El dominico blanco
Resumen del libro: "El dominico blanco" de Gustav Meyrink
“El Dominico Blanco”, la obra más esotérica de Gustav Meyrink, despliega un fascinante tapiz literario impregnado de simbolismo taoísta y misticismo. Este autor, célebre por su previa novela “El Golem”, revela en esta historia onírica sus profundos conocimientos sobre el camino espiritual. Ambientada en una versión mística de la ciudad de Wasserburg, situada en un promontorio que abraza al río Inn, la trama sigue el viaje interior de Christoph Taubenschlag, un “ser invisible” que comparte su relato a través de la pluma del autor.
Guiado por su excéntrico padre, el barón von Jöcher, quien ostenta el título de farolero honorario y ciudadano ilustre de Wasserburg, Christoph inicia un periplo espiritual. En este viaje, se entrelazan elementos como el Padre Fundador, ancestro lejano; la protectora presencia de Ofelia, su amada fallecida; y la enigmática figura del Dominico Blanco. Estos personajes arropan a Christoph en su búsqueda, permitiéndole escapar de la ominosa “cabeza de medusa” y transformarse en la “copa del árbol”, uniéndose así a la “cadena invisible que se extiende hasta el infinito”.
Meyrink teje una narrativa lírica e intensa, sumergiendo al lector en un universo donde los símbolos y la espiritualidad se entrelazan con maestría. La ciudad de Wasserburg, elevada en un escenario tridimensional por el río Inn, sirve como el lienzo perfecto para este relato onírico. La presencia del Dominico Blanco añade un matiz misterioso, mientras que los personajes, desde el excéntrico padre hasta la amada Ofelia, dotan a la trama de capas de significado y profundidad.
Con “El Dominico Blanco”, Meyrink demuestra su habilidad única para fusionar lo esotérico con lo lírico, creando una obra que invita a la reflexión y la exploración de dimensiones más allá de lo tangible. La novela se erige como un viaje en sí mismo, guiando al lector por senderos de conocimiento oculto y revelaciones espirituales.
Suspiró entonces mío Cid, de pesadumbre cargado, y comenzó a hablar así, justamente mesurado: «¡Loado seas, Señor, Padre que estás en lo alto! Todo esto me han urdido mis enemigos malvados».
ANÓNIMO
Introducción
—El señor X o el señor Y ha escrito una novela… ¿Qué significa esto? Pues muy sencillo:
—Con ayuda de su fantasía ha descrito personas que en realidad no existen, les ha atribuido experiencias y las ha relacionado entre sí.
Tal es más o menos, resumido, el criterio general.
En cuanto a la fantasía, todos creen saber qué es, pero muy pocos intuyen la existencia de categorías sumamente notables de imaginación.
¿Qué decir cuando, por ejemplo, la mano, ese instrumento del cerebro al parecer tan complaciente, se niega de pronto a escribir el nombre del héroe de la historia que uno ha pensado y en su lugar elige tercamente otro? ¿Acaso no queda uno desconcertado y se pregunta: estoy «creando» realmente o es, a fin de cuentas, mi imaginación una especie de aparato receptor? ¿Algo que en el ámbito de la telegrafía sin hilos se llama antena?
Ha habido casos de personas que se han levantado dormidas por la noche y han terminado redacciones abandonadas al atardecer del día anterior a causa del agotamiento producido por los esfuerzos de la jornada, y resuelto problemas que tal vez no habrían sabido solucionar en estado de vigilia.
Estas cosas suelen explicarse con las palabras: «El subconsciente, habitualmente dormido, ha acudido en su ayuda».
Si ocurre algo parecido en Lourdes, se dice: «La Madre de Dios le ha ayudado». Quién sabe, quizá el subconsciente y la Madre de Dios son la misma cosa.
No es que la Madre de Dios sea sólo el subconsciente, no: el subconsciente es la Madre de Dios.
* * *
En esta novela un tal Christopher Taubenschlag interpreta el papel de un hombre vivo.
No conseguí averiguar si vivió alguna vez; es seguro que no ha salido de mi fantasía, de esto estoy completamente convencido; lo afirmo con rotundidad para evitar el peligro de que se me considere como alguien que quiere hacerse el interesante. Aquí no se trata de describir con exactitud de qué modo se llevó a cabo el libro; baste saber que yo me limito a hacer un somero bosquejo de lo ocurrido.
Espero ser disculpado si hablo de mí mismo en algunas frases, un defecto que por desgracia no puedo evitar.
Tenía la novela bien perfilada en la cabeza y ya había empezado a escribirla cuando advertí —¡no antes de repasar el borrador!— que el nombre de Taubenschlag se había introducido sin que yo me diera cuenta de ello.
Pero esto no es todo: frases que me había propuesto trasladar al papel cambiaban bajo la pluma y escribía algo totalmente distinto de lo que yo quería decir; se inició una batalla entre el invisible «Christopher Taubenschlag» y yo, en la cual el primero consiguió imponerse.
Yo había planeado describir una pequeña ciudad que vive en mi memoria, pero surgió una imagen muy diferente, una imagen que hoy aparece más diáfana ante mis ojos que la conocida realmente.
Al final no me quedó otro remedio que dejar hacer su voluntad a la influencia que se llama Christopher Taubenschlag, prestarle mi mano, por así decirlo, y tachar del libro todo lo que procedía de mi propia imaginación.
Si suponemos que el tal Christopher Taubenschlag es un ser invisible que de forma misteriosa es capaz de influir a un hombre en su sano juicio y dirigirle a su capricho, surge la pregunta: ¿por qué me ha utilizado a mí para describir la historia de su vida y el proceso de su desarrollo espiritual? ¿Por vanidad? ¿O para que haga con ello una novela?
Que cada uno busque la respuesta.
Yo me reservo mi propia opinión.
Tal vez mi caso no sea el único; tal vez mañana se apoderará ese «Christopher Taubenschlag» de la mano de otro.
¡Lo que hoy parece insólito, mañana puede ser cotidiano! Quizá anda por en medio el dicho viejo, pero eternamente nuevo:
Cada hecho que aquí suceda,
Sucede según la ley natural.
Yo soy el ejecutor de este hecho…
Es vanidosa palabrería.
¿Y la figura de Christopher Taubenschlag es sólo su precursor, un símbolo, una máscara que pretende dar personalidad a una fuerza carente de forma?
Para los Siete Sabios, que tan orgullosos están de su superioridad, la idea de que el hombre es sólo una marioneta debe resultar muy contradictoria.
Cuando un día, absorto en semejantes contemplaciones, me hallaba escribiendo, se me ocurrió de pronto la idea: ¿será tal vez este Christopher Taubenschlag algo así como un Yo disociado de mí? ¿Una figura imaginaria, efímera, dotada de vida independiente, como las que se presentan ante aquellas personas que de vez en cuando creen entrever apariciones con las que incluso pueden conversar?
Como si aquel hombre invisible me hubiera leído el pensamiento, interrumpió inmediatamente el hilo de la narración y escribió, sirviéndose de mi mano derecha, como en un paréntesis, la singular respuesta:
—¿Es usted —sonó como una burla que me llamara de «usted» y no de «tú»—, es usted, como todos los hombres que se imaginan a sí mismos seres únicos, acaso otra cosa que una «división del Yo», una división de aquel gran Yo que se llama Dios?
Desde entonces he reflexionado mucho y a menudo sobre el sentido de esta notable frase, porque esperaba encontrar en él la clave del enigma que representan para mí las condiciones de existencia de Christopher Taubenschlag. En una ocasión creí haber descubierto en mis cavilaciones un rayo de luz, y entonces me confundió una «llamada» similar:
—Toda persona es un Taubenschlag, pero no un Christopher. La mayoría de cristianos sólo se lo imaginan. En un cristiano auténtico las palomas blancas entran y salen volando.
A partir de aquel día renuncié a la esperanza de hallar la pista del secreto ¡y deseché al mismo tiempo toda especulación sobre la posibilidad de que al final —aceptando la antigua teoría de que el ser humano se encarna varias veces en la tierra— pudiera haber sido en una vida anterior aquel Christopher Taubenschlag!
Prefiero, si me está permitido creerlo, que aquel algo que dirigía mi mano es una fuerza eterna, libre, contenida en sí misma y liberada de toda creación y forma; pero cuando me despierto por la mañana, después de un sueño sin pesadillas, veo a veces entre pupila y párpado la imagen de un hombre viejo, canoso y barbilampiño, alto y juvenilmente esbelto, como un recuerdo de la noche, y el efecto me deja grabada para todo el día la sensación ineludible de que ése debe de ser Christopher Taubenschlag.
Con frecuencia se me ha ocurrido la singular idea de que vive fuera del tiempo y del espacio y toma posesión de la herencia de tu vida cuando la muerte te alarga la mano. ¡Para qué sirven, no obstante, tales consideraciones, que no importan nada a los extraños!
Transmito ahora las manifestaciones de Christopher Taubenschlag por el orden en que fueron expresadas y en su forma a menudo incoherente, sin añadir ni omitir nada.
…
Gustav Meyrink. Nacido en Viena el 19 de enero de 1868, emerge en el escenario literario como un enigma entre la realidad y la fantasía. Su vida, un tapiz tejido con hilos de misterio, se despliega ante nosotros como la trama de sus propias novelas, donde lo oculto y lo simbólico danzan en una danza etérea. Bautizado como Gustav Meier, su existencia estuvo marcada por las sombras de un amorío clandestino entre el barón Warnbühler y la actriz Maria Meier, un cuadro que prefiguró los personajes de nobles decadentes y actrices fracasadas que habitaban sus obras.
La senda literaria de Meyrink se trenza con su tumultuosa vida: de banquero a recluso por fraude, emergió de las cenizas financieras para abrazar su verdadera pasión, la escritura. Su matrimonio con Philomene Bernt, que engendró dos hijos, se convirtió en una travesía marcada por la tragedia cuando su hijo Harro se suicidó a la misma edad en que Meyrink intentó quitarse la vida.
El encuentro providencial con un folleto titulado "La vida postrera" en su momento más oscuro llevó a Meyrink a adentrarse en los misterios esotéricos. Miembro efímero de la orden del Amanecer Dorado, su pluma se convirtió en varita mágica que conjuraba mundos impregnados de simbolismo, alquimia y esoterismo.
En "El Golem" (1915), Meyrink teje un tapiz simbólico alrededor del legendario personaje del folclore judío, vislumbrando en él la potencia oculta que yace en lo más profundo del inconsciente. Sus obras subsiguientes, como "El rostro verde" (1916) y "La noche de Walpurga" (1917), siguen esta fórmula, rescatando material tradicional europeo para reinterpretarlo desde una perspectiva simbolista.
El hilo conductor de sus historias se entrelaza con temas recurrentes: el sueño como puerta a otra dimensión de lo real, el doble y la amada idealizada. Influenciado por la alquimia, la cábala, el budismo y la masonería, Meyrink despliega su maestría literaria en cuentos como "Murciélagos" (1916) y "La muerte morada", explorando la frontera entre lo tangible y lo etéreo.
Gustav Meyrink, el alquimista de la palabra, cerró el capítulo de su existencia el 4 de diciembre de 1932, dejando tras de sí un legado literario en el que lo mágico y lo mundano convergen en una danza eterna entre la luz y las sombras. Su pluma, como el espejo gótico que refleja lo inexplorado, sigue invitándonos a explorar los recovecos de la imaginación y los misterios que yacen más allá de la realidad aparente.