Resumen del libro:
El faro del fin del mundo es una novela en tono oscuro y trágico de Julio Verne (1828-1905), escrita hacia 1901. Cuando fallece, su hijo Michel corrige la obra con el objeto de hacerla más atractiva. La versión original de Verne publicada por Stanké, Montreal, en 1998, es la que hoy presentamos a los lectores. A pesar de que la obra es aparentemente estática, con pequeños escenarios y descripciones que se limitan al entorno, es considerada uno de sus mejores trabajos. La historia se desarrolla en la Isla de los Estados, en la Patagonia. En ella, los únicos habitantes son los miembros de una banda de piratas dirigidos por el terrible Kongre, que mediante artimañas, logra atraer barcos a la isla, para robarlos y, posteriormente, asesinar a los tripulantes. Este procedimiento se ve amenazado cuando llegan a la isla tres hombres, con el objetivo de construir y poner en funcionamiento un faro.
I – Inauguración
El sol estaba a punto de desaparecer atrás de la línea de cielo y de mar que limitaba el horizonte a cuatro o cinco leguas al oeste. El tiempo era bueno. Del lado opuesto, algunas nubecitas absorbían aquí y allá los últimos rayos que no tardarían en apagarse bajo las sombras del crepúsculo, que duraba bastante en esa latitud del grado cincuenta y cinco del hemisferio meridional.
En el momento en que el disco solar sólo mostraba su parte superior, un cañonazo resonó a bordo del aviso Santa Fe, y el pabellón de la República Argentina, desenrollándose con la brisa, fue izado en lo alto del gran mástil.
En ese mismo instante apareció una luz muy fuerte en la cumbre del faro, construido al alcance de un disparo de fusil atrás de la estrecha bahía de El Gor, donde estaba fondeado el Santa Fe. Dos de los fareros, los obreros reunidos en el arenal y la tripulación formada adelante del barco saludaron con largas aclamaciones la primera luz encendida en esa costa lejana.
Otros dos cañonazos les respondieron, repetidos varias veces por los ecos ruidosos de las cercanías. Entonces la bandera del aviso fue izada según las reglas de los buques de guerra y el silencio se volvió a apoderar de la Isla de los Estados, situada en esos parajes donde se encuentran las aguas del Atlántico y del Pacífico.
Los obreros embarcaron enseguida a bordo del Santa Fe para pasar en él esa última noche y sólo quedaron en tierra los dos fareros, mientras que el tercero estaba en el cuarto de guardia.
Esos dos hombres no volvieron de inmediato a su alojamiento, y dieron un paseo a lo largo de la bahía mientras conversaban.
—Y bien, Vásquez —dijo el más joven—, mañana va a zarpar el aviso…
—Sí, Felipe —respondió Vásquez—, y espero que no tenga una mala travesía para volver al puerto…
—¡El viaje es largo, Vásquez!…
—Tanto cuando uno viene como cuando se va, Felipe.
—Me imagino que sí —replicó Felipe riéndose de la respuesta de su compañero.
—¡Eh!, muchacho —prosiguió Vásquez—, a veces se tarda más en ir que en volver, ¡a menos que el viento no sea firme!… Después de todo, mil quinientas millas no son nada si el barco tiene una buena máquina y lleva bien las velas…
—Y además, Vásquez, el comandante Lafayate conoce bien la ruta…
—Que es toda recta, muchacho. Así como puso rumbo al sur para venir, pondrá rumbo al norte para volver, y si la brisa sigue soplando desde tierra tendrá el abrigo de la costa y navegará como sobre un río, el Río de la Plata o cualquier otro…
—Pero un río de una sola orilla —repuso Felipe.
—Y qué importa, mientras sea la buena, ¡y siempre es la buena cuando el viento viene de ahí!
Como verán, a Vásquez le gustaba mucho hablar en ese tono de buen humor con su camarada.
—Es verdad —respondió éste—, pero si el viento llega a cambiar de lado…
—Eso sería mala suerte, Felipe, y espero que no cambie contra el Santa Fe. En unos quince días puede haber recorrido sus mil quinientas millas y vuelto a su fondeadero en la rada de Buenos Aires… Aunque si el viento llegara a soplar del oeste…
—No encontraría ningún puerto para refugiarse, ni en tierra ni mar adentro…
—Es como dices, muchacho. En Tierra del Fuego o en la Patagonia no hay ni una sola escala, ¡y hay que correr hacia alta mar si uno no quiere ir a parar a la costa!
—En fin, Vásquez, en mi opinión, parece que el buen tiempo va a durar.
—Soy de la misma opinión, Felipe. Estamos casi a comienzos de la buena estación… tres meses por delante, no es poca cosa…
—Los trabajos se terminaron en buen momento… —respondió Felipe.
—Lo sé, muchacho, lo sé, a principios de diciembre, que es como decir a principios de junio para los marinos del norte… ¡Y en esta época son más raras las tempestades, a las que les cuesta tan poco hacer encallar un barco como volarle el sombrero a usted! Y además, una vez que el Santa Fe esté en puerto, pueden soplar y resoplar el viento y la tempestad todo lo que el diablo quiera… ¡No hay ninguna posibilidad de que nuestra isla se vaya a pique, con faro y todo!…
—Seguramente, Vásquez. Por otra parte, después de que el barco haya ido a llevar noticias de nosotros, cuando vuelva con el relevo…
—Dentro de tres meses, Felipe…
…