El día del opríchnik

El día del opríchnik - Vladimir Sorokin

Resumen del libro: "El día del opríchnik" de

En el siglo XVI, el déspota ruso Iván el Terrible estableció la oprichnina, una especie de estado de emergencia que otorgaba al zar poderes absolutos. Una ola de terror y de sangre invadió Rusia. Los oprichniks, todopoderosos integrantes de la guardia personal de Iván, llevaban a cabo su voluntad sembrando el miedo y la muerte… Todavía en el siglo XXI este período histórico ejerce una peligrosa fascinación.

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El sueño es el de siempre: ando por la ilimitada campiña rusa, que se extiende en sucesivos horizontes; veo al corcel blanco en lontananza, voy hacia él, lo presiento incomparable, el caballo de todos los caballos, bello, presto, de pie ligero; por mucho que me afane, no consigo alcanzarlo, acelero el paso, silbo, grito, lo llamo… De repente comprendo que en ese corcel está toda mi vida, toda mi suerte, toda mi esperanza, que lo necesito como el aire, corro, corro, corro tras él, y él, como siempre, se aleja pausado, impasible, sin hacer caso de nada ni de nadie, se va para siempre, se va de mí y de mi destino, se va por los siglos de los siglos, irremisiblemente, se va, se va, se va

Me despierta mi parlante:

Latigazo: grito.

Otro latigazo: gemido.

Tercer latigazo: estertor.

Lo grabó Poyarok en la Intendencia Secreta mientras le apretaban las tuercas al gobernador de la región del Lejano Oriente. Esa música despertaría a un muerto.

—Komyaga a la escucha —digo acercando el frío parlante al oído todavía cálido del sueño.

—Salve, Andréy Danílovich. Korostylev al habla —brota la voz del viejo subalterno de la Intendencia de Asuntos Foráneos y, en un santiamén, al lado del parlante, en el aire, se me aparece su jeta bigotuda y nerviosa.

—¿Qué se te ofrece tan temprano?

—Me permito recordarle que esta noche se celebra la audiencia real con el embajador albano. Se mantiene convocada, pues, la docena circundante.

—Ya estaba al tanto —gruño irritado, aunque a decir verdad se me había olvidado por completo.

—Lamento importunarlo, pero debía ratificárselo. Lo manda el reglamento.

Dejo el parlante en la mesita. ¿A santo de qué viene el auxiliar diplomático a recordarme el consabido protocolo? Ah, sí… Olvidaba que los de embajadas se estrenaron hace poco como cooficiantes del lavatorio de manos. Sin abrir los ojos, me siento en el borde de la cama con las piernas colgando y, de un respingo, trato de sacudirme la resaca. Busco a tientas la campanita, la agito. Del otro lado de la pared se oye cómo Fedka salta del banco de la estufa, trajina, hace tintinear los platos. Yo sigo sentado con la cabeza gacha, todavía no preparada para despertarse: ayer otra vez tuve que agarrarme una buena pese a que había jurado beber y aspirar sólo con los míos, como es de rigor. Noventa y nueve reverencias en la catedral de la Dormición, preces a San Bonifacio… ¡Al carajo con todo! No iba a hacerle un desaire al eminente y sabio consejero Kirill Ivánovich, en cuya compañía tanto aprendo. Yo, a diferencia de Poyarok o Sivolay, valoro la virtud de la inteligencia. Jamás me cansaría de escuchar las palabras omniscias de Kirill Ivánovich. Lástima que éste, sin farlopa, sea poco locuaz…

Vladimir Sorokin. Nacido el 7 de agosto de 1955 en Bykovo, cerca de Moscú, es uno de los escritores más provocadores y singulares de la literatura rusa contemporánea. Este novelista y dramaturgo posmoderno ha traspasado las fronteras de su país y cautivado al público global, no solo por su habilidad narrativa, sino por su aguda crítica a los sistemas de poder y a las normas culturales de su tiempo. Residente entre Moscú y Berlín, Sorokin es una voz controvertida que explora, desafía y destruye los límites de la realidad y la ficción.

Sorokin comenzó su carrera literaria en los años 70, durante una era de férreo control ideológico en la Unión Soviética. Tras publicar un primer relato en Za Kadry Neftiánikov, se graduó como ingeniero en el Instituto Gubkin de Moscú, aunque rápidamente se adentró en el mundo del arte y la literatura underground. Sus primeros pasos fueron como ilustrador y escritor clandestino, participando en el circuito artístico no oficial de Moscú, donde se refugió de la ortodoxia soviética. En 1985, Sorokin llamó la atención con la publicación de seis relatos en la revista A-YA, una publicación de arte ruso contemporáneo que operaba desde París. Su primera novela, Óchered (La cola), se publicó en Francia, a la espera de un futuro permiso oficial en su país natal.

No fue hasta finales de los 80 cuando sus obras empezaron a circular en Rusia, ya en la estela de la perestroika. En 1992, Sbórnik rasskázov (Historias recopiladas) obtuvo una nominación al Premio Booker Ruso, consolidando su presencia en la literatura rusa. En 2001, recibió el Premio Andréi Bely, y en 2013 fue nominado al Premio Booker Internacional, llevando su estilo más allá de las fronteras de su lengua y cultura. Pero la obra de Sorokin no solo ha ganado aplausos y premios; también ha generado fuertes críticas por sus representaciones de tabúes sociales como el canibalismo, la drogadicción y el totalitarismo. Su novela Goluboe salo provocó la ira del movimiento ultraconservador Nashi, que en 2002 organizó una protesta pública y llevó al autor a enfrentar cargos de pornografía en un proceso judicial que atrajo la atención de todo el país.

Los libros de Sorokin oscilan entre géneros, desde thrillers oscuros hasta distopías futuristas, explorando las obsesiones y las traiciones de la sociedad rusa con un estilo único. Su crítica al poder, a los tabúes sociales y a la hipocresía institucional hace de Sorokin una figura ineludible en la literatura posmoderna, un escritor cuya obra incomoda, desconcierta y abre nuevas sendas en la exploración del alma humana y de sus límites morales. Con Sorokin, cada página es un desafío, una provocación y una inmersión en un universo donde la ficción se convierte en un reflejo brutal de la realidad.