Resumen del libro:
“El fin de la muerte” es la deslumbrante conclusión de la aclamada trilogía de ciencia ficción de Liu Cixin, precedida por “El problema de los tres cuerpos” y “El bosque oscuro”. En este episodio final, Liu continúa explorando temas complejos y trascendentales, llevando al lector a través de un viaje intelectual y emocional que cuestiona la naturaleza de la humanidad y el cosmos.
La trama se despliega en un futuro distante, donde la humanidad ha superado numerosas amenazas existenciales gracias a avances científicos inimaginables. Sin embargo, la tranquilidad es efímera. La novela introduce nuevos dilemas morales y desafíos cósmicos cuando la especie humana enfrenta una amenaza aún mayor: la posibilidad de su extinción definitiva a manos de una civilización extraterrestre superior. La tensión y el suspenso se mantienen altos mientras los personajes intentan salvar a la humanidad utilizando tanto la ciencia como la diplomacia.
Liu Cixin, con su característico estilo detallado y filosófico, no solo nos presenta una narrativa apasionante, sino que también nos invita a reflexionar sobre el lugar de la humanidad en el universo. Sus descripciones vívidas y su dominio de la física teórica y la astronomía se combinan para crear una obra de ciencia ficción que es a la vez intelectual y accesible. Su habilidad para entrelazar ideas científicas complejas con una narrativa emocionalmente rica es lo que hace que su obra sea una verdadera obra maestra.
Uno de los temas centrales de “El fin de la muerte” es la inmortalidad y sus implicaciones. Liu examina cómo la búsqueda de la vida eterna afecta a la sociedad y a los individuos, y plantea preguntas inquietantes sobre el costo de desafiar el ciclo natural de la vida y la muerte. A través de sus personajes, el autor nos muestra los dilemas éticos y filosóficos que surgen cuando la humanidad se enfrenta a su propia finitud.
El libro también destaca por su exploración de la inteligencia artificial y la relación entre humanos y máquinas. Liu Cixin plantea una visión del futuro en la que las inteligencias artificiales no solo son herramientas, sino entidades con las que la humanidad debe negociar y coexistir. Este enfoque aporta una dimensión adicional a la narrativa, añadiendo capas de complejidad y profundidad a la historia.
En resumen, “El fin de la muerte” es una conclusión épica y satisfactoria para la trilogía de los Tres Cuerpos. Con su combinación de ideas electrizantes, personajes profundos y una trama envolvente, Liu Cixin ha creado una obra que resuena mucho después de haberla terminado. Esta novela es una lectura obligada para cualquier amante de la ciencia ficción y para aquellos interesados en explorar las grandes preguntas de la existencia humana.
Mayo de 1453
La muerte de la Maga
Constantino XI Paleólogo detuvo por un instante las cavilaciones en las que andaba inmerso. Hizo a un lado la montaña de planos defensivos que tenía delante, se alisó la túnica púrpura y aguardó.
Su percepción del paso del tiempo tenía una precisa rigurosidad: en el momento justo, llegó un poderoso y violento temblor que parecía provenir de las profundidades de la tierra. Los candelabros de plata vibraron con un lúgubre silbido y el polvo, que debía de llevar mil años acumulado en los techos del Gran Palacio, comenzó a caer sobre las llamas de las velas y a explotar en minúsculas chispas al entrar en contacto con ellas.
Exactamente cada tres horas, justo lo que tardaban los otomanos en volver a cargar las bombardas diseñadas por el ingeniero Orbón, gigantescos proyectiles de roca de más de media tonelada batían las murallas de Constantinopla. Eran las más resistentes del mundo de la época, ampliadas y reforzadas desde que en el siglo V Teodosio II mandara construirlas, además de ser también el principal motivo por el que hasta el momento la corte bizantina había sobrevivido a tantos y tan poderosos enemigos.
Sin embargo, las gigantescas balas de roca estaban causando estragos en las murallas, y con cada nueva embestida se desprendían más y más pedazos, como si se tratara de las mordeduras de un gigante invisible. El emperador podía imaginar la escena: con los escombros de la explosión aún flotando en el aire, una multitud de soldados y ciudadanos, cual marabunta de valientes hormigas en medio de una tormenta de arena, se arrojaba sobre la herida recién abierta para tratar de llenar el hueco con cualquier cosa que tuvieran a mano, ya fueran restos de otros edificios, sacos terreros o valiosos tapices árabes… Era incluso capaz de imaginar la nube de polvo, en la que se reflejaba la luz del ocaso, cernirse sobre Constantinopla como un manto de oro.
Desde el comienzo del asedio de la ciudad, cinco semanas atrás, aquellos temblores se sucedían siete veces al día con una cadencia tan puntual y regular que parecía que los produjera un reloj gigantesco, uno que marcase el paso de los días y las horas de otro mundo, el mundo de los herejes. En comparación, el compás del reloj de latón en forma de águila bicéfala que había en un rincón de la estancia, símbolo de la cristiandad, resultaba extraordinariamente débil.
Los temblores cesaron. Al cabo de un rato Constantino consiguió, no sin esfuerzo, volver a la realidad que tenía ante él e indicó al guarda que estaba listo para recibir a quien fuera que aguardase al otro lado de las puertas.
Frantzes, uno de los consejeros más cercanos al emperador, entró seguido de una muchacha de aspecto demacrado.
—Majestad, esta es Helena —anunció con una reverencia, para a continuación hacerse a un lado e indicar a la chica que avanzara.
…