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El coronel no tiene quien le escriba

Resumen del libro:

“El coronel no tiene quien le escriba” es una novela inolvidable que nos sumerge en el mundo de la desesperación, la esperanza y la lucha cotidiana. Escrita por el renombrado autor colombiano Gabriel García Márquez, esta obra maestra literaria nos transporta a un pequeño pueblo olvidado en algún lugar de América Latina, donde el tiempo se ha detenido y la pobreza y la opresión son moneda corriente.

La historia gira en torno a un anciano coronel retirado y su esposa enferma, quienes se enfrentan a la cruel realidad de vivir en la miseria y la incertidumbre. A medida que avanza la narración, García Márquez despliega su genio narrativo para mostrarnos la lucha diaria del coronel por sobrevivir, la persistencia de su esperanza y su afán por cobrar una pensión que le es debida por sus años de servicio en el ejército.

El coronel, un hombre digno y obstinado, es un personaje que encarna la lucha y el valor de aquellos que se ven obligados a enfrentarse a la adversidad. A través de su búsqueda incansable de justicia, García Márquez retrata la realidad de un país y su gente, donde la corrupción, la violencia y la injusticia prevalecen.

La prosa de García Márquez es tan rica y evocadora que nos transporta a cada rincón del pueblo, haciéndonos sentir la humedad, el calor, la pobreza y la angustia que lo envuelven. Su habilidad para crear personajes inolvidables es evidente en cada página, y nos encontramos con una galería de seres humanos complejos y reales, cuyas vidas se entrelazan con la del coronel de una manera sutil y poderosa.

A lo largo de la novela, el autor explora temas universales como la dignidad humana, la injusticia social y la lucha por la supervivencia. A medida que la trama se desarrolla, somos testigos de la transformación del coronel, de su desesperación inicial a un sentido renovado de propósito y determinación. Esta evolución nos invita a reflexionar sobre la resiliencia del espíritu humano y la capacidad de encontrar esperanza incluso en las circunstancias más desesperadas.

“El coronel no tiene quien le escriba” es una obra magistral que captura la esencia misma del realismo mágico por el cual García Márquez es reconocido. A través de su prosa poética y su capacidad para explorar lo profundo de la condición humana, el autor nos ofrece una experiencia de lectura enriquecedora y conmovedora.

En conclusión, “El coronel no tiene quien le escriba” es una novela imprescindible para los amantes de la literatura que desean sumergirse en una historia que habla sobre la esperanza, la dignidad y la lucha por un futuro mejor. Gabriel García Márquez nos recuerda, una vez más, por qué es considerado uno de los grandes maestros de la literatura universal.

El coronel destapó el tarro del café y comprobó que no había más de una cucharadita. Retiró la olla del fogón, vertió la mitad del agua en el piso de tierra, y con un cuchillo raspó el interior del tarro sobre la olla hasta cuando se desprendieron las últimas raspaduras del polvo de café revueltas con óxido de lata.

Mientras esperaba a que hirviera la infusión, sentado junto a la hornilla de barro cocido en una actitud de confiada e inocente expectativa, el coronel experimentó la sensación de que nacían hongos y lirios venenosos en sus tripas. Era octubre. Una mañana difícil de sortear, aun para un hombre como él que había sobrevivido a tantas mañanas como ésa. Durante cincuenta y seis años –desde cuando terminó la última guerra civil– el coronel no había hecho nada distinto de esperar. Octubre era una de las pocas cosas que llegaban.

Su esposa levantó el mosquitero cuando lo vio entrar al dormitorio con el café. Esa noche había sufrido una crisis de asma y ahora atravesaba por un estado de sopor. Pero se incorporó para recibir la taza.

–Y tú –dijo.

–Ya tomé –mintió el coronel–. Todavía quedaba una cucharada grande.

En ese momento empezaron los dobles. El coronel se ha­bía olvidado del entierro. Mientras su esposa tomaba el café, descolgó la hamaca en un extremo y la enrolló en el otro, de­trás de la puerta. La mujer pensó en el muerto.

–Nació en 1922 –dijo–. Exactamente un mes después de nuestro hijo. El siete de abril.

Siguió sorbiendo el café en las pausas de su respiración pedregosa. Era una mujer construida apenas en cartílagos blancos sobre una espina dorsal arqueada e inflexible. Los trastornos respiratorios la obligaban a preguntar afirmando. Cuando terminó el café todavía estaba pensando en el muerto.

«Debe ser horrible estar enterrado en octubre», dijo. Pero su marido no le puso atención. Abrió la ventana. Octubre se había instalado en el patio. Contemplando la vegetación que reventaba en verdes intensos, las minúsculas tiendas de las lombrices en el barro, el coronel volvió a sentir el mes aciago en los intestinos.

–Tengo los huesos húmedos –dijo.

–Es el invierno –replicó la mujer–. Desde que empezó a llover te estoy diciendo que duermas con las medias puestas.

–Hace una semana que estoy durmiendo con ellas.

Llovía despacio pero sin pausas. El coronel habría preferido envolverse en una manta de lana y meterse otra vez en la hamaca. Pero la insistencia de los bronces rotos le recordó el entierro.

«Es octubre», murmuró, y caminó hacia el centro del cuarto. Sólo entonces se acordó del gallo amarrado a la pata de la cama. Era un gallo de pelea.

Después de llevar la taza a la cocina dio cuerda en la sala a un reloj de péndulo montado en un marco de madera labrada. A diferencia del dormitorio, demasiado estrecho para la respiración de una asmática, la sala era amplia, con cuatro mecedoras de fibra en torno a una mesita con un tapete y un gato de yeso. En la pared opuesta a la del reloj, el cuadro de una mujer entre tules rodeada de amorines en una barca cargada de rosas.

Eran las siete y veinte cuando acabó de dar cuerda al reloj. Luego llevó el gallo a la cocina, lo amarró a un soporte de la hornilla, cambió el agua al tarro y puso al lado un puñado de maíz. Un grupo de niños penetró por la cerca desportillada. Se sentaron en torno al gallo, a contemplarlo en silencio.

–No miren más a ese animal –dijo el coronel–. Los gallos se gastan de tanto mirarlos.

Los niños no se alteraron. Uno de ellos inició en la armónica los acordes de una canción de moda. «No toques hoy», le dijo el coronel. «Hay muerto en el pueblo.» El niño guardó el instrumento en el bolsillo del pantalón y el coronel fue al cuarto a vestirse para el entierro.

La ropa blanca estaba sin planchar a causa del asma de la mujer. De manera que el coronel tuvo que decidirse por el viejo traje de paño negro que después de su matrimonio sólo usaba en ocasiones especiales. Le costó trabajo encontrarlo en el fondo del baúl, envuelto en periódicos y preservado contra las polillas con bolitas de naftalina. Estirada en la cama la mujer seguía pensando en el muerto.

El coronel no tiene quien le escriba: Gabriel García Márquez

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