El cura de Tours

El cura de Tours, relatos de Honoré de Balzac

Resumen del libro: "El cura de Tours" de

El abate Birotteau cree vivir en el mejor de los mundos posibles, al menos en la medida de sus modestas pretensiones. Realiza las tareas de su apostolado como algo rutinario y ocupa una espaciosa y bien amueblada habitación en casa de la señora Gamard, donde su existencia es muy cómoda, ya que su anfitriona se ocupa de que no le falte de nada. Su mayor ambición es obtener una canonjía, dejando que transcurra el tiempo para que dicho bien le caiga como fruto maduro.

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Relato

En los comienzos del otoño del año 1826, el abate Birotteau, personaje principal de esta historia, fue sorprendido por un chaparrón al volver de la casa donde h abía pasado la velada. Atravesaba, pues, tan rápidamente como sus carnes podían permitírselo la plazuela desierta llamada del Claustro, que se halla a espaldas del ábside de Saint-Gatien, en Tours.

El abate Birotteau, hombrecillo de constitución apoplética y de unos sesenta años, había sufrido ya varios ataques de gota. De suerte que, entre todas las pequeñas miserias de la vida humana, la que más aversión le inspiraba era la súbita mojadura de sus zapatos, de ancha hebilla de plata, y la inmersión de sus suelas. En efecto; a pesar de los escarpines de franela con que se empaquetaba en todo tiempo los pies, con ese cuidado que los eclesiásticos ponen en su persona, siempre pillaba un poco de humedad; y al siguiente día la gota le daba infaliblemente pruebas de su constancia. Sin embargo, como el piso del Claustro siempre está seco y el abate Birotteau había ganado tres libras y diez sueldos al whist en casa de la señora de Listomère, soportó la lluvia con resignación desde el centro de la plaza del Arzobispado, donde había empezado a caer en abundancia. Además, en aquel momento acariciaba él su quimera, un deseo que tenía ya doce años de fecha, ¡un deseo de clérigo!, un deseo que se robustecía todas las noches y que ahora parecía próximo a cumplirse; en fin, el abate Birotteau se envolvía demasiado bien en la muceta de una canonjía para sentir la intemperie. Durante la velada, las personas habitualmente reunidas en casa de la señora de Listomère le habían casi garantizado su nombramiento para la plaza de canónigo a la sazón vacante en el capítulo metropolitano de Saint-Gatien, asegurándole que nadie la merecía como él, cuyos derechos, durante mucho tiempo olvidados, eran incontestables. Si hubiese perdido en el juego, si hubiese sabido que al abate Poirel, su contrincante, le hacían canónigo, entonces sí que la lluvia le habría parecido fría. Tal vez habría renegado de la existencia. Pero se encontraba en una de esas raras circunstancias de la vida en que las sensaciones dichosas nos hacen olvidarlo todo. Al apresurar el paso obedecía a un movimiento maquinal, y la verdad, tan esencial en una historia d e costumbres, obliga a decir que no pensaba en el chaparrón ni en la gota.

Antes había en el Claustro, del lado de la calle Mayor, varias casas, reunidas por una cerca, que pertenecían a la catedral y servían de albergue a algunos dignatarios del capítulo. Desde la enajenación de los bienes del clero, la ciudad hizo del pasaje que separa estas casas una calle, llamada calle de la Psallette y por la cual se va desde el Claustro a la calle Mayor. Su nombre indica suficientemente que allí habitaban antaño el primer chantre, sus escuelas y los que vivían bajo su dependencia. El lado izquierdo de esta calle está formado por una casa cuyos muros atraviesan los arbotantes de Saint-Gatien, que están implantados en su estrecho jardinillo, de tal manera que queda en duda si la catedral fue construida antes o después que esta antigua vivienda. Pero examinando los arabescos y la forma de las ventanas, la cimbra de la puerta y el exterior de la casa, patinada por el tiempo, un arqueólogo ve que siempre formó parte del monumento magnífico al cual está unida. Un anticuario, si los hubiese en Tours, que es una de las ciudades menos literarias de Francia, podría incluso reconocer a la entrada del pasaje del Claustro algunos vestigios de la arcada que formaba antiguamente el frontispicio de estas habitaciones eclesiásticas y que debía de armonizarse con el carácter general de edificio. Situada al norte de Saint-Gatien, encuéntrase continuamente esta casa en las sombras proyectadas por la gran catedral, sobre la cual ha tendido el tiempo su negro manto, ha impreso sus arrugas y ha sembrado su frío húmedo, sus musgos y sus altas hierbas. Así, la casa está siempre envuelta en un silencio profundo, solamente interrumpido por el clamor de las campanas, el canto de los oficios, que trasciende de los muros de la iglesia, y el grito de las cornejas que anidan en la cúspide de los campanarios. Aquel paraje es un desierto de piedras, una soledad llena de fisonomía y en la que sólo pueden habitar seres llegados a una anulación completa o dotados de una fuerza de alma prodigiosa. La casa de que tratamos estuvo siempre ocupada por abates y pertenecía a una señorita entrada en años que se llamaba la señorita Gamard. Aunque la finca había sido comprada a la nación durante el Terror por el padre de la señorita Gamard, como ésta venía alojando en ella a presbíteros desde hacía veinte años, a nadie se le ocurría encontrar mal durante la Restauración que una devota conservase un bien nacional: tal vez las gentes religiosas le atribuían la intención de legársela al capítulo, y las gentes de mundo no veían que con ello fuese a cambiar su destino.

El cura de Tours – Honoré de Balzac

Honoré de Balzac. (Tours, 20 de mayo de 1799 - París, 18 de agosto de 1850). Escritor francés de novelas clásicas que figura entre las grandes figuras de la literatura universal. Su nombre original era Honoré Balssa y nació en Tours, el 20 de mayo de 1799. Hijo de un campesino convertido en funcionario público, tuvo una infancia infeliz. Obligado por su padre, estudió leyes en París de 1818 a 1821. Sin embargo, decidió dedicarse a la escritura, pese a la oposición paterna. Entre 1822 y 1829 vivió en la más absoluta pobreza, escribiendo teatro trágico y novelas melodramáticas que apenas tuvieron éxito.

En 1825 probó fortuna como editor e impresor, pero se vio obligado a abandonar el negocio en 1828 al borde de la bancarrota y endeudado para el resto de su vida. En 1829 escribió la novela Los chuanes, la primera que lleva su nombre, basada en la vida de los campesinos bretones y su papel en la insurrección monárquica de 1799, durante la Revolución Francesa. Aunque en ella se aprecian algunas de las imperfecciones de sus primeros escritos, es su primera novela importante y marca el comienzo de su imparable evolución como escritor. Trabajador infatigable, Balzac produciría cerca de 95 novelas y numerosos relatos cortos, obras de teatro y artículos de prensa en los 20 años siguientes. En 1832 comenzó su correspondencia con una condesa polaca, Eveline Hanska, quien prometió casarse con Balzac tras la muerte de su marido. Éste murió en 1841, pero Eveline y Balzac no se casaron hasta marzo de 1850. Balzac murió el 18 de agosto de 1850.

En 1834 concibió la idea de fundir todas sus novelas en una obra única, La comedia humana. Su intención era ofrecer un gran fresco de la sociedad francesa en todos sus aspectos, desde la Revolución hasta su época. En una famosa introducción escrita en 1842 explicaba la filosofía de la obra, en la cual se reflejaban algunos de los puntos de vista de los escritores naturalistas Jean Baptiste de Lamarck y Étienne Geoffroy Saint-Hilaire.

Balzac afirmaba que así como los diferentes entornos y la herencia producen diversas especies de animales, las presiones sociales generan diferencias entre los seres humanos. Se propuso de este modo describir cada una de lo que llamaba "especies humanas". La obra incluiría 150 novelas, divididas en tres grupos principales: Estudios de costumbres, Estudios filosóficos y Estudios analíticos. El primer grupo, que abarca la mayor parte de su obra ya escrita, se subdivide a su vez en seis escenas: privadas, provinciales, parisinas, militares, políticas y campesinas. Las novelas incluyen unos dos mil personajes, los más importantes de los cuales aparecen a lo largo de toda la obra. Balzac logró completar aproximadamente dos tercios de este enorme proyecto.

Entre las novelas más conocidas de la serie figuran Papá Goriot (1834), que narra los excesivos sacrificios de un padre con sus ingratas hijas; Eugenia Grandet (1833), donde cuenta la historia de un padre miserable y obsesionado por el dinero que destruye la felicidad de su hija; La prima Bette (1846), un relato sobre la cruel venganza de una vieja celosa y pobre; La búsqueda del absoluto (1834), un apasionante estudio de la monomanía, y Las ilusiones perdidas (1837-1843). El objetivo de Balzac era ofrecer una descripción absolutamente realista de la sociedad francesa, algo fascinante para el autor. Sin embargo, su grandeza reside en la capacidad para trascender la mera representación y dotar a sus novelas de una especie de suprarrealismo. La descripción del entorno es en sus obras casi tan importante como el desarrollo de los personajes. Balzac afirmó en cierta ocasión que "los acontecimientos de la vida pública y privada están íntimamente relacionados con la arquitectura", y en consecuencia, describe las casas y las habitaciones en las que se mueven sus personajes de tal modo que revelen sus pasiones y deseos. Aunque los personajes de Balzac son perfectamente creíbles y reales, casi todos ellos están poseídos por su propia monomanía. Todos parecen más activos, vivos y desarrollados que sus modelos vivos, siendo esta superación de la vida un rasgo característico de sus personajes. Balzac convierte en sublime la mediocridad de la vida, sacando a la luz las partes más sombrías de la sociedad. Confiere al usurero, la cortesana y el dandi la grandeza de héroes épicos. Otro aspecto del extremado realismo de Balzac es su atención a las prosaicas exigencias de la vida cotidiana. Lejos de llevar vidas idealizadas, sus personajes permanecen obsesivamente atrapados en un mundo materialista de transacciones comerciales y crisis financieras. En la mayoría de los casos este tipo de asuntos constituyen el núcleo de su existencia. Así por ejemplo, la avaricia es uno de sus temas predilectos. Balzac demuestra en sus diálogos un extraordinario dominio del lenguaje, adaptándolo con sorprendente habilidad para retratar una amplia variedad de personajes. Su prosa, aunque excesivamente prolija en ocasiones, posee una riqueza y un dinamismo que la hace irresistible y absorbente. Entre sus numerosas obras destacan, además de las ya citadas, las novelas La piel de zapa (1831), El lirio del valle (1835-1836), César Birotteau (1837), Esplendor y miseria de las cortesanas (1837-1843) y El cura de Tours (1839); los Cuentos libertinos (1832-1837); la obra de teatroVautrin (1839); y sus célebres Cartas a la extranjera, que recogen la larga correspondencia que mantuvo desde 1832 con Eveline Hanska.