El Jorobado o Enrique de Lagardère

Resumen del libro: "El Jorobado o Enrique de Lagardère" de

“El Jorobado o Enrique de Lagardère” de Paul Féval es una emocionante novela ambientada en la Francia del siglo XVII que te sumerge en un intrigante mundo de pasiones, traiciones y espadachines. La historia se desarrolla en el año 1699, en un castillo enclavado en los valles del Pirineo Oriental, donde el Marqués de Caylus planea casar a su hija, Aurora, con Felipe, Duque de Gonzaga. Sin embargo, el destino tiene otros planes para ellos.

Aurora, la joven encerrada por su propio padre, encuentra el amor en secreto y da a luz a una niña. Ante el peligro que acecha a su hija, decide entregársela a Felipe de Nevers, el primo del Duque de Gonzaga y heredero en caso de que Gonzaga muera sin descendencia. Pero la traición y el peligro se ciernen sobre ellos, ya que ocho truhanes contratados para asesinar a Felipe de Nevers y su heredera los acechan.

En este momento crucial, surge el personaje central de la historia, Enrique de Lagardère, un joven y renombrado espadachín con una estocada secreta y mortal. Solo él podría enfrentarse a ocho hombres y sobrevivir. Lagardère se ve involucrado en un enfrentamiento fatal con Felipe de Nevers y, antes de morir, le confía la custodia de su hija.

Veinte años después, Aurora se ha casado nuevamente con el astuto Felipe de Gonzaga, el hombre responsable de la muerte de Nevers. Lagardère regresa para poner las cosas en su lugar y desencadenar una serie de eventos emocionantes y llenos de suspense.

La novela de Paul Féval es una cautivadora mezcla de romance, aventura y venganza, donde los personajes complejos y las tramas entrelazadas mantienen al lector inmerso en una travesía emocional. La historia de Lagardère es una narración apasionante que nos muestra la lucha entre el bien y el mal, la lealtad y la traición, en el escenario de la Francia del siglo XVII.

Con su prosa vívida y su narrativa hábil, Féval teje una trama que atrapa desde la primera página y mantiene la tensión hasta el emocionante desenlace. “El Jorobado o Enrique de Lagardère” es una obra literaria que ha perdurado a lo largo del tiempo, cautivando a generaciones de lectores con su intriga y su habilidad para explorar los aspectos más oscuros y apasionados de la condición humana.

Libro Impreso

I. EL VALLE DE LOURON

En este lugar existió en los pasados tiempos la ciudad de Lora, con templos paganos, anfiteatros y un notable Capitolio. Hoy es un valle desierto, por donde la pesada carreta del labrador gascón parece temer que se embote y resbale el hierro de sus ruedas, sobre el mármol de las columnas medio enterradas en la arena. La montaña está cerca. La alta cordillera de los Pirineos desgarra a trechos el nevado horizonte y deja ver el azulado cielo del territorio español. Los senderos que recortan sus cimas, sirven de caminos a los contrabandistas vascos. A algunas leguas de allí, París tose, baila, chancea y sueña que alivia su incurable bronquitis en los manantiales de Bagnéres-de-Luchon; un poco más allá, otro París, el París reumático, cree dejar sus ciáticas en el fondo de las sulfurosas piscinas de Baréges-les-Bains. La fe salvará a París, más que el hierro, la magnesia y el azufre.

El valle de Louron se halla entre el de Aura y el de Barrousse y es el menos conocido quizá por los desenfrenados turistas que todos los años recorren esos salvajes contornos. El valle de Louron con sus oasis floridos, sus torrentes prodigiosos, sus rocas fantásticas, su río deslizándose entre dos escarpadas riberas, sus selvas extrañas y su viejo y vanidoso castillo es todo un poema caballeresco. Al descender de la montaña, sobre la vertiente del pico Vejan, puede abarcarse todo el paisaje. El valle de Louron forma el punto extremo de la Gascuña y se abre como un abanico entre los hermosos bosques de Ens y Fréchet, que juntan, a través del valle de Barrousse, los paraísos de Mauleón, Nestes y Campan. La tierra es pobre a pesar de su aspecto espléndido y deslumbrador.

El bosque de Ens sigue la prolongación de una colina que se corta en medio del valle para dar paso al río Clarabide. El extremo oriental de esta colina es tan escarpado y abrupto, que no se ve en él ningún sendero: está formado en sentido inverso que las montañas que le rodean, y cierra el valle, como una enorme barricada tendida de una a otra montaña, dejando solamente el espacio preciso para que pase el río. Se llama en el país este corte milagroso El Hachazo. Tiene su correspondiente y romántica leyenda, de que os hacemos gracia. Allí se levantó el Capitolio de la ciudad de Lora, que sin duda ha dado su nombre al valle de Louron y todavía se ven las ruinas del castillo de Caylus-Tarrides.

De lejos, estas ruinas tienen un soberbio aspecto. Ocupan un espacio considerable y, a más de cien pasos de El Hachazo, se ven aún asomar entre los árboles las estropeadas cimas de las viejas torres. De cerca, parece una aldea fortificada. Los árboles casi han abierto los escombros, introduciendo sus retoños por entre las piedras que antes formaron pilares esbeltos y atrevidas bóvedas. Pero la mayor parte de estas ruinas pertenecen a humildes construcciones, en que la madera y el légamo sustituyeron con frecuencia al sólido granito.

Cuenta la tradición que un Caylus-Tarrides —que era el nombre de esta familia importantísima por sus inmensas riquezas—, hizo levantar una muralla alrededor de la aldea de Tarrides para proteger a sus vasallos hugonotes después de la abjuración de Enrique IV. Llamábase Gastón de Tarrides y tenía el título de barón. Si vais a las ruinas de Caylus, se os enseñará como una reliquia el árbol del barón. Es una encina. Sus raíces penetran en la tierra cerca del viejo foso que defiende el castillo por Occidente. Herido en noche tormentosa por un rayo, el gran árbol cayó atravesado junto al foso. Desde entonces vegeta nutriéndose por la corteza, que es la única que quedó sana después de la catástrofe. Lo más curioso es que un retoño desprendido del tronco, a treinta o cuarenta pies del foso, ha arraigado, siendo hoy una encina soberbia, una encina milagrosa, sobre la cual dos mil quinientos turistas han escrito sus nombres.

Los Caylus-Tarrides se extinguieron hacia principios del siglo XVIII en la persona de Francisco de Tarrides, marqués de Caylus, uno de los personajes de nuestra historia. En 1699, el marqués de Caylus era un hombre de sesenta años. Después de seguir a la Corte, al empezar el reinado de Luis XIV, se retiró descontento a sus tierras con su única hija Aurora de Caylus. Se le conocía en el país con el sobrenombre de Caylus-Verrou (cerrojo). Véase por qué.

Antes de cumplir los cuarenta años y viudo de su primera mujer, que no le había dado herederos, se enamoró de la hija del conde de Sotomayor, gobernador de Pamplona. Inés de Sotomayor tenía entonces diecisiete años. Era hija de Madrid, tenía los ojos de fuego y el corazón aún más ardiente que los ojos. El marqués gozaba fama de no haber hecho dichosa a su primera mujer, que vivió siempre encerrada en el viejo castillo, donde murió a los veinticinco años. Inés manifestó francamente a su padre que no sería nunca la compañera de aquel hombre; pero el negocio se terminó sin hacerle caso, y la joven fue sacrificada a mezquinas conveniencias. Una noche, la desgraciada Inés, oculta detrás de su celosía, escuchó por última vez la sentida serenata que en honor suyo tocaba en la guitarra el hijo más pequeño del corregidor. Al día siguiente, partió muy velada para Francia con el marqués. Cuando llegaron al castillo de Caylus, se produjo un febril movimiento de curiosidad entre los gentileshombres del Valle de Louron. Y aunque entonces no había importunos turistas, acometidos de la fiebre de la curiosidad, la guerra con España sostenía en la frontera partidas de atrevidos aventureros que molestaban al marqués.

Y, aunque aceptó la situación, porque no tenía otro remedio, tomó sus medidas. El galán que hubiese pretendido la conquista de Inés, habría precisado pertrecharse antes de buenos cañones de sitio.

No se trataba solamente de apoderarse de un corazón: el corazón estaba al abrigo de una sólida fortaleza. Los tiernos billetes no llegaban a su destino; las dulces miradas perdían su lánguido fuego; la misma guitarra era impotente. La hermosa Inés era inabordable. Ningún galán, cazador de osos, paisano o capitán, pudo nunca alabarse de conocer el color de sus ojos. Estaba bien guardada. Al cabo de tres o cuatro años, la pobre Inés abandonó al fin aquel triste albergue para ir al cementerio. Había muerto de soledad y de fastidio. Dejó una hija. El odio de los galanes burlados dio al marqués el sobrenombre de Verrou. De Tarbes a Pamplona, de Argelia a Saint-Gaudens, no hubierais encontrado ni una mujer, ni un hombre, ni un niño, que llamase al marqués de otro modo que Caylus-Verrou.

Muerta su segunda esposa, trató de volver a casarse, pues pertenecía a la potente raza de los Barba Azul, que no se desaniman nunca; pero que el gobernador de Pamplona no tenía más hijas, y las señoritas casaderas, conociendo su horrible reputación, se negaron al ser solicitadas.

Permaneció por lo tanto viudo, esperando con impaciencia la época en que su hija pudiera contraer matrimonio. Los gentileshombres del país le odiaban, y, a despecho de su opulencia, faltábale frecuentemente compañía. El fastidio le arrojó fuera de sus dominios. Tomó la costumbre de ir todos los años a París, donde las jóvenes cortesanas se mofaban de él, luego de explotarle.

Durante sus ausencias, Aurora quedaba custodiada por dos o tres dueñas y un viejo capellán.

Aurora era hermosa como su madre, y en sus rasgados ojos se adivinaba la sangre española que corría por sus venas. Cuando tuvo dieciséis años, los habitantes de la aldea de Tarrides oyeron ladrar con frecuencia a los perros de Caylus, durante las noches oscuras.

Por esta época, Felipe de Lorena, duque de Nevers y uno de los más brillantes señores de la corte de Francia, fue a habitar su castillo de Buch, en el Juranzon. Representaba difícilmente veinte años; pues por haber abusado muy pronto de la vida, iba medio muerto de una enfermedad de languidez. El aire puro de las montañas le reanimó. Pasadas algunas semanas, que dedicó a cazar por el valle de Louron, sintióse fuerte y rejuvenecido.

La primera vez que los perros de Caylus ladraron durante la noche, el joven duque de Nevers, rendido de cansancio, pidió hospitalidad a un leñador del bosque de Ens.

Nevers estuvo un año en su castillo de Buch. Los pastores de Tarrides decían que era un señor muy generoso.

Los pastores de Tarrides refieren dos aventuras nocturnas que ocurrieron durante su estancia en el país. Una vez se vio hacia la media noche luz a través de los vidrios de la vieja capilla de Caylus.

Los perros no ladraron; pero una forma sombría, que las gentes de la aldea creyeron reconocer, por haberla visto con frecuencia, se deslizó en los fosos favorecida por la oscuridad. Estos antiguos castillos están siempre llenos de fantasmas.

El Jorobado o Enrique de Lagardère: Paul Féval

Paul Féval. Nacido el 29 de septiembre de 1816 en Rennes, Francia, y fallecido el 8 de marzo de 1887 en París, fue un prolífico escritor cuyo legado en la literatura francesa es innegable. Es ampliamente reconocido por su destreza en la novela de folletines, donde rivalizó en popularidad con destacados autores de su tiempo, como Alejandro Dumas y Eugène Sue.

Criado en la región de Bretaña, la influencia de las tradiciones y leyendas folclóricas locales se reflejó en gran medida en su obra literaria. Aunque inicialmente estudió derecho, pronto abandonó esa carrera en favor de su pasión por la escritura y se trasladó a París en 1836.

El debut literario de Féval llegó en 1841 con "El club de las focas," seguido de obras como "Rollan Pie de hierro" y "Los caballeros del firmamento." Sin embargo, fue en 1844 que alcanzó el reconocimiento masivo con "Los misterios de Londres," consolidándose como un escritor destacado al nivel de Dumas y Sue.

A lo largo de su carrera, Féval experimentó con diferentes géneros y estilos, desde la sátira en "Le tueur de Tigres" hasta la novela de misterio en "Los compañeros del silencio" y "Jean Diable." Pero fue en 1857 cuando dejó su marca más perdurable con "El jorobado," protagonizado por Henri Lagardère y su famosa frase: "si tú no vas a Lagardère, Lagardère irá por ti."

Féval también fue pionero en la novela gótica, anticipando a autores como Bram Stoker con obras como "La vampira" y "La ciudad vampiro." En sus últimos años, se convirtió al catolicismo, lo que influyó en su obra y se reflejó en sus libros de temática religiosa.

A pesar de intentar convertirse en miembro de la Academia Francesa y enfrentar desafíos debido a la naturaleza de su obra y sus ideas políticas, Féval dejó un legado literario impresionante. Sus obras continúan siendo leídas y apreciadas por su narrativa apasionante, personajes memorables y contribuciones al género de la novela de folletines y la literatura gótica. Paul Féval, un escritor visionario, sigue siendo una figura fundamental en la historia de la literatura francesa.

Cine y Literatura
Película: El jorobado (Enrique de Lagardere)

El jorobado

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