El collar de la Reina

Resumen del libro: "El collar de la Reina" de

“El collar de la reina”, escrito por Alejandro Dumas, es una obra que retrata un episodio crucial en la historia de Francia, ambientado en los días previos a la Revolución Francesa. La novela gira en torno al escándalo del collar de diamantes, un suceso real que involucró a la Reina María Antonieta y el Cardenal de Rohan, quienes se vieron atrapados en una intriga monumental que desató la desconfianza del pueblo francés hacia la monarquía. Este episodio, en el que las joyas, el lujo desmedido y las ansias de poder se entrelazan, se convierte en una crítica a la corrupción de la nobleza en medio de la miseria generalizada.

La maestría narrativa de Dumas transforma esta historia, ya de por sí llena de misterio y traiciones, en una novela donde se mezclan la aventura, el romance y la intriga política. A través de su prosa ágil y vibrante, el autor logra plasmar la atmósfera opresiva de la corte francesa y la creciente tensión social que prefiguraba el estallido revolucionario. Los personajes, tanto históricos como ficticios, cobran vida en sus manos, y las acciones desesperadas del Cardenal de Rohan por ganarse el favor de la reina se ven teñidas de ambición, engaño y tragedia.

El contexto de la obra nos sitúa en una Francia en crisis, donde la ostentación de la realeza y el clero contrasta brutalmente con la pobreza del pueblo. Dumas utiliza el caso del collar como símbolo de la decadencia de una monarquía que, ajena a las necesidades de sus súbditos, persiste en el derroche y el lujo. La figura de María Antonieta, aunque no central, adquiere en la novela un carácter ambiguo, atrapada entre el poder y la frivolidad que la historia le ha atribuido.

Alejandro Dumas, célebre por obras como “Los tres mosqueteros” y “El conde de Montecristo”, vuelve a demostrar en “El collar de la reina” su capacidad para convertir hechos históricos en relatos apasionantes. Su estilo vibrante y dinámico, con personajes inolvidables y giros inesperados, hace que este episodio histórico se convierta en una trama llena de emoción. La obra, además de ser un testimonio de su ingenio creativo, nos invita a reflexionar sobre los excesos del poder y las consecuencias de la ambición desmedida.

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I

UN VIEJO GENTILHOMBRE Y UN VIEJO MAESTRESALA

En los primeros días del mes de abril de 1784, aproximadamente a las tres y cuarto de la tarde, el viejo mariscal de Richelieu, antiguo conocido nuestro, después de haberse impregnado las cejas con un tinte perfumado, rechazó con la mano el espejo que sostenía su ayuda de cámara, sucesor, pero no sustituto, del fiel Rafté, y, moviendo la cabeza con aquel gesto que le era propio, dijo:

—Vamos. Ya estoy preparado.

Se levantó de su sillón y se sacudió con ademán juvenil las motas de polvo blanco que habían volado de su peluca a su pantalón azul celeste.

Seguidamente, y después de dar dos o tres vueltas por el cuarto de aseo a fin de desentumecer las piernas, dijo:

—Que venga mi maestresala.

Cinco minutos después, el maestresala se presentó en traje de ceremonia. El mariscal adoptó el gesto grave que requería la situación.

Monsieur —dijo—, supongo que me habréis preparado un buen almuerzo.

—Por supuesto, monseñor.

—Os han entregado la lista de los convidados, ¿verdad?

—Recuerdo exactamente el número, monseñor. Nueve cubiertos, ¿no es eso?

—Hay cubiertos y cubiertos…

—Sí, monseñor, pero…

El mariscal interrumpió al maestresala con un breve movimiento de impaciencia, no exento, sin embargo, de majestad.

—«Pero…» no es una respuesta, monsieur. Y cada vez que oigo la palabra «pero», y estoy oyéndola muchas veces desde hace ochenta y ocho años…, cada vez que he oído esa palabra, ya estoy harto de decíroslo, precedía a una tontería.

—Monseñor…

—A ver: ¿para qué hora habéis dispuesto la comida?

—Monseñor, los burgueses comen a las dos, los letrados a las tres y la nobleza a las cuatro.

—¿Y yo, monsieur?

—Monseñor comerá a las cinco.

—¡Oh, a las cinco!

—Sí, monseñor; como el rey.

—Y ¿por qué como el rey?

—Porque en la lista que monseñor me ha remitido está el nombre de un rey.

—Nada de eso. Os equivocáis. Entre mis invitados de hoy sólo hay simples caballeros.

—Monseñor quiere divertirse con su humilde servidor, y le agradezco el honor que me hace. Pero como el señor conde de Haga, que es uno de los invitados de monseñor…

—¿Y qué?

—Pues que el conde de Haga es un rey.

—No conozco a ningún rey que se llame así.

—Que monseñor me perdone —dijo el maestresala, inclinándose—, pero había creído, había supuesto…

—Vuestra obligación no consiste en creer. Vuestro deber no es suponer. Lo que tenéis que hacer es leer las órdenes que os doy, sin añadir comentarios. Cuando quiero que se sepa una cosa, la digo, y cuando no la digo, es que deseo que se ignore.

El maestresala se inclinó por segunda vez, y ahora mucho más respetuosamente que si estuviese hablando con un rey.

—Por lo tanto, monsieur —continuó el viejo mariscal—, quisiera, puesto que sólo vienen caballeros a comer, que me sirvieseis la comida a la hora de costumbre, a las cuatro.

Al oír esta orden, la expresión del maestresala se nubló como si acabase de escuchar su sentencia de muerte. Palideció, encogiéndose bajo el golpe. Después se irguió con el valor de la desesperación.

—Que sea lo que Dios quiera —dijo—, pero monseñor comerá a las cinco.

—¿Por qué a las cinco? —exclamó el mariscal.

—Porque es materialmente imposible que monseñor coma antes.

Monsieur —dijo el viejo mariscal, moviendo con altivez su cabeza todavía joven—, hace ya veinte años que estáis a mi servicio, ¿no es así?

—Veintiún años, monseñor, un mes y dos semanas.

—Pues a esos veintiún años, un mes y dos semanas no añadiréis ni un día más, ni siquiera una hora. ¿Comprendido? —replicó el anciano, pellizcándose sus finos labios y frunciendo las cejas pintadas—. Desde esta tarde os buscaréis un nuevo amo. No admito que la palabra «imposible» se pronuncie en mi casa. Y a mi edad ya no deseo aprenderla. No puedo perder el tiempo.

“El collar de la Reina” de Alejandro Dumas

Alejandro Dumas. (Villers-Cotterêts, 1802 - Puys, cerca de Dieppe, 1870) fue uno de los autores más famosos de la Francia del siglo XIX, y que acabó convirtiéndose en un clásico de la literatura gracias a obras como Los tres mosqueteros (1844) o El conde de Montecristo (1845). Dumas nació en Villers-Cotterêts en 1802, de padre militar —que murió al poco de nacer el escritor— y madre esclava. De formación autodidacta, Dumas luchó para poder estrenar sus obras de teatro. No fue hasta que logró producir Enrique III (1830) que consiguió el suficiente éxito como para dedicarse a la escritura.

Fue con sus novelas y folletines, aunque siguió escribiendo y produciendo teatro, con lo que consiguió convertirse en un auténtico fenómeno literario. Autor prolífico, se le atribuyen más de 1.200 obras, aunque muchas de ellas, al parecer, fueron escritas con supuestos colaboradores.

Dumas amasó una gran fortuna y llegó a construirse un castillo en las afueras de París. Por desgracia, su carácter hedonista le llevó a despilfarrar todo su dinero y hasta se vio obligado a huir de París para escapar de sus acreedores.