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El hombre que amaba a los perros

El hombre que amaba a los perros, una novela de Leonardo Padura

Resumen del libro:

El hombre que amaba a los perros es una obra maestra del reconocido escritor cubano Leonardo Padura. Publicada en 2009, esta novela histórica teje de manera magistral las historias entrelazadas de León Trotski, el revolucionario ruso exiliado, y Ramón Mercader, su asesino, con la vida del ficticio Iván, un frustrado escritor cubano.

Padura, conocido por su serie de novelas protagonizadas por el detective Mario Conde, despliega en esta obra una narrativa compleja y rica en detalles históricos. Con una habilidad impresionante, el autor sumerge al lector en un viaje que abarca diversas épocas y lugares, desde la opulenta Barcelona burguesa de principios del siglo XX hasta la agitada vida política de México en los años treinta y cuarenta, y la Cuba contemporánea.

El relato comienza en 2004, tras la muerte de la esposa de Iván, un aspirante a escritor que trabaja en un modesto gabinete veterinario en La Habana. Este evento desencadena en Iván una serie de recuerdos de 1977, cuando conoció a un hombre misterioso en una playa cubana, siempre acompañado de dos majestuosos galgos rusos. Este hombre, conocido como “el hombre que amaba a los perros”, revela a Iván detalles íntimos y desconocidos sobre la vida de Ramón Mercader, el asesino de Trotski.

A través de las confidencias de este enigmático personaje, Iván reconstruye las vidas de Trotski y Mercader, explorando sus caminos entrelazados hasta su trágico encuentro en México. La novela explora el exilio forzado de Trotski por Stalin en 1929, sus difíciles años como exiliado, y la transformación de Mercader desde su infancia en Barcelona, sus aventuras amorosas y su implicación en la Guerra Civil Española, hasta su adoctrinamiento en Moscú y su misión en París.

Padura logra una narrativa que no solo revela el contexto histórico y político de uno de los crímenes más impactantes del siglo XX, sino que también ofrece una profunda reflexión sobre el poder, la traición y la lucha ideológica. La historia de Iván y su relación destructiva con el hombre que amaba a los perros sirve como un espejo de las desilusiones y frustraciones vividas en la Cuba contemporánea.

El hombre que amaba a los perros es una novela monumental que mezcla la ficción con la historia, ofreciendo una visión detallada y humana de figuras históricas y los eventos que moldearon sus vidas. La prosa de Padura es envolvente y su habilidad para captar la esencia de diferentes épocas y lugares hace de esta obra una lectura imprescindible para aquellos interesados en la historia, la política y la condición humana.

1

La Habana, 2004

—Descansa en paz —fueron las últimas palabras del pastor.

Si alguna vez esa frase gastada, tan impúdicamente teatral en la boca de aquel personaje, había tenido algún sentido fue en ese preciso instante, mientras los sepultureros, con despreocupada habilidad, bajaban hacia la fosa abierta el ataúd de Ana. La certeza de que la vida puede ser el peor infierno, y de que con aquel descenso se esfumaban para siempre todos los lastres del miedo y el dolor, me invadió como un alivio mezquino y pensé si de algún modo no estaba envidiando el tránsito final de mi mujer hacia el silencio, pues hallarse muerto, total y verdaderamente muerto, puede ser para algunos lo más parecido a la bendición de ese Dios con el que Ana, sin demasiado éxito, había tratado de involucrarme en los últimos años de su penosa vida.

Apenas los sepultureros terminaron de correr la losa y se dedicaron a colocar sobre la lápida las coronas de flores que los amigos sostenían en sus manos, di media vuelta y me alejé, dispuesto a escaparme de nuevos apretones en el hombro y de las consabidas expresiones de condolencia que siempre nos sentimos obligados a soltar. Porque en ese momento todas las demás palabras del mundo sobraban: solo la fórmula manida del pastor tenía un sentido y yo no quería perderlo. Descanso y paz: lo que Ana al fin había obtenido y lo que yo también reclamaba.

Cuando me senté dentro del Pontiac a esperar la llegada de Daniel, supe que estaba al borde del desmayo y tuve el convencimiento de que si mi amigo no me sacaba del cementerio, yo habría sido incapaz de encontrar una salida hacia la vida. El sol de septiembre quemaba el techo del auto, pero no me sentí en condiciones de moverme hacia otro sitio. Con las pocas fuerzas que me quedaban cerré los ojos para controlar el vértigo de extravío y fatiga, mientras percibía cómo un sudor de emanaciones ácidas bajaba desde mis párpados y mis mejillas, manaba de mis axilas, mi cuello, mis brazos, encharcaba mi espalda calcinada por el asiento de vinil, hasta convertirse en una corriente cálida que fluía por el precipicio de las piernas en busca del pozo de los zapatos. Pensé si aquella sudoración fétida y el inmenso cansancio no serían el preludio de mi desintegración molecular, o por lo menos del infarto que me mataría en los próximos minutos, y me pareció que ambas podían resultar soluciones fáciles, incluso deseables, aunque francamente injustas: no tenía derecho a obligar a mis amigos a soportar dos funerales en tres días.

—¿Te sientes mal, Iván? —la pregunta de Dany, asomado a la ventanilla, me sobresaltó—. Cojones, mira eso, cómo estás sudando…

—Quiero irme de aquí… Pero no sé cómo coño…

“El hombre que amaba a los perros” de Leonardo Padura

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