Resumen del libro:
El Exorcista es una novela de terror escrita por William Peter Blatty y publicada en 1971. Se basa en un caso real de exorcismo ocurrido en 1949, que el autor conoció cuando estudiaba en la Universidad de Georgetown. La historia narra la posesión diabólica de Regan MacNeil, una niña de doce años que vive con su madre, una actriz famosa, en Georgetown. Regan empieza a manifestar extraños síntomas físicos y psicológicos que la medicina no puede explicar. Su madre, desesperada, recurre a la ayuda de un sacerdote jesuita, el padre Damien Karras, que es también psiquiatra. Karras se enfrenta al dilema de creer o no en la posesión, y tras investigar el caso, solicita el permiso para realizar un exorcismo. El obispo le asigna como exorcista al padre Lankester Merrin, un anciano sacerdote que tiene experiencia en el combate contra el mal. Merrin ha regresado recientemente de Irak, donde encontró una estatua del demonio Pazuzu, el mismo que posee a Regan. Juntos, los dos sacerdotes intentan liberar a la niña de la influencia maligna, en una dramática y violenta confrontación que pondrá a prueba su fe y su resistencia.
El Exorcista es una novela que combina el terror sobrenatural con el psicológico, y que plantea cuestiones sobre el bien y el mal, la libertad y la responsabilidad, la fe y la duda. El autor utiliza un estilo realista y detallado para describir los horrores de la posesión y el exorcismo, así como los conflictos internos de los personajes. La novela fue un éxito de ventas y dio origen a una película homónima dirigida por William Friedkin en 1973, considerada una de las mejores del género. El Exorcista es una obra que ha marcado un hito en la literatura y el cine de terror, y que sigue siendo una referencia ineludible para los aficionados al miedo.
A mis hermanos
Maurice, Edward y Alyce,
y a la querida memoria de mis padres.
Nota del autor
Me he tomado algunas libertades con la geografía actual de Georgetown University, especialmente con respecto a la presente ubicación del Instituto de Idiomas y Lingüística. Más aún, la casa sobre la calle Prospect no existe, así como tampoco la Oficina de recepción de la residencia de los jesuitas, tal como la he descrito.
El fragmento de prosa atribuido a Lankester Merrin no es creación mía, sino que ha sido tomado de un sermón de John Henry Newman titulado «La Segunda Primavera».
Jesús acababa de desembarcar, cuando salió a su encuentro un hombre de la ciudad, que estaba endemoniado… Muchas veces el espíritu se había apoderado de él, y entonces lo ataban con cadenas y grillos… pero él rompía sus ligaduras…
Y le preguntó Jesús: «¿Cómo te llamas?»
Él le respondió: «Legión».
Lucas 8, 27-30.
JAMES TORELLO: A Jackson lo colgaron de ese gancho de carnicero. Era tan pesado que lo dobló. Estuvo ahí tres días, y después se murió.
FRANK BUCCIERI (riéndose): Jackie, tendrías que haberlo visto al tipo. Parecía un elefante, y cuando Jimmy le puso la picana eléctrica…
TORELLO (excitado): Se balanceaba en el gancho, Jackie. Le echamos agua para que trabajara mejor la picana, y gritaba…
Fragmento de una conversación telefónica de la Cosa Nostra interceptada por el FBI con motivo del asesinato de William Jackson.
… No hay otra explicación para algunas de las cosas que hicieron los comunistas, como el caso de ese sacerdote a quien hundieron ocho clavos en la cabeza… Y también el de los siete niños y su maestro. Estaban rezando el Padre Nuestro cuando llegaron los soldados. Un soldado arremetió con la bayoneta y le cortó la lengua al maestro. Los otros agarraron palitos chinos y se los metieron en las orejas a los siete niños. ¿Cómo se tratan los casos como éstos?
DR. TOM DOOLEY.
Dachau
Auschwitz
Buchenwald
Prólogo
Irak del norte
El sol ardiente hacia brotar gotas de sudor en la frente del viejo y, sin embargo, éste cubrió con sus manos la taza de té caliente y dulce como si quisiera entibiarlas. No podía desprenderse de la premonición. La llevaba adherida a sus espaldas como frías hojas húmedas.
La excavación estaba terminada. El informe había sido revisado cuidadosamente, paso por paso; el material extraído, observado, rotulado y despachado: perlas y collares, cuños, falos, morteros de piedra molida manchados de color ocre, ollas pulidas. Nada excepcional. Una caja asiria de marfil, para productos de tocador. Y el hombre. Los huesos del hombre. Los quebradizos restos del tormento cósmico que una vez lo hicieron preguntarse si la materia no sería Lucifer volviendo a buscar a Dios hacia arriba, a tientas. Y sin embargo, ahora sabía que no era así. La fragancia de las plantas de regaliz y tamarisco atraía su mirada hacia las colinas cubiertas de amapolas, hacia las llanuras de juncos, hacia el camino irregular sembrado de rocas que se precipitaba en pendiente hacia el abismo. Al norte estaba Mosul; al este, Erbil; al sur, Bagdad y Kerkuk y el horno ardiente de Nabucodonosor. Movió las piernas debajo de la mesa que estaba frente a la solitaria choza junto al camino y miró las manchas de la hierba en sus botas y en sus pantalones color caqui. Sorbió el té. La excavación había terminado. ¿Qué vendría ahora? Quiso sacudirle el polvo a sus pensamientos como lo hacía con los tesoros inanimados, pero no pudo ordenarlos.
Alguien jadeaba en el interior de la chaykhana, así llamaban a esas malolientes chozas. El arrugado propietario se acercaba a él arrastrando los pies, levantando polvo con sus zapatos de fabricación rusa que usaba como si fueran chinelas, haciendo gemir los contrafuertes bajo el peso de sus talones. Su sombra oscura se deslizó sobre la mesa.
—¿Kaman chay, chawaga?
El hombre vestido de color caqui negó con un movimiento de cabeza y bajó la vista hacia sus zapatos embarrados y sin cordones, cubiertos por una gruesa capa de deyecciones geológicas, del dolor de vivir. La sustancia del cosmos, reflexionó calladamente: materia, pero de algún modo, espíritu al fin. El espíritu y los zapatos eran, para él, sólo aspectos de un elemento más importante que era prístino y totalmente otro.
La sombra se movió. El curdo se quedó esperando como una vieja deuda. El hombre vestido de color caqui clavó la mirada en unos ojos húmedos y desteñidos, como si el iris estuviera velado por la membrana de una cáscara de huevo. Glaucoma. Antes no hubiera podido querer a este hombre.
Sacó la cartera y buscó una moneda entre los billetes rotos y arrugados: unos pocos denarios, un carnet de conductor iraqués, un almanaque de plástico descolorido de doce años atrás. En el reverso tenía la inscripción: LO QUE DAMOS A LOS POBRES ES LO QUE LLEVAMOS CON NOSOTROS CUANDO MORIMOS. La tarjeta había sido impresa en las misiones jesuísticas. Pagó el té y dejó una propina de cincuenta fils sobre una mesa resquebrajada del color de la tristeza.
Caminó hasta su jeep. El suave clic de la llave al entrar en el arranque, sonó secamente en el silencio. Esperó un instante, invadido por la quietud. Apiñados en la cima de un monte ascendente, los techos a dos aguas de Erbil surgían a la distancia, suspendidos de las nubes como una bendición de piedra y barro. Él sentía que las hojas le oprimían la espalda con más fuerza.
Algo iba a ocurrir.
—Allab ma’ak, chawaga.
Dientes podridos. El curdo sonreía y saludaba con la mano. El hombre vestido de color caqui buscó afecto en el fondo de su ser y pudo responder agitando la mano con una sonrisa esforzada, que se oscureció al desviar la vista. Puso en marcha el motor, hizo un giro cerrado sobre sí mismo y se dirigió a Mosul. El curdo se quedó parado mirando, con la rara sensación de haber perdido algo, mientras el jeep cobraba velocidad. ¿Qué era lo que había perdido? ¿Qué era lo que había sentido en presencia del extraño? Algo parecido a la seguridad, un sentimiento de protección y de profundo bienestar que ahora disminuía a medida que el jeep se alejaba veloz. Se sintió extrañamente solo.
…