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El jardín del profeta

Resumen del libro:

El gran poeta libanés Gibran Khalil Gibran, nos presenta en este libro la figura del profeta -sabio e incomprendido- que expresa en inspirado lenguaje poético sus profundas intuiciones y reflexiones, a veces paradógicas, sobre la vida y el devenir del ser humano.

1

Almustafa, el elegido y el amado, que era la plena luz de su propio día, regresó a su isla natal en el mes de Tishrei, que es el mes del recuerdo.

Y cuando el barco se acercaba ya al puerto, se puso de pie en la proa, y sus marineros se encontraban a su alrededor. Y en el corazón tenía un sentimiento de regreso al hogar.

Y habló, y en su voz estaba el mar, y dijo: «Mirad, la isla donde nacimos. Hasta aquí nos ha elevado la tierra, canto y enigma, canto al cielo, y enigma para la tierra; y ¿qué hay entre la tierra y el cielo que pueda cantar ese canto afinado y resolver el enigma, si no es nuestra propia pasión?

»La mar nos empuja de nuevo a esas orillas. No somos otra cosa que una más de sus olas. Nos emite para hacer sonar su palabra, pero ¿cómo vamos a poder hacerlo sin romper contra las rocas y la arena la simetría de nuestro corazón?

»Pues esta es la ley de los marineros y del mar: si quieres libertad, tienes que acudir a la bruma. Lo sin forma está perpetuamente en busca de forma, lo mismo que las innumerables nebulosas buscan convertirse en soles y lunas; y nosotros, moldes rígidos que hemos buscado mucho y regresado a nuestra isla, debemos convertirnos una vez más en bruma y aprender del comienzo. Y ¿qué hay que pueda vivir y elevarse a las alturas si no se rompe y se convierte en pasión y libertad?

»Por siempre estaremos en busca de orillas en las que poder cantar y ser oídos. Pero, ¿qué ocurre con la ola que se rompe donde no habrá ningún oído que la oiga? Es lo no oído en nosotros lo que nutre nuestra pena más profunda. Y sin embargo también es lo no oído lo que esculpe nuestra alma para dar forma a nuestro destino».

Se avanzó entonces uno de sus marineros y dijo: «Señor, has capitaneado nuestra nostalgia por este puerto, y he aquí que hemos llegado, y sin embargo hablas de dolor y de corazones que se romperán».

Y respondió él y dijo: «¿No he hablado acaso de libertad, y de esa bruma que es nuestra mayor libertad? Pero este peregrinar a la isla en que nací lo hago en el dolor, del mismo modo que el fantasma de aquel al que mataron va a arrodillarse ante aquellos que lo mataron».

Y habló otro marinero y dijo: «Mira las multitudes en el rompeolas. En su silencio predijeron incluso el día y la hora de tu llegada, y han venido de sus campos y sus viñas en su necesidad de amor, para acudir a esperarte».

Almustafa miró a lo lejos las multitudes, y su corazón era consciente de que lo añoraban, y permaneció en silencio.

Llegó entonces de la muchedumbre un clamor, y era un clamor de recuerdo y súplica.

Y miró él a sus marineros y dijo: «¿Y qué les he traído? Era yo un cazador en tierras lejanas. Con puntería y fuerza gasté las doradas flechas que ellos me habían dado, pero no he traído caza alguna. No fui detrás de las flechas. Tal vez ahora estén brillando al sol en alas de águilas heridas que no van a caer a la tierra. Y tal vez las puntas de las flechas hayan caído en manos de aquellos que tenían necesidad de ellas para conseguir pan y vino.

»No sé dónde gastaron su vuelo, pero esto sé: trazaron su curva en el cielo.

»Aun así, todavía está sobre mí la mano del amor, y vosotros, marineros míos, surcáis todavía mi visión, y no permaneceré mudo. Gritaré cuando la mano de las estaciones se ponga en mi garganta, y cantaré mis palabras cuando a mis labios los quemen las llamas».

Y ellos tenían el corazón turbado porque él hablaba de estas cosas. Y dijo uno: «Maestro, enséñanos a todos, y tal vez porque corre tu sangre en nuestras venas y porque tu aliento es nuestra fragancia, comprenderemos».

Entonces les respondió, y en su voz estaba el viento, y dijo: «¿Me lleváis acaso a la tierra en que nací para que haga de maestro? Todavía no he sido enjaulado por la sabiduría. Demasiado joven soy, y demasiado inexperto, para hablar de otra cosa que del sí mismo, que es por siempre lo profundo que llama a lo profundo.

»Que el que quiera sabiduría la busque en el ranúnculo o en un pedazo de arcilla roja. Yo soy el que canta. Yo soy el que canta la tierra, y cantaré vuestro sueño perdido que camina de día entre dormir y dormir. Pero miraré hacia el mar».

Y había entrado ya el barco en el puerto y pasó el rompeolas, y Almustafa llegó entonces a la isla en la que había nacido y se encontró una vez más entre los suyos. Y de sus corazones se elevó un gran clamor, y eso estremeció dentro de él la soledad de su sentimiento de regreso al hogar.

Y quedaron ellos callados aguardando a que hablase, pero él no les respondía, porque estaba embargado por la tristeza del recuerdo, y se dijo en su corazón: «¿He dicho que cantaría? No, tan sólo puedo abrir los labios para que la voz de la vida salga al viento en signo de alegría y de apoyo».

Y habló entonces Karima, con la que había jugado, de niños, en el jardín de la madre de él, y dijo: «Durante doce años nos has ocultado tu rostro, y durante doce años hemos estado hambrientos y sedientos de tu voz».

Y él la miró con suma ternura, pues había sido ella la que cerrara los ojos de su madre cuando las blancas alas de la muerte la recogieron.

Y respondió él y dijo: «¿Doce años? ¿Doce años dices, Karima? No he medido mi anhelo con la estrellada vara ni sondeado las profundidades. Porque, cuando el amor está añorado, agota las medidas del tiempo y sus sondeos.

»Hay momentos que contienen eones de separación. Y sin embargo partir es tan sólo una proyección de la mente. Tal vez no hemos partido».

Almustafa miró al pueblo, y los vio a todos ellos, jóvenes y ancianos, robustos y débiles, los rubicundos por la acción del viento y el sol, y los que tenían el semblante pálido; y vio en sus rostros un resplandor de anhelo y de interrogación.

Y habló uno y dijo: «Maestro, la vida ha sido amarga con nuestras esperanzas y nuestros deseos. Nuestros corazones están turbados, y no comprendemos. Te lo ruego, alívianos y muéstranos el sentido de nuestro penar».

Y su corazón se vio movido a compasión, y dijo: «La vida es más antigua que todas las cosas que viven; del mismo modo que la belleza emprendió el vuelo antes de que naciese en la tierra lo bello, y del mismo modo que la verdad era verdad antes de ser proferida.

»La vida canta en nuestros silencios y sueña en nuestro dormir. Aunque nosotros estemos derrotados y abatidos, la vida está entronada y en la cúspide. Y, cuando lloramos, la vida sonríe al día, y es libre aunque nosotros arrastremos nuestras cadenas.

»A menudo damos a la vida nombres amargos, pero sólo lo hacemos cuando somos nosotros los que estamos amargados y sombríos. Y consideramos que está vacía y que no es aprovechable, pero sólo lo hacemos cuando el alma va a vagar por lugares desolados, y el corazón está ebrio de excesiva atención por uno mismo.

»La vida es profunda, elevada y distante; y aunque vuestra vista pueda alcanzar con esfuerzo a verle siquiera los pies, está sin embargo cerca. Y aunque sólo el aliento de vuestro aliento consigue llegar a su corazón, la sombra de vuestra sombra le cruza la cara, y el eco de vuestro más débil grito se convierte en primavera y otoño en su pecho.

»Y la vida está velada y oculta, igual que está oculto y velado vuestro sí mismo más profundo. Y sin embargo, cuando habla la vida, todos los vientos se convierten en palabras; y cuando vuelve a hablar de nuevo, las sonrisas de vuestros labios y las lágrimas de vuestros ojos se convierten también en palabras. Cuando canta ella, oyen los sordos y escuchan y permanecen atentos. Y cuando se acerca caminando, la contemplan los ciegos y quedan admirados y la siguen sumidos en maravilla y asombro».

Y dejó de hablar, y un gran silencio envolvió al pueblo, y en el silencio latía un canto que no se oía, y se consolaron de su soledad y dolor.

El jardín del profeta – Gibran Khalil Gibran

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