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El fin de la eternidad

El fin de la eternidad, una novela de Isaac Asimov

Resumen del libro:

“El fin de la eternidad” de Isaac Asimov es una obra de ciencia ficción magistral que explora el impacto de la manipulación temporal en la humanidad. Publicada en 1955, esta novela profundiza en temas éticos y filosóficos, llevándonos a un futuro donde la organización llamada Eternidad controla el tiempo para garantizar la estabilidad de la humanidad. Asimov, conocido por su aguda habilidad para la narrativa especulativa, construye aquí un mundo donde los cambios en la línea temporal son implementados con la precisión de un bisturí, siempre bajo el pretexto de preservar el bienestar colectivo.

La historia sigue a Andrew Harlan, un “Ejecutor” de la Eternidad, encargado de realizar alteraciones en el tiempo que afectan a miles de años de historia. Pero Harlan no es un simple funcionario; es un hombre que se enfrenta a la encrucijada de elegir entre su deber y su amor por una mujer que, de no actuar, desaparecerá de la línea temporal. En su decisión, Harlan desafía las leyes más sagradas de la Eternidad, lo que lo convierte en una pieza clave en una compleja trama de ajedrez cósmico. Su acto, que al principio parece un dilema personal, desencadena una serie de consecuencias que podrían decidir el futuro de toda la humanidad.

La habilidad de Asimov para entrelazar conceptos científicos y dilemas morales en una narrativa tensa y envolvente convierte a “El fin de la eternidad” en una obra indispensable del género. A medida que la novela avanza, el lector descubre que Harlan no es solo un rebelde en busca de amor, sino también el catalizador de un cambio monumental. Esta obra, además de ofrecer un entretenimiento de calidad, invita a una profunda reflexión sobre el control, la libertad y el precio de una vida sin conflictos.

1 Técnico

Andrew Harlan se introdujo en la cápsula. Sus lados eran totalmente redondeados, y encajaba a la perfección en un eje vertical compuesto de varillas ampliamente espaciadas entre ellas, que formaban una neblina brillante unos doscientos metros por encima de la cabeza de Harlan. Fijó los controles y movió con suavidad la palanca de inicio.

La cápsula no se movió.

Harlan no esperaba que lo hiciera. No esperaba ningún movimiento, ni hacia arriba ni hacia abajo, izquierda, derecha, adelante o atrás. Y, aun así, los espacios entre las varillas se habían fundido en una vacuidad gris sólida al tacto, aunque totalmente inmaterial. Y su estómago se revolvió un poco, un leve (¿y psicosomático?) mareo que le comunicó que todo lo que la cápsula contenía, incluyéndolo a él mismo, estaba moviéndose a toda velocidad hacia delante a través de la Eternidad.

Había subido a la cápsula en el siglo quinientos sesenta y cinco, la base de operaciones que le habían asignado hacía dos años. Hasta entonces, el siglo quinientos setenta y cinco era lo más lejos que había llegado. Ahora estaba adelantándose hasta el siglo 2456.

En circunstancias normales podría haberse sentido un poco perdido ante semejante perspectiva. Su siglo de nacimiento quedaba atrás, muy lejos; en el siglo noventa y cinco, para ser exactos. El siglo noventa y cinco era uno estrictamente restrictivo con respecto al uso de la energía atómica, levemente rústico, con gusto por el uso de la madera natural como material estructural, exportador de ciertos tipos de brebajes destilados a prácticamente cualquier lugar e importador de semillas de trébol. Aunque Harlan no había estado en el siglo noventa y cinco desde que empezó el entrenamiento especial y se convirtió en un Novato a la edad de quince años, siempre que se movía de «su siglo» experimentaba una sensación de pérdida. En el siglo 2456 estaría a casi doscientos cuarenta milenios de su momento de nacimiento, lo cual es una distancia considerable, incluso para un Eterno experimentado.

En circunstancias normales habría sido así.

Pero en ese momento, Harlan no estaba de humor para pensar en otra cosa que no fuera el hecho de que los documentos le pesaban en el bolsillo y su plan le pesaba en el corazón. Estaba un poco asustado, un poco tenso, un poco confuso.

Fueron sus manos actuando por sí mismas las que llevaron la cápsula a su lugar correspondiente en el siglo correspondiente.

Era raro que un técnico se sintiera tenso o nervioso por nada. Como dijo una vez el educador Yarrow: «Un técnico debe estar, por encima de todo, carente de emociones. Los Cambios de Realidad que inicie pueden afectar las vidas de hasta cincuenta mil millones de personas. Aproximadamente un millón de ellas se verán afectadas tan drásticamente como para considerarlas individuos nuevos. En estas condiciones, un carácter emocional es una clara desventaja».

“El fin de la eternidad” de Isaac Asimov

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