El Decamerón

El Decamerón, relatos de Giovanni Boccaccio

Resumen del libro: "El Decamerón" de

Escrita entre 1349 y 1351, el Decamerón es una colección de cien cuentos que narran siete damas y tres jóvenes de igual condición que, para protegerse de la epidemia de peste que asolaba Florencia en 1348, se refugian en una villa de las afueras de la ciudad. Allí, para entretenerse, se reúnen a contarse historias, a cantar y bailar. Cada día un rey o reina de la reunión impone un tema sobre el que cada uno de los compañeros relatará un cuento… y esto será así cada día durante 10 días (de ahí el titulo griego de la obra), excepto el viernes y el sábado, dedicados a la oración. Con muy variados temas en cada relato, el Decamerón logró superar hasta tal punto el género de las colecciones de cuentos que le habían precedido que nada explica suficientemente la impresionante modernidad del libro y el enorme placer que produce su lectura.

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PROEMIO

COMIENZA EL LIBRO LLAMADO DECAMERÓN, APELLIDADO PRÍNCIPE GALEOTO, EN EL QUE SE CONTIENEN CIEN NOVELAS CONTADAS EN DIEZ DÍAS POR SIETE MUJERES Y POR TRES HOMBRES JÓVENES.

HUMANA cosa es tener compasión de los afligidos, y aunque a todos conviene sentirla, más propio es que la sientan aquellos que ya han tenido menester de consuelo y lo han encontrado en otros: entre los cuales, si hubo alguien de él necesitado o le fue querido o ya de él recibió el contento, me cuento yo. Porque desde mi primera juventud hasta este tiempo habiendo estado sobremanera inflamado por altísimo y noble amor (tal vez, por yo narrarlo, bastante más de lo que parecería conveniente a mi baja condición aunque por los discretos a cuya noticia llegó fuese alabado y reputado en mucho), no menos me fue grandísima fatiga sufrirlo: ciertamente no por crueldad de la mujer amada sino por el excesivo fuego concebido en la mente por el poco dominado apetito, el cual porque con ningún razonable límite me dejaba estar contento, me hacía muchas veces sentir más dolor del que había necesidad. Y en aquella angustia tanto alivio me procuraron las afables razones de algún amigo y sus loables consuelos, que tengo la opinión firmísima de que por haberme sucedido así no estoy muerto. Pero cuando plugo a Aquél que, siendo infinito, dio por ley inconmovible a todas las cosas mundanas el tener fin, mi amor, más que cualquiera otro ardiente y al cual no había podido ni romper ni doblar ninguna fuerza de voluntad ni de consejo ni de vergüenza evidente ni ningún peligro que pudiera seguirse de ello, disminuyó con el tiempo, de tal guisa que sólo me ha dejado de sí mismo en la memoria aquel placer que acostumbra ofrecer a quien no se pone a navegar en sus más hondos piélagos, por lo que, habiendo desaparecido todos sus afanes, siento que ha permanecido deleitoso donde en mí solía doloroso estar. Pero, aunque haya cesado la pena, no por eso ha huido el recuerdo de los beneficios recibidos entonces de aquéllos a quienes, por benevolencia hacia mí, les eran graves mis fatigas; ni nunca se irá, tal como creo, sino con la muerte. Y porque la gratitud, según lo creo, es entre las demás virtudes sumamente de alabar y su contraria de maldecir, por no parecer ingrato me he propuesto prestar algún alivio, en lo que puedo y a cambio de los que he recibido (ahora que puedo llamarme libre), si no a quienes me ayudaron, que por ventura no tienen necesidad de él por su cordura y por su buena suerte, al menos a quienes lo hayan menester. Y aunque mi apoyo, o consuelo si queremos llamarlo así, pueda ser y sea bastante poco para los necesitados, no deja de parecerme que deba ofrecerse primero allí donde la necesidad parezca mayor, tanto porque será más útil como porque será recibido con mayor deseo. ¿Y quién podrá negar que, por pequeño que sea, no convenga darlo mucho más a las amables mujeres que a los hombres? Ellas, dentro de los delicados pechos, temiendo y avergonzándose, tienen ocultas las amorosas llamas (que cuán mayor fuerza tienen que las manifiestas saben quienes lo han probado y lo prueban); y además, obligadas por los deseos, los gustos, los mandatos de los padres, de las madres, los hermanos y los maridos, pasan la mayor parte del tiempo confinadas en el pequeño circuito de sus alcobas, sentadas y ociosas, y queriendo y no queriendo en un punto, revuelven en sus cabezas diversos pensamientos que no es posible que todos sean alegres. Y si a causa de ellos, traída por algún fogoso deseo, les invade alguna tristeza, les es fuerza detenerse en ella con grave dolor si nuevas razones no la remueven, sin contar con ellas son mucho menos fuertes que los hombres; lo que no sucede a los hombres enamorados, tal como podemos ver abiertamente nosotros. Ellos, si les aflige alguna tristeza o pensamiento grave, tienen muchos medios de aliviarse o de olvidarlo porque, si lo quieren, nada les impide pasear, oír y ver muchas cosas, darse a la cetrería, cazar o pescar, jugar y mercadear, por los cuales modos todos encuentran la fuerza de recobrar el ánimo, o en parte o en todo, y removerlo del doloroso pensamiento al menos por algún espacio de tiempo; después del cual, de un modo o de otro, o sobreviene el consuelo o el dolor disminuye. Por consiguiente, para que al menos por mi parte se enmiende el pecado de la fortuna que, donde menos obligado era, tal como vemos en las delicadas mujeres, fue más avara de ayuda, en socorro y refugio de las que aman (porque a las otras les es bastante la aguja, el huso y la devanadera) entiendo contar cien novelas, o fábulas o parábolas o historias, como las queramos llamar, narradas en diez días, como manifiestamente aparecerá, por una honrada compañía de siete mujeres y tres jóvenes, en los pestilentes tiempos de la pasada mortandad, y algunas canciones cantadas a su gusto por las dichas señoras. En las cuales novelas se verán casos de amor placenteros y ásperos, así como otros azarosos acontecimientos sucedidos tanto en los modernos tiempos como en los antiguos; de los cuales, las ya dichas mujeres que los lean, a la par podrán tomar solaz en las cosas deleitosas mostradas y útil consejo, por lo que podrán conocer qué ha de ser huido e igualmente qué ha de ser seguido: cosas que sin que se les pase el dolor no creo que puedan suceder. Y si ello sucede, que quiera Dios que así sea, den gracias a Amor que, librándome de sus ligaduras, me ha concedido poder atender a sus placeres.

El Decamerón – Giovanni Boccaccio

Giovanni Boccaccio. Se desconoce el lugar de nacimiento de Giovanni Boccaccio, si bien se piensa que pudo ser París, en 1313. Falleció en Certaldo, Italia, el 21 de diciembre de 1375. Hijo ilegítimo de un banquero y una mujer desconocida, se crió en Florencia, desde donde marchó a Nápoles a estudiar comercio. Dejó sus estudios de comercio para dedicarse al Derecho Canónico, área que también abandonó para entregarse al mundo de las letras, influido sobre todo por su autor favorito, Dante Alighieri.

Su contacto con la corte napolitana de Roberto de Anjou, y con la mujer llamada Fiammetta (probablemente se tratara de Maria dei Conti d‘Aquino, hija ilegítima del rey de Nápoles) inspiró sus primeras obras, si bien la figura de la Fiammetta estaría presente a lo largo de su vida literaria.

Por asuntos familiares tuvo que regresar a Florencia, donde un brote de peste en 1348 le inspiró a escribir el Decamerón, un compendio de relatos cuyos narradores esperan en una villa a que receda la peste que amenaza sus casas de ciudad, y considerada como una de las primeras obras realmente humanistas, al huir de temas religiosos y espirituales para concentrarse en la condición humana.

El éxito de esta obra le llevó a obtener varios cargos públicos de tipo diplomático, lo que le sirvió para entrar en contacto con el poeta Petrarca, con quien mantuvo una gran amistad hasta la muerte de éste.

Tras una breve y decepcionante estancia en la corte de la reina Juana I de Anjou en Nápoles, se retiró a su casa de Certaldo, donde residió hasta su muerte en 1375.

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