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El color prohibido

El Color Prohibido, una novela de Yukio Mishima

El Color Prohibido, una novela de Yukio Mishima

Resumen del libro:

Shunsuké, un famoso escritor sexagenario, se siente atraído por la extraordinaria belleza de un joven homosexual, Yuichi. Lo ha conocido por medio de Yasuko, una joven de la que está enamorado, pero que no le corresponde ya que se siente atraída por Yuichi sin conocer sus inclinaciones. Tras la aparente estabilidad emocional de Shunsuké se esconde una vida atormentada con terribles fracasos sentimentales y altísimas cotas de misoginia a la que da rienda suelta en un diario que nunca verá la luz. Él, que ha dedicado su vida a la creación literaria, en un momento en que le ha abandonado la inspiración, ve en el joven y bello Yuichi la posibilidad de vengarse de las mujeres que le han hecho sufrir, le han menospreciado y humillado desde su juventud. Piensa iniciar una venganza diabólica contra Yasuko, pactando con Yuichi que se case con ella pese a su incapacidad de amarla. Con su influencia, hará del joven apolíneo un personaje viviente de una novela que jamás escribirá, orientándole para que inflija el mayor sufrimiento posible a las mujeres que no podrán resistirse a sus encantos. Yuichi se sumerge en una serie de aventuras homosexuales al tiempo que cumple su pacto con el viejo escritor de seducir a varias mujeres para destrozarles el corazón. Lo que ignora el viejo escritor es lo que le deparará este juego perverso.

1 – El comienzo

A medida que aumentaba la frecuencia de sus visitas, Yasuko se había ido acostumbrando, y ya se sentaba despreocupadamente en las rodillas de Shunsuké, que descansaba en una silla de roten instalada en el jardín. A él le encantaba semejante familiaridad.

Era en pleno verano. Shunsuké no recibía visitas por la mañana, durante la cual, si le apetecía, trabajaba. Cuando no se sentía con ánimos para ello, escribía cartas o se tendía en una tumbona que había ordenado colocar a la sombra de los árboles y leía, o ponía el libro con las tapas hacia arriba sobre sus rodillas y no hacía nada, o llamaba a la sirvienta con una campanilla y le pedía una taza de té, o, si la noche anterior no había podido dormir lo suficiente, dormitaba un rato con la manta subida hasta el pecho. Pese a que ya habían transcurrido cinco años desde que dejó atrás los sesenta, no tenía nada a lo que pudiera llamar una afición. A decir verdad, en cuestión de aficiones era más bien escéptico. Carecía totalmente de interés por la relación objetiva entre sí mismo y el prójimo, que sería el requisito indispensable de una afición. Esta falta absoluta de objetividad, junto con la relación compulsiva y mal organizada entre su interioridad y el mundo exterior, dotaba a sus obras, incluso las de madurez, de frescura y candor, pero, por otra parte, le hacía sacrificar los verdaderos elementos de la narración, tales como los incidentes dramáticos que surgían del choque entre las formas de ser de los personajes, las descripciones cómicas, la delineación del carácter humano y los antagonismos entre el personaje y sus circunstancias. A ello se debía que ciertos críticos muy cicateros todavía dudaran en considerarle un gran escritor.

Yasuko se había sentado en las largas piernas del hombre, extendidas en la tumbona y cubiertas por la pequeña manta. El peso era notable. Aunque Shunsuké había pensado en decirle a la joven algo subido de tono, seguía callado. El ruido estridente de las cigarras hacía más profundo su silencio.

De vez en cuando Shunsuké sufría un acceso de neuralgia en la rodilla derecha. La crisis se anunciaba primero como una neblina en lo más profundo de la rodilla. Al hueso envejecido le costaba aguantar durante largo rato el peso de la tibia carne de la jovencita. Pero mientras resistía el dolor, que se iba intensificando, su semblante revelaba una especie de solapado placer.

—Me duele la rodilla, Yasuko —le dijo finalmente—. Voy a apartar la pierna para hacerte sitio.

Yasuko le miró aprensiva, la expresión seria, y él se rió. La joven le despreciaba.

El viejo escritor percibió su desprecio. Se irguió en la tumbona y rodeó los hombros de Yasuko desde atrás, le asió el mentón, haciendo que se volviera hacia él, y la besó en los labios. Lo hizo como si fuera una obligación, y entonces se apresuró a tenderse de nuevo, presa de un repentino dolor en la rodilla derecha. Cuando alzó la cabeza para mirar a su alrededor, ella había desaparecido.

Transcurrió una semana sin que viera de nuevo a Yasuko. Cierta vez, durante uno de sus paseos, visitó la casa donde ella vivía. Le dijeron que se había ido de viaje con unos compañeros de estudios, a un balneario de la costa, cerca del extremo sur de la península de Izu. Le facilitaron la dirección del lugar, y cuando regresó a casa, Shunsuké hizo rápidamente el equipaje. En aquellos momentos debía trabajar en un texto que ya le habían reclamado varias veces, y aprovechó esta circunstancia como un pretexto para emprender de improviso un viaje en pleno verano y sin nadie que le acompañara.

A fin de evitar el calor, tomó un tren que partía a primera hora de la mañana, pero de todos modos ya tenía sudada la chaqueta de lino blanco. Llevaba consigo un termo de té caliente, y bebió un poco. Metió en un bolsillo su mano delgada y seca como caña de bambú y leyó ociosamente el folleto publicitario de sus obras completas que le había dado un directivo de la gran editorial que había ido a despedirle a la estación.

Era la tercera vez que publicaban las obras completas de Shunsuké Hinoki. Cuando editaron la primera versión, el escritor sólo tenía cuarenta y cinco años.

Sobre el autor:

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