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El cuento de mi vida

Portada del libro El cuento de mi vida, de Hans Christian Andersen

Resumen del libro:

El cuento de mi vida es la autobiografía de Hans Christian Andersen, el famoso escritor danés de cuentos de hadas. En este libro, Andersen narra su infancia, su juventud y su carrera literaria, así como sus viajes por Europa y sus encuentros con personalidades de la época. El libro es una obra maestra de la literatura autobiográfica, que combina la sinceridad, el humor y la poesía.

Andersen nos muestra su lado más humano y vulnerable, al revelar sus sueños, sus frustraciones, sus amores y sus desilusiones. También nos ofrece un retrato de la sociedad y la cultura de su tiempo, con sus luces y sus sombras. El cuento de mi vida es un testimonio de la pasión por la escritura y la imaginación de un autor que marcó la historia de la literatura infantil y universal.

El libro se divide en tres partes: la primera abarca desde su nacimiento en 1805 hasta 1831, cuando publica su primer libro; la segunda va desde 1831 hasta 1847, cuando alcanza el éxito internacional con sus cuentos; y la tercera desde 1847 hasta 1872, cuando muere. Cada parte está formada por capítulos cortos que relatan episodios significativos de su vida.

El estilo de Andersen es sencillo y fluido, con un lenguaje rico en metáforas y alusiones literarias. Su narración es ágil y entretenida, con toques de ironía y humor. A veces se dirige directamente al lector, como si fuera un amigo íntimo. Otras veces se detiene a reflexionar sobre el sentido de la vida, el arte y la fe.

El cuento de mi vida es una obra imprescindible para conocer mejor a Hans Christian Andersen y su obra. Es una lectura que nos emociona, nos divierte y nos inspira. Es un libro que nos invita a soñar y a crear nuestros propios cuentos.

El cuento de su vida

El cuento de mi vida se despliega ahora ante mis ojos como una bella y reconfortante historia: hasta el mal terminó en bien y el dolor se transformó en alegría; yo no hubiera podido inventar nada más aleccionador.

Con estas palabras se despide Andersen del lector en su relato autobiográfico, que termina, como los cuentos populares, con una verdadera moraleja. El autor danés es hasta el final fiel a la estructura general de su narración, que empieza como un cuento y se desarrolla como un cuento, con héroes y malvados, premios y castigos y demás ingredientes del cuento tradicional tan bien estudiados por Vladimir Propp.

Andersen, tan maravilloso narrador de cuentos, relata también su vida como si de un cuento se tratase. La moraleja final enlaza con el principio del relato, que nos promete ya una aventura maravillosa:

Mi vida es un bello cuento ¡tan rica y dichosa! Si de niño, cuando salí a recorrer el mundo solo y pobre, me hubiese salido al paso un hada prodigiosa que me hubiera dicho: «escoge tu camino y tu meta, que yo te protegeré y te guiaré conforme a las facultades de tu entendimiento y conforme es razón que se haga en este mundo», no pudiera mi suerte haber sido más feliz.

Y el héroe esforzado que se lanza a la gran aventura del mundo arrostrando toda clase de peligros con la ayuda de poderes extraordinarios, guiado por el afán de cumplir con la tarea encomendada, es el escritor Hans Christian Andersen en persona. Sabe que los trabajos que ha de pasar van a ser grandes pero confía siempre en el final feliz, tal como dice varias veces a lo largo de la narración:

Primero hay que pasar penalidades sin cuento y luego se hace uno famoso.

Desde las primeras páginas se nos presenta como alguien elegido para un destino superior. Continuamente habla de cómo la providencia lo guía y parece que todo cuanto ocurre cumple con la sola finalidad de hacer que él lleve a cabo su gran misión. Hasta el fracaso de su padre al intentar conseguir un puesto en una finca de los alrededores de Odense se interpreta como algo providencial:

Lloramos los tres y yo pensé que a Dios no le hubiera costado nada atender nuestras súplicas; si lo hubiera hecho, yo habría sido campesino y mi futuro entero distinto del que ha resultado. Muchas veces he pensado luego: ¿será posible que nuestro Señor sacrificara la felicidad de mis padres por mí?

El relato de su vida tiene así mucho más de cuento de hadas que los verdaderos cuentos de Andersen, cuyo mérito no es el de mostrar prodigios ni entretener al público infantil y que tampoco encajan dentro de los patrones del cuento popular, sino que son creación originalísima de su autor. Como expresión artística que son, su interés no reside precisamente en la moraleja final, no pretenden ser aleccionadores, y con eso rompen con toda una tradición en su época y encuentran dificultades para ser admitidos por la crítica. Su encanto está sobre todo en el estilo, en el delicado medio tono, en su fina ironía, a través de la cual se constituyen al mismo tiempo en espejo y burla del mundo real. Por ese arte de su estilo puede decirse que los cuentos de Andersen son más realistas que el cuento de su vida, tanto como reflejo del mundo que le rodea como de la personalidad del escritor mismo. Lo que escribe Andersen trata en último término siempre de Andersen, y muchos de los personajes de sus cuentos son Andersen mismo. Y no siempre terminan como «El patito feo», que al final resulta ser un bello cisne, siguiendo la misma trayectoria que el autor nos presenta como propia en el relato de su vida, sino que acaban también como «La sirenita», abandonada entre dos mundos, sin poder integrarse en ninguno de ellos.

En los cuentos no hay ocultamiento, la idealización poética del mundo y los personajes halla su contrapeso en la ironía que todo lo impregna haciendo burla de todo. En El cuento de mi vida falta esa ironía, el personaje se toma totalmente en serio y por eso nos encontramos con un Andersen distinto, un Andersen que se oculta porque idealiza a su personaje, porque quiere presentar a nuestros ojos y a los suyos propios la imagen más halagüeña de su vida. La obra se convierte así en una justificación de la persona del autor, que probablemente cree necesitarla por los múltiples complejos que le producen tanto su humilde origen social como su propia personalidad conflictiva. Sólo así se explica la obsesión autobiográfica del escritor, que anota continuamente sus impresiones y sus vivencias y que quiere a toda costa que el relato de su vida acompañe a las diferentes ediciones de su obra, tanto en danés como en otros idiomas, para que ésta se entienda en su verdadero sentido.

Y quizá sea ése realmente el mayor interés de su relato autobiográfico, que nos hace comprender más profundamente el resto de su obra, aunque de forma algo distinta a lo que pretendió el autor. Lo que nos conmueve aquí no es tanto la asombrosa historia del hijo del pobre zapatero que acaba sentado a la mesa de los reyes, aunque sea éste un mérito indudable, sino el conflicto entre esa trayectoria vital y un personaje que por diversas razones no acaba de encajar en ella. Este conflicto, que es el de Andersen de carne y hueso y del que brota la genialidad de su obra, abre continuas grietas en el acabado de la estructura ideal del relato, proponiendo otra lectura del mismo. Es el Andersen que en medio del agasajo de los más destacados intelectuales y artistas del gran mundo, se hunde en la depresión por lo que considera una crítica, un mal tono en la carta que desde Dinamarca le envía un amigo. Es el Andersen que se codea con la aristocracia y la realeza europea pero que en el fondo no ha dejado de ser el chico pobre y desamparado que llegó a Copenhague a los catorce años y que tiene que someterse al amparo de los grandes y aprender a sobrevivir a base de la complacencia y el disimulo.

Esta doble lectura de su relato autobiográfico nos permite entrar en el taller donde se fragua lo mejor de las creaciones de Hans Christian Andersen, que resulta de las múltiples contradicciones de una personalidad rica y difícil, tremendamente insegura y al mismo tiempo sin sombra de duda acerca del propio talento, aparentemente candorosa y en el fondo también calculadora y oportunista. Y de las tensiones que le produce un ascenso social no del todo asimilado, el contraste entre la ambición desmedida y la falta de una formación sólida, el desconocimiento de las normas de la burguesía, en el fondo provinciana, típica de un país empequeñecido como Dinamarca, a la que aspira a pertenecer y en cuyo estrecho mundo se ahoga a la vez. A esa luz se descubre el sentido más profundo de sus cuentos, mal interpretados, sobre todo en el extranjero y a través ya de sus primeras traducciones inglesas, como cuentos infantiles, y se borra la imagen de Disneylandia que el cine americano ha dado del gran escritor.

Para la edición que aquí presentamos hemos optado por la traducción casi completa de los tres primeros capítulos de la obra, donde se describe la etapa de la niñez y primera juventud, que quizá sea la que mayor curiosidad pueda despertar en el lector, y una selección de las páginas más representativas del resto, donde nos hemos permitido las adaptaciones y arreglos necesarios para dar coherencia al texto.

Vida contada y vida real

El cuento de mi vida lo escribió Andersen en los años 1853-1855, es decir alrededor de los cincuenta años de edad. Veinte más tarde añadiría los capítulos correspondientes a la última parte de su vida. Lo escribe, pues, en el momento máximo de su gloria, cuando es ya un autor reconocido, y eso le permite idealizar su pasado desde la perspectiva del final feliz y darnos su imagen más brillante. Los capítulos más auténticos de su relato son por ello los correspondientes a la niñez, escritos en parte años antes, para la primera edición de sus obras en Alemania, que fue donde primero se reconoció al autor. El hecho de que estuvieran destinados en principio a un público extranjero y que los redactara en momentos en que todavía no se había acreditado como el gran escritor, contribuyen probablemente a una mayor espontaneidad. Pero también hay que pensar que reflejan una época de su vida sin los conflictos que experimentaría más tarde, pues no ha salido todavía de su entorno social y sus sueños no han sufrido aún el choque con la vida real. De todas formas el origen social, del que evidentemente se avergonzaba aunque sin renegar nunca de él, ya que inspira gran parte de su obra, sufre siempre ciertos retoques en el relato, ocultándose circunstancias menos presentables y adornándose otras. Exagera, por ejemplo, las excelencias de la familia paterna y no se refiere para nada a la azarosa vida de su madre, que al parecer había tenido una hija de soltera antes de casarse con el padre de Hans Christian; esta hermanastra, según se dice, vivía en Copenhague y el escritor estaba horrorizado ante la idea de que se presentara a verle y le pusiera en ridículo. Tampoco nos dice nada de la afición de su madre por el alcohol, que empañaba la imagen de distinción que Andersen se empeñaba en dar de sí mismo.

Hans Christian Andersen nació el 2 de abril de 1805 en la ciudad danesa de Odense, situada en la isla de Fionia. Odense cuenta por aquel entonces con unos cinco mil habitantes y es la segunda ciudad de Dinamarca. La sociedad danesa de aquel tiempo se caracteriza por una gran diferencia de clases; más de la mitad de la población la constituyen gentes de oficios humildes: artesanos pobres, jornaleros, lavanderas o seres marginados que sobreviven mendigando el pan de cada día. A Andersen le tocó venir al mundo en uno de estos hogares humildes, pasando su niñez en una casa pobre aunque esmeradamente cuidada que todavía puede visitarse en Odense y que sorprende por lo reducido de sus proporciones, ya que no consiste más que en una habitación pequeña. Uno se pregunta cómo podría caber allí, además, el taller de zapatero del padre, gracias al cual el hombre conseguía ir sacando adelante, entre apuros y estrecheces, a su familia.

Ni el medio social ni el ambiente familiar eran los más propicios para la carrera literaria que emprendería Hans Christian Andersen, y nada parecía augurar por entonces lo lejos que iba a llegar el hijo del zapatero. Pero el camino de la gloria iba a ser penoso y la lucha por la aceptación iba a dejar su huella en la personalidad del escritor, que pagaría un alto precio por su fama.

Las posibilidades de recibir una mínima educación en aquel marco social eran muy limitadas. El pequeño Hans Christian tuvo que contentarse con asistir a la escuela de pobres para adquirir el saber más rudimentario, que era lo único que iba a necesitar para aprender un oficio como su padre. La madre, mujer ignorante pero que conocía por experiencia propia las asperezas de la vida, ya que había tenido que salir a pedir limosna desde muy niña, estaba convencida de que ése era el camino que tenía que seguir su hijo para hacerse una persona de provecho. Así, una vez que el chico hubo aprendido las primeras letras, intentó ponerle a aprender diversos oficios, fracasando estrepitosamente en su intento. El niño era un ser tímido y asustadizo que no servía para nada, y esto iba a convertirse en un problema, sobre todo al quedar huérfano de padre a la edad de once años. Aunque mirado desde la perspectiva del final feliz, el chico, como su patito feo, simplemente no encajaba en aquel ambiente, pertenecía a un mundo diferente.

La sensación que tiene Andersen ya desde sus primeros años de ser distinto le viene quizá en parte de su padre. El pobre zapatero era un hombre profundamente insatisfecho con la vida que le había tocado vivir. Parece que su familia había tenido propiedades en el campo y las había perdido, quedando en la pobreza. Como resultado de ello su padre, el abuelo del escritor, había perdido la razón y recorría ahora loco las calles de Odense, seguido siempre de una caterva de chiquillos que se metían con él. La madre, abuela de Hans Christian, se pasaba el día lamentando la pérdida de su fortuna y rememorando la grandeza de tiempos pasados.

Eso es lo que nos cuenta Andersen en sus memorias, pero la realidad parece haber sido algo distinta. Los antecedentes familiares no deben haber sido tan gloriosos, pues al parecer el abuelo había sido ya zapatero antes de volverse loco. Pero lo cierto es que el niño lo vio o lo quiso ver así, influido por los sueños de grandeza de su abuela y la constante frustración de su padre por no haber podido estudiar y tenerse que dedicar a aquel bajo oficio, rodeado de gente con la que no podía comunicarse y acompañado de una mujer inculta y supersticiosa que se escandalizaba de sus ideas de librepensador.

A pesar de que Andersen creció más próximo a su madre, por la temprana muerte del padre y por el carácter retraído del mismo, parece llevar en su ser claros rasgos de la personalidad de aquel hombre que, ante la incomprensión general, se encerraba en sus pensamientos y en sus sueños y que le hacía juguetes maravillosos, entre ellos un teatro de títeres que serviría para despertar la afición del poeta por el mundo de la ficción y de la fantasía.

A Hans Christian Andersen le gustaba todavía menos que a su padre la existencia sórdida y chata que le rodeaba. Es un niño extremadamente sensible, al que hieren las bromas de sus compañeros y cualquier palabra mala. Se refugia en su soledad, jugando con su teatrito, e imaginando que en realidad sus verdaderos padres no son aquéllos, que él ha nacido de una familia muy importante y que los ángeles del Señor bajan a hablar con él y confortarle. La gente se burlaba de aquellas tonterías creyéndole loco como su abuelo y eso hacía que el chico se metiera cada vez más dentro de sí mismo.

El cuento de mi vida: Hans Christian Andersen

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