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El Círculo Carmesí

El Círculo Carmesí - Edgar Wallace

El Círculo Carmesí - Edgar Wallace

Resumen del libro:

En Toulouse, un hombre ha salido indemne por azar de ser condenado a la guillotina, huye de Francia y se instala en Inglaterra. Allí cambia su nombre y funda una sociedad, El círculo Carmesí que ha sido creada únicamente para el mal. Su ingenio diabólico y su eficacia, al parecer omnipotente, desafían y atemorizan a la sociedad. Se producen una serie de asesinatos. De hallar quién es la mano ejecutora se encargarán el polica Parr y el detective Yale. A partir de ese momento, el lector se ve inmerso en un intrincado laberinto de sospechas, que se desplazan sobre los distintos personajes a medida que cada sospechoso va demostrando su inocencia.

Capitulo I

La iniciación

Era la hora en que la mayoría de los ciudadanos respetables se disponen a acostarse, y las ventanas superiores de las grandes y vetustas mansiones de la plaza marcaban, en sus rectángulos de luz, los contornos de los árboles deshojados, vacilando cimbreantes bajo el hostigamiento del vendaval. Soplaba un viento helado río arriba y sus ráfagas penetraban glaciales en los lugares más remotos y resguardados.

El hombre que paseaba espaciosamente junto a la alta verja de hierro tiritaba, pese a estar bien abrigado, pues el desconocido había elegido un lugar de cita que parecía a merced de todo el embate de la tormenta. Los despojos del otoño marchito se arremolinaban en círculos fantásticos alrededor de sus pies, las ramitas y las hojas se precipitaban sacudidas de los árboles que tendían sobre él sus brazos, largos y lúgubres, y miró con envidia el resplandor alegre en las ventanas de una casa en donde, con solo llamar a su puerta, se le recibiría como a un huésped bienvenido.

Las campanadas de las nueve sonaron en un reloj cercano, y aún vibraba el último tañido cuando un coche entró, rápida y silenciosamente, en la plaza y sé paró frente a él. Los dos faros apenas iluminaban. Dentro del vehículo cerrado no había una brizna de luz. Tras un breve titubeo, el hombre que esperaba dio unos pasos hacia el automóvil, abrió la portezuela y entró. Solo podía adivinar el contorno de la figura del conductor en el asiento delantero y sintió un extraño golpeteo del corazón al comprender la tremenda importancia del paso que acababa de dar. El coche no se movió y el hombre que ocupaba el asiento del conductor permanecía estático. Por unos instantes hubo un silencio mortal que fue roto por el pasajero.

—¿Y bien? —preguntó nervioso, casi irritado.

—¿Está usted decidido? —preguntó el conductor.

—¿Estaría aquí si no lo estuviera? —replicó el pasajero—. ¿Cree que he venido por curiosidad? ¿Qué quiere usted de mí? Dígamelo y yo le diré lo que quiero de usted.

—Sé lo que quiere de mí —dijo el conductor. Su voz sonaba amortiguada e impersonal, como si hablase a través de un velo.

Cuando los ojos del recién llegado se hubieron habituado a la oscuridad, distinguieron el vago contorno de la capucha de seda negra que cubría la cabeza del conductor.

—Está usted al borde de la quiebra —siguió el conductor—. Ha usado dinero que no le correspondía usar y está considerando la posibilidad del suicidio. Y no es su insolvencia lo que le hace pensar en esta salida. Tiene un enemigo que ha descubierto algo que puede desacreditarlo, algo que podría ponerlo en manos de la policía. Hace tres días obtuvo usted de una firma farmacéutica, uno de cuyos miembros es amigo suyo, una droga particularmente mortífera, imposible de obtener al por menor. Ha pasado una semana consultando lecturas sobre venenos y sus efectos, y es su intención, a menos que suceda algo que lo salve de la ruina, poner fin a su vida el sábado o el domingo. Yo pienso que será el domingo.

Oyó el jadeo del hombre situado a su espalda, y rio suavemente.

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