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El Don apacible

El Don apacible, una novela de Mijail Sholojov

El Don apacible, una novela de Mijail Sholojov

Resumen del libro:

El Don apacible fue escrita en cuatro volúmenes entre 1928 y 1940 y por la que se le otorgó en 1941 el premio Stalin y el premio Nobel de Literatura en 1965. Esta monumental novela épica relata la intervención rusa en la I Guerra Mundial, la Revolución bolchevique, y la guerra civil rusa (1918-1921), desde el punto de vista de los cosacos del río Don, en un posición ambivalente entre las ansias de paz y de mejora de las condiciones de vida que hace a algunos apoyar a los comunistas, y una mayoría opuestos a la colectivización de sus tierras y productos, contraria a sus costumbres y tradiciones. Pero es también un novela de personajes y de costumbres, una novela histórica y que retrata lo cotidiano. Comparada con «Guerra y paz», nunca antes una novela había sido capaz de fluir tan magistralmente por personajes, ideas, costumbres, sentimientos, como lo hace Sholojov con la grandeza del amor y la desesperación de la guerra.

I

La granja de los Melekhov se encuentra al extremo de la aldea. Al norte de la propiedad, la puertecilla de la alquería sobre el río. Descendiendo la margen escarpada, de unos veinte metros de altura, por un senderillo abierto en medio de terrones cretosos cubiertos de musgo, se llega al ribazo sembrado de conchas nacaradas. Un festón gris e irregular de guijarros bañados por las ondas bordea la corriente espumosa del Don, rizada por el viento.

Al Este, tras los cercados y los hórreos, se divisa la carretera del atamán, festoneada de ajenjos grisáceos y la hierba centenaria aplastada por los cascos de los caballos; la capilla en la encrucijada, y, más lejos, la estepa velada por una bruma fluctuante. Al Sur se eleva la cadena de los montes calcáreos, y a Occidente, la calle que corta el pueblo en dos.

Al terminar la última campaña de Turquía, el cosaco Prokofi Melekhov retornó a su casa con una mujercita menuda y frágil, velada de pies a cabeza por un chal. Ocultaba su rostro y sólo muy raramente dejaba ver sus ojos llenos de angustia y de asombro. Su chal de seda recamada, impregnado de perfumes desconocidos y remotos, excitaba la envidia de las mujeres del pueblo. Como la cautiva turca no pudiera entenderse con los padres de Prokofi, el viejo Melekhov no tardó en ceder a su hijo la parte de propiedad que le correspondía, para que pudiera vivir solo con su mujer. Jamás volvió a poner los pies en casa de Prokofi, al que no pudo perdonar la ofensa recibida por el casamiento con una extranjera.

Prokofi se instaló rápidamente en la nueva posesión. Los carpinteros le construyeron la casa. Él mismo levantó el cercado para las bestias y, en el otoño, sacó a su mujer de la casa paterna. Al cruzar con ella la aldea, siguiendo la carreta cargada con sus muebles, toda la población, grandes y chicos, se lanzó a la calle. Los cosacos sonreían disimuladamente; las mujeres se interpelaban de una puerta a otra, cambiando impresiones; una horda de pilluelos sucios vociferaba a espaldas de Prokofi. Éste, con la cabeza erguida, con el abrigo desabrochado, sin hacer caso de nadie, andaba con el paso lento del labrador que conduce el arado, apretando con su mano enorme y negruzca la delicada muñeca de su mujer. Sólo los músculos de sus mejillas se hinchaban y contraían en tanto que el sudor perleaba su frente de piedra dura.

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