, emprendía el descenso. Una caída a plomo a una velocidad endiablaba; una zambullida mortal.

Te costaría creer lo que estabas viendo, pero mantuviste la vista fija en ese punto del cielo y… ¡Atención! ¡Ahí va de nuevo! ¿Es el mismo chico de antes u otro diferente? Hay demasiada distancia para saberlo con certeza. Seguro que si estabas acompañado le diste un codazo a quien estaba contigo, señalando al cielo.

—¡Mira! ¿Es una persona? ¡Parece un chico!

—¿Dónde?

—¡En el cielo! Encima del instituto, mira. No, ahí no, arriba, en el cielo. ¿Lo ves?

Y el chico emprende de nuevo su zambullida mortal hacia el instituto.

—Se ha matado —comentas—. Nadie sobrevive a una caída así.

Y en cuanto lo has dicho, ahí va de nuevo. ¡Surcando el cielo a una velocidad de vértigo!

—¡Menuda cama elástica! —comenta alguien que intenta encontrar una explicación lógica al suceso.

Si fuiste uno de los que observó el fenómeno desde el principio, contemplaste hasta treinta ascensiones y sus correspondientes descensos, antes de que el espectáculo concluyera.

«¿Crees que alguno de esos chicos ha conseguido sobrevivir? Diría que no, no hay ser humano que pueda superar una caída así sin quedar hecho trizas. ¿Subimos para comprobarlo? Yo creo que no eran chicos, es probable que fueran maniquíes, algún tipo de peleles. Imagínate ir hasta allí y preguntar si están catapultando alumnos hacia las nubes para que se estrellen contra el suelo. Pareceríamos tontos. Seguro que existe una explicación lógica. Ya verás como lo aclaran en las noticias de esta noche».

Tres espectadores lo grabaron en sus móviles; dos de ellos consiguieron filmar a los últimos cinco o seis voladores y el tercero logró grabar a quince. La calidad de las grabaciones distaba de ser óptima, pero fue eso lo que les otorgó mayor verosimilitud. Los tres enviaron los vídeos por correo electrónico a sus contactos y, al final, los tres acabaron en YouTube.

Muchos de los comentarios en YouTube afirmaron que eran un montaje. Se preguntaban por qué la gente perdía el tiempo con estupideces así, el contraste de los supuestos estudiantes voladores con el fondo de la imagen delataba el fraude. Algunos hicieron gala de su sentido del humor y comentaron que los GI Joe voladores molaban mucho, una idea divertida para pasar el rato.

No hay emisoras locales de noticias en Buena Vista. Las que cubren la región están situadas en poblaciones cercanas como Lynchburg, Roanoke y Stanton. Y les importa una mierda lo que ocurre en Buena Vista, una ciudad moribunda que jamás tuvo mucho que contar, ni siquiera en sus mejores tiempos. Y, además, las imágenes son absurdas, las figuras voladoras son tan diminutas que podrían ser cualquier cosa. Y vuelan a una altura en la que no hay puntos de referencia, ni siquiera las montañas. Sólo son puntos que se desplazan por el cielo, entre las nubes. Pájaros. Son pájaros. Toda la noticia es absurda, sentencian los que mandan en las emisoras, y el fenómeno nunca llega a los noticiarios.

Sin embargo, en el mundo hay un puñado de miles de personas que conoce la verdad sobre los chicos voladores. Esas personas también conocen el motivo de que no haya noticias sobre estudiantes muertos en el instituto de Buena Vista, a pesar de las descensos en caída libre. Sí, saben de sobra lo que ha ocurrido: ha sido un acto divino, la intervención de un dios. No, de Dios no. De un dios.

Así los llamaban en otros tiempos. Las gentes los consideraban dioses. En los lugares donde se hablaban las lenguas indoeuropeas, sus divinidades recibían los nombres de Mercurio, Thor, Vishnu, Borvo, Mitra y Pekelnik.

Nadie los considera dioses ya, pero eso no significa que no sigan entre nosotros. Son más débiles que en sus tiempos de gloria porque ya no pueden utilizar las Grandes Puertas, como en el pasado, para viajar a Westil, reponer sus poderes y luego retornar a la Tierra para seguir actuando como dioses.

Sólo existe un ser capaz de abrir una puerta entre Westil y la Tierra y transportar a alguien de un planeta al otro de forma instantánea: un mago teleportador.

Sin embargo, el último mago teleportador conocido data del año 620 de nuestra era. Fue Loki, dios nórdico. Loki destruyó todas las puertas de la Tierra y luego escapó a Westil a través de una Gran Puerta que cerró tras él.

A escasos kilómetros de distancia de Buena Vista, en el territorio de la Familia North, uno de sus miembros más jóvenes vio el vídeo en YouTube a las pocas horas de que lo colgaran en la red. Apenas transcurrieron veinte minutos antes de que los magos más poderosos de la Familia North se metieran en una furgoneta y se dirigieran al instituto. Conocían muy bien la identidad del responsable de los vuelos: Danny North; Danny, el hijo de Odín y Gerd, a quien todos creían un drekka, alguien sin talento ni poder alguno, hasta el día en el que desapareció.

Ahora acababan de averiguar que no se había marchado tan lejos como pensaban. Y también que no era un drekka, sino un mago teleportador. Uno muy poderoso. Las imágenes en YouTube lo delataban, en ellas los voladores no aparecían de repente en el cielo, que es como suelen funcionar las puertas; no, se podía observar con claridad cómo las figuras ascendían. Se desplazaban con rapidez, pero el recorrido de ascenso y descenso era visible para cualquier observador. La conclusión lógica fue que no era una puerta cualquiera la que recorrían los estudiantes voladores. Era una Gran Puerta: la fusión de varias puertas que forman una más grande y poderosa que surge imponente desde el suelo. Y aunque su altura sólo fuera de dos kilómetros escasos, era mucho más de lo que se había alcanzado en los últimos catorce siglos.

Algunos de los dioses que viajaban en la furgoneta acudían al instituto con el firme propósito de encontrar a Danny y matarlo. Porque ése era el destino de los magos teleportadores, que en el pasado sólo habían acarreado problemas a la Familia North. Por no mencionar que si las otras Familias se enteraban de la existencia de un mago teleportador entre los North y que no habían hecho nada para solucionarlo, formarían una alianza que les declararía la guerra y, en esta ocasión, la paz sólo llegaría tras el exterminio de los North.

Los North tenían que cazar y mostrar el cadáver de Danny al resto de Familias; era su única esperanza de mantener la paz.

Sin embargo, no todos los dioses North acudían con la misma idea. Los padres de Danny siempre habían sabido que su hijo era un mago teleportador, porque ése había sido el objetivo de Gerd y Alf cuando se casaron, justo antes de que nombraran a Alf cabeza de familia y tomara el nombre de Odín. El matrimonio significó la unión de los dos magos más poderosos de los últimos siglos: Gerd, la lumimaga, que controlaba la luz y la electricidad; y Alf, el tecnomago, que contaba con el extraño y novedoso talento de dominar el mecanismo de cualquier tipo de maquinaria. Todos esperaban que el fruto de ese matrimonio contara con poderes extraordinarios.

Gerd y Alf habían estudiado a fondo los árboles genealógicos de los dioses y llegaron a la conclusión de que los magos teleportadores, cuyos nacimientos eran escasos, eran el fruto de parejas con empatías dispares. Eran matrimonios entre magos con empatía hacia la roca y la luz, o el agua y el fuego; sólo los animagos no habían formado parte de esos matrimonios. Y con el propósito de engendrar un mago teleportador contrajeron matrimonio Gerd y Alf. Al principio, Danny no demostró talento alguno, ni siquiera era capaz de crear una efigie en la que proyectar su esencia, que es uno de las habilidades más simples de la magia, pero eso no desanimó a sus padres; al contrario, les infundió más esperanzas. Cabía la posibilidad de que Danny fuera un drekka, alguien sin poderes, pero también de que fuera un mago teleportador. Los teleportadores no pueden crear efigies porque su esencia está repartida entre todas las puertas potenciales que albergan en su interior y no pueden proyectarla, requisito imprescindible para crear una efigie.

“El ladrón de puertas” de Orson Scott Card

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