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El Hombre Iluminado

Resumen del libro:

“El Hombre Iluminado” de Brandon Sanderson es una obra que, como muchas de sus novelas, logra expandir el ya vasto universo del Cosmere. Esta vez nos adentra en una historia sobre la soledad, el exilio y la redención de un personaje que, atrapado en una espiral de huida constante, debe decidir si seguir escapando o enfrentarse a las circunstancias que lo rodean. Sanderson, con su característico estilo, nos presenta un relato que entrelaza acción, filosofía y un profundo desarrollo de personajes en medio de una ambientación rica en detalles y conflictos políticos.

El protagonista, conocido como Nómada, es un hombre que ha dejado atrás los ideales que una vez lo motivaron, sobreviviendo únicamente gracias a su habilidad para saltar de un mundo a otro. Huyendo de la Brigada Nocturna, una fuerza implacable que le pisa los talones, Nómada aterriza en un planeta donde el calor abrasador del amanecer amenaza con consumirlo todo. En este escenario apocalíptico, el conflicto entre un tirano despótico y una rebelión desesperada lo arrastra a una lucha por la libertad. La tragedia que enfrenta no es solo la amenaza externa, sino también su desconexión emocional, su incapacidad para comunicarse y comprender el idioma del planeta en el que ha caído. La tensión radica en su lucha interna: ¿seguirá siendo un mero observador que busca escapar o tomará las riendas de su destino y se unirá a la causa de los oprimidos?

La obra destaca por el impecable manejo de Sanderson en la construcción de mundos y sistemas de magia. Aunque “El Hombre Iluminado” es parte del Cosmere, Sanderson logra que cada novela sea accesible para nuevos lectores, sin necesidad de un conocimiento profundo de su universo. Sin embargo, los seguidores fieles disfrutarán de los detalles y las conexiones con otros libros que enriquecen la trama. La interacción entre la magia y la tecnología, un sello distintivo del autor, vuelve a sorprender con nuevas ideas y posibilidades, aportando frescura a un género que Sanderson domina con maestría.

Brandon Sanderson, conocido por su habilidad para cumplir las expectativas de los lectores, entrega una obra que combina las mejores cualidades de su estilo: giros inesperados, personajes complejos y una narrativa envolvente. El autor, que ha revitalizado la fantasía contemporánea, no solo es un maestro del worldbuilding, sino también de los dilemas éticos y emocionales que enfrentan sus personajes. “El Hombre Iluminado” es una reflexión sobre la responsabilidad, el sacrificio y la importancia de encontrar un propósito en medio de la adversidad, todo ello presentado con la sensibilidad que caracteriza a Sanderson.

Para todos vosotros,
los fans del Cosmere,
que hacéis que mis sueños cobren vida

Nómada despertó entre los condenados.

Parpadeó, con la mejilla derecha contra la tierra. Enfocó la mirada en la incongruente visión de una planta que crecía a un ritmo acelerado ante sus ojos. ¿Estaba soñando? El delicado brote tembló y se retorció, elevándose sobre el terreno. Parecía estirarse con júbilo, separando los tegumentos como brazos después de un sueño profundo. Desde el centro emergió un tallo, que examinó el aire como la lengua de una serpiente. Entonces se extendió a la izquierda, hacia la tenue luz que brillaba desde esa dirección.

Nómada gimió y levantó la cabeza, con la mente embotada, los músculos doloridos. ¿Dónde había saltado esa vez? ¿Y sería lo bastante lejos para esconderse de la Brigada Nocturna?

Pues claro que no lo sería. No había lugar que pudiera ocultarlo de ellos. Tenía que seguir moviéndose. Tenía que…

Tormentas, qué bien sentaba estar tumbado allí. ¿No podría descansar un poco? ¿Dejar de correr para variar?

Unas manos bruscas tiraron de él desde atrás y lo levantaron hasta dejarlo de rodillas en el suelo, sacándolo de su estupor. Fue más consciente de su entorno, de los gritos, de los gemidos. Sonidos que había pasado por alto en el aturdimiento posterior al salto.

La gente de allí, incluido el hombre que lo había agarrado, llevaban una ropa desconocida para él. Pantalones largos, mangas con el puño apretado, cuello alto hasta la barbilla. El hombre sacudió a Nómada mientras le ladraba en un idioma que no comprendía.

—¿Tra… traducción? —graznó Nómada.

Lo siento, dijo en su cabeza una voz grave y monótona. No tenemos bastante Investidura para eso.

Cierto. Apenas había llegado al umbral para aquel último salto, que lo habría dejado casi vacío. Sus capacidades dependían de alcanzar y mantener ciertos niveles de Investidura, la mística fuente de poder que alimentaba los acontecimientos insólitos en la mayoría de los planetas que visitaba.

—¿Cuánta? —preguntó con voz rasposa—. ¿Cuánta nos queda?

Unas mil quinientas UEA. En otras palabras, menos del ocho por ciento de la capacidad de salto.

Condenación. Tal y como había temido, el coste de llegar hasta allí lo había dejado sin recursos. Siempre que mantuviera ciertos niveles, su cuerpo era capaz de hacer cosas extraordinarias. Cada una requería utilizar una pequeña cantidad de Investidura, pero ese coste era mínimo… siempre que estuviera por encima de los umbrales.

Cuando tuviera más de dos mil unidades equivalentes al aliento, empezaría a poder jugar con su Conexión. Sería capaz de Conectar con el planeta mediante sus habilidades y hablar el idioma local. Lo cual significaba que Nómada no podría comunicarse con los lugareños hasta que encontrase una fuente de energía que absorber.

Hizo una mueca al oler el aliento del hombre que vociferaba. Llevaba un sombrero de ala ancha, atado bajo el mentón, y guantes gruesos. Aún estaba oscuro, aunque una aureola ardiente iluminaba el horizonte. Nómada supuso que faltaba poco para el amanecer. E incluso con tan poca luz, las plantas ya crecían por todo aquel campo. Sus movimientos le recordaron su hogar, un sitio sin tierra pero con plantas mucho más vigorosas que las de otros mundos.

Pero aquellas no eran iguales. No esquivaban para evitar que las pisaran. Las plantas de aquel sitio crecían deprisa, sin más. ¿Por qué?

Cerca de él, unas personas que vestían largos chaquetones blancos estaban clavando estacas en el suelo, y otros se dedicaban a encadenar a ellas a otras personas sin chaquetón. Ambos grupos tenían la piel de diversos tonos y llevaban ropa similar.

Nómada no podía entender las palabras que gritaba nadie, pero reconocía la postura de los condenados. Las voces desesperadas que daban algunos, el tono suplicante de otros, la desdichada resignación de la mayoría mientras los encadenaban al suelo.

Aquello era una ejecución.

El hombre que retenía a Nómada volvió a gritarle, mirándolo furibundo con ojos de un azul acuoso. Nómada se limitó a negar con la cabeza. El aliento de ese hombre podría marchitar flores. Su compañero, que también llevaba chaquetón blanco, señaló a Nómada mientras gesticulaba y discutía con el primero. Al poco tiempo sus dos captores llegaron a un acuerdo. Uno se sacó unas esposas del cinturón y avanzó para ponérselas a Nómada.

—Ya —dijo Nómada—. Me parece a mí que no.

Asió la muñeca del hombre, preparado para derribarlo al suelo y hacer tropezar al otro con su cuerpo. Pero los músculos de Nómada se trabaron, como una máquina que se hubiera quedado sin aceite. Se quedó rígido y los hombres se apartaron de él, sorprendidos por su repentino arrebato.

Los músculos de Nómada se destrabaron y estiró los brazos, lo que le provocó un agudo y súbito dolor.

—¡Condenación!

Su tormento estaba empeorando. Lanzó una mirada a sus temerosos captores. Al menos no parecían ir armados.

Una figura salió de entre la multitud. Todos los demás iban cubiertos de arriba abajo, hombres y mujeres, mostrando la piel solo en el rostro. Pero el recién llegado tenía el pecho descubierto, vestido con una túnica vaporosa abierta por delante y gruesos pantalones negros. Era la única persona de aquella explanada sin guantes, aunque sí llevaba unos brazales dorados en los antebrazos.

Además, le faltaba casi todo el pecho.

Le habían extraído la mayor parte de los pectorales, la caja torácica y el corazón, quemados, dejando la piel restante chamuscada y ennegrecida. Dentro de la cavidad, el corazón del hombre había sido sustituido por una resplandeciente ascua. Palpitaba en rojo al avivarla el viento, igual que otros varios puntitos de luz carmesí por toda la carne carbonizada. Las negras marcas de quemazón irradiaban desde el agujero en la piel del hombre, alcanzándole la cara con unas motas, que de vez en cuanto titilaban también con sus ascuas mucho más pequeñas. Era como si lo hubieran atado a un motor a reacción mientras se encendía, y de algún modo no solo hubiera salido de allí vivo, sino ardiendo perpetuamente.

—Supongo —dijo Nómada— que no seréis de los que se ríen cuando alguien que desconoce vuestra cultura hace jocosas mete duras de pata, ¿verdad?

Se puso en pie y levantó las manos en postura no amenazadora, haciendo caso omiso a los instintos que, como siempre, lo urgían a echar a correr.

El hombre ascua se sacó un enorme garrote que llevaba a la espalda. Era como una porra de policía, pero más rencorosa dentro de su no letalidad.

—Ya me parecía a mí que no —dijo Nómada, retrocediendo.

Algunos de los encadenados lo miraron con aquella extraña pero familiar esperanza del prisionero, contentos de que fuera otro quien estuviera llamando la atención.

El hombre ascua fue a por él, con una velocidad sobrenatural, mientras la luz de su corazón destellaba. Estaba Investido. Maravilloso.

Nómada esquivó por los pelos un poderoso golpe.

—¡Necesito un arma, Aux! —espetó Nómada.

Pues invoca una, mi querido escudero, respondió la voz en su cabeza. No seré yo quien te lo impida.

Nómada gruñó y saltó entre la hierba alta que había brotado en los escasos minutos desde su despertar. Intentó hacer aparecer un arma, pero no ocurrió nada.

Es por tu tormento, señala con amabilidad el caballero a su moderadamente capaz escudero. Se ha vuelto lo bastante fuerte para negarte las armas. Como de costumbre, la voz de Aux era inexpresiva del todo. Le daba un poco de vergüenza, de ahí que añadiera incisos a sus frases.

Nómada lo esquivó de nuevo mientras el hombre ascua descargaba su garrote y volvía a fallar por poco, haciendo temblar el suelo con el impacto. Tormentas. La luz empezaba a brillar más. Cubría el horizonte con un fulgor que parecía demasiado regular. ¿Cómo de… grande era el sol de ese planeta?

—¡Creía que mis juramentos anulaban ese aspecto del tormento!

Perdona, Nómada, pero ¿a qué juramentos te refieres?

El hombre ascua se preparó para otro ataque y Nómada respiró hondo, se agachó bajo el porrazo y fue a embestir contra él. Pero cuando comenzó a tensar los músculos, el cuerpo se le trabó otra vez.

“El Hombre Iluminado” de Brandon Sanderson

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