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El fiel amigo del hombre

Resumen del libro:

CUENTOS Y ARTÍCULOS DE HUMOR VANGUARDISTA

El día que me suicidé por amor – Una compañera de viaje – El paraguas ultravioleta – La boda de Fernando – La caza de leones en el África Austral – ¿Por qué no se suicida usted? – Un carnaval extraño a lo Pérez Escrich – El falso capitán – La primera frase – La resurrección – La proximidad de la muerte – El suicidio de Petronio – La hegemonía del caballo – El amor de Martín Gómez – Las parejas escoltadas – El misterio del Club Fernández – Las comedias blancas – Lloremos el pasado – La espantosa aventura de mi amigo Rolday – La hemoclasia – Una historia vulgar – Los secretos de un taxis – El influjo de la fatalidad – El primer soneto a la amada – Un espíritu moderno – El fiel amigo del hombre – La cerradura – La reglamentación del puñetazo – Terrible viaje hecho a lo largo de un túnel – El hotel de la Ciudad Lineal – Los espectros de los parientes – El rapto de Valentina – El robo del auto de Ramper – Me caso a la fuerza por culpa de un lector – Método nuevo y seguro para cazar el canguro – Raskenín, amigo de la infancia – El orden en la circulación.

EL DÍA QUE ME SUICIDÉ POR AMOR

Todo nos demuestra que en Egipto se creía en el alma. En el papirus de Epers se lee que cuando alguien de aquella dulce tierra del Nilo ponía en duda la existencia del alma, moría de un modo rotundo a manos de sus compatriotas.

Grecia, pueblo esencialmente espiritualista, tenía del alma una idea elevada, pero poco sutil. Y, así, nadie ignora que se la expresaba por medio de la palabra psique, que en castellano significa «mariposa».

El cristianismo trajo la acepción de pneuma, que es el espíritu. Porque el espíritu y el alma son cosas distintas, desde el momento en que el espíritu quiere decir «el alma en movimiento».

El lector se hallará un poco absorto y ligeramente turulato al verme jugar al golf en el campo de la metafísica. Tal vez esto no le extrañe demasiado cuando sepa que ayer me caí rodando por la escalera de casa y me di un fuerte golpe en el recipiente craneano que utilizo para ponerme el sombrero. A consecuencia del traumatismo, las ideas se me han hecho una madeja y pierdo el hilo con frecuencia espantable.

Sin embargo, era necesario comenzar esta satinada página de mi vida con una disquisición sobre el alma, porque en el hecho horrendo que voy a contar, como si fuera una gruesa de botones, el alma tiene una importancia colosal.

Pero ahora pienso, ¿acaso el alma no interviene en todos los sucesos de alguna trascendencia? ¿Acaso la inmutabilidad de lo psicológico no es un eje social? ¿Acaso no hay una euforia, absolutamente alejada de la helénica ataraxia, que nos sobrecoge el ente anímico y nos destroza el equilibrio energético? Creo que sí. Entonces no hay por qué asegurar que los trenes españoles llegan siempre con retraso.

Y ya que el lector ha quedado convencido de la firmeza de mis ideas psicológicas y de la importancia que el alma tiene en la vida, voy a pasar a narrar el episodio que me he propuesto dar a conocer al gran público.

Me enamoré hace años con esa furia provenzal propia de los hombres que han vivido mucho tiempo en casas de huéspedes. La necesidad del hogar es más apremiante en ellos que en ningún otro. ¿Qué es un hogar? Yo podría extenderme en una divagación filosófica que diera luz de acetileno sobre esa pregunta, pero me está esperando el sastre para probarme un chaquet y para probarme que no se resigna a no cobrar una cuenta atrasada y no tengo tiempo. Imagine cada lector lo une quiera con respecto a lo que es un hogar.

Decía que me enamoré. Aquella mujer, que poseía la gracia inconsútil de una verbena con tómbola y tiro al blanco, que era hermosa como las Epístolas de San Pablo a los Corintios y elegante como una tienda de la Gran Vía, se agarró a mi corazón vigorosamente.

El fiel amigo del hombre: Enrique Jardiel Poncela

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